El grupo anarquista Crisol de Sabadell inició a finales de 1925 la publicación de la revista del mismo nombre y paralelamente una colección de novelas de temática social –publicación ideológica, según la denominación del grupo–. En ella colaboraron escritores anarquistas autóctonos que comenzaban a ser conocidos. Se componía de fascículos de 32 páginas y se vendía a 20 céntimos. En total editaron diecinueve novelas. Entre sus títulos citemos a Fructuoso Vidal (H. Noja Ruiz), Vidas quiméricas, Ramón Magre, Carne podrida, Felipe Alaiz, El grumete, Eduardo Sanjuan, "Shum" íntimo.
La Novela Corta
Con toda probabilidad, Editorial Pedagógica de Puente Genil (Córdoba) fue fundada por Aquilino Medina con la inestimable ayuda de Higinio Noja Ruiz, llevando a cabo una intensa labor en el campo de la edición, no sólo de libros y folletos, sino también de periódicos. Una de las colecciones es la que reseñamos.
En el número uno de esta colección de novelas, los editores informaban que
«no es una novela más lo que pretendemos publicar al empezar esta nuestra novela corta, aumentando el papel impreso con relatos puercos, propio de voluntades decadentes, castradas, obstruidas, desalmadas, no, pero tampoco esa novela simple, pálida, insulsa, blanca si se quiere, de añoranza patética, de historietas folletinescas, que ya sólo leen los fracasados e impotentes cardíacos de atrofia mental. Nos proponemos lanzar una serie de novelas, de narraciones que ahonden en los problemas vitales de la vida social y privada, divulgándolos para humanizarlos, en común beneficio de todo ser pensante, racional, buscando el deleite en la sensibilidad poemática del arte, y dar un matiz filosófico al fondo que impresione orientando hacia caminos de superación, en la libertad de amar, de sentir y de pensar». Entre los títulos que publicaron citemos a Alberto Ghiraldo, Cara y cruz (Amor y salvajismo), Aquilino Medina, La Libérrima.
La Novela Decenal
Entre las muchas actividades de Aquilino Medina, la creación de editoriales ocupaba un lugar central. En el mismo lugar que más tarde fundaría la Editorial Pedagógica, creó alrededor de 1919, la editorial Renovación que daría a la luz algunas colecciones de novelas y ensayos. A mediados de los años veinte dio comienzo la que ahora nos ocupa.
Como prólogo a la novela de Noja Ruiz, El Gracián que asesinó, el grupo editor declaraba: «Como al fundar La Novela Decenal, nos trazamos la senda, la idea impertérrita de ir presentando a nuestros lectores los múltiples problemas morales de la vida social, que tan apasionadamente intrigan al hombre y a la mujer, por estar más allá de la tiránica frontera del estómago, hoy ofrecemos en las tablas de valores psíquicos un caso, el más importante quizás, el que anida en todo corazón y cerebro, clavando su fina daga de dolor y de placer, inconfundible entre los idiomas: la cuestión amor, que bien merece el imperativo categórico de la “base de la vida”, de la vida misma. Por la índole del tema, por lo sabia y delicadamente tocado el asunto, el autor merece nuestro más efusivo aplauso, y nos complace haber publicado en esta novela, la visión que de tales cosas tiene el autor, como buen defensor, mejor dicho, como Quijote incansable de la liberación de la mujer, de la libertad de amar». Entre los títulos de esta colección figuran: Alberto Ghiraldo, La voz del hierro (Historia de unos versos), Higinio Noja Ruiz, El Gracián que asesinó y de este mismo autor, Polvo y humo.
El imaginario literario anarquista
Con toda propiedad podemos considerar la literatura anarquista dentro del género denominado literatura social, la cual resumiendo mucho sería «aquella cuyo objetivo sea analizar o mostrar una capa de la sociedad». En efecto, la literatura anarquista, casi sin excepción, se ocupa de la crítica social y el protagonista del relato suele ser, o bien la colectividad o «un símbolo de su clase [y] representará valores arquetípicos» (J. Marco, 1963).
En muy contadas ocasiones, y por razones evidentes, la literatura social ha alcanzado un prestigio y reconocimiento general. Frecuentemente, ha sido considerada como literatura de segundo orden o infra-literatura por el hecho de poner el acento en cuestiones muy conflictivas. En la introducción a la reedición de las novelas que integraban la colección La Novela Proletaria, Santonja señalaba la «endeble calidad de alguno de estos relatos», lo cual era «la consecuencia inevitable de los objetivos, estrictamente políticos en general, que sus autores se habían fijado».67
Es cierto que la calidad literaria de muchas de estas colecciones dejaba mucho que desear, pero, teniendo en cuenta los objetivos que se proponían los editores, la excelencia de determinados relatos se fundamenta principalmente en la denuncia de la sociedad, cuya inicua explotación en todos los órdenes de la vida pretendían combatir. Por ello, los anarquistas eligieron como trama argumental de la mayor parte de su producción literaria, los temas que mejor ponían de manifiesto los mecanismos de esta inicua explotación. Lily Litvak señala, refiriéndose a los cuentos, una larga lista de temas, entre los que destacamos: la delincuencia, la mujer, el trabajo industrial, el campesinado, la revolución social, la utopía anarquista, etc.68
En las novelas anarquistas, por su parte, lo temas más tratados son, además del rechazo del Estado y sus instituciones, la guerra, la pena de muerte, la explotación del hombre por el hombre y también la utopía. A fin de ofrecer una muestra representativa de la novelística anarquista podríamos haber escogido a autores sobradamente conocidos en este campo, como Felipe Alaiz69 o Federico Urales70; pero el análisis de los mismos sobrepasaría ampliamente los límites de este trabajo. Por ello, citaremos a tres autores que, aunque son también bastante conocidos, lo son por sus trabajos en el plano teórico más que en su producción literaria.
Por otro lado, según veremos, el análisis de la narrativa anarquista nos ayuda a deshacer muchos de los tópicos y mitos que se han ido entretejiendo en torno al ideario anarquista, como su supuesta alabanza de las virtudes de lo rural en contraposición a la barbarie de la ciudad o su confianza ciega en las virtudes del ser humano.
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