Cien años en la vida de una persona como en la de María de los Apóstoles son un “límite”, pero en la vida de una Congregación son solo el inicio de una “presencia”. Cien años ante Dios son como el “día de ayer” que ya pasó y se colocó eternamente en su claridad sempiterna. Queda sí a la posteridad congregacional el cometido de esclarecer sus enseñanzas y lecciones. Tal la “conciencia histórica” de aquellos esfuerzos y heroísmos, al volver hacia atrás pisada tras pisada, tanto que pareciera nada, pero que sí es de importancia hodierna... El desmedro y la depreciación de dicho pasado, priva de referencias para la avanzada. No saber su historia es condenarse a no planear bien el porvenir. Hay que mirar hacia atrás, para saber mirar hacia adelante. Evocar el lejano centenario y lo que a él condujo con tan ricos antecedentes en la vida y obra de la Madre María, debe ser un hundirse en tales raíces para darles suceso y futuro. Con ojeada de retrovisor a dicho tiempo pasado, de proyectos concebidos en su momento para la descendencia, es como se logra el mejor avante, con auténtica “marca genética” de “herencia con identidad salvatoriana”. Qué bien dar futuro al “Proyecto del pasado jordaniano, unido íntimamente a tan trascendental Baronesa”. Bien por esta “Parada de retorno” hacia tantos avatares de la Beata María de los Apóstoles. El recuerdo de ella tiene su magia. El ir en contravía de su olvido es enriquecedora evocación aleccionadora. Adelante entonces hacia su pasado centenario.