E la vida y sacramentos de la reina del cielo, y lo que el altísimo obro en esta pura criatura desde su inmaculada con­cepción hasta que en sus virgíneas entrañas tomo carne huma­na el verbo, y los favores que la hizo en estos primeros quin­ce



Yüklə 5,96 Mb.
səhifə164/267
tarix03.01.2022
ölçüsü5,96 Mb.
#36108
1   ...   160   161   162   163   164   165   166   167   ...   267
Respuesta y doctrina de la Reina del cielo.

339. Carísima hija mía, verdad es que la Divina justicia cerró a los mortales el Cielo por el primer pecado, hasta que mi Hijo San­tísimo le abrió, satisfaciendo con su vida y muerte sobreabundantemente por los hombres. Y así fue conveniente y justo que el mismo Reparador, que como cabeza había unido a sí mismo los miembros redimidos y les abría el cielo, entrase en él primero que los demás hijos de Adán. Y si él no hubiera pecado, no fuera necesario guar­dar este orden para que los hombres subieran a gozar de la Divini­dad en el Cielo empíreo; pero vista la caída del linaje humano, de­terminó la Beatísima Trinidad lo que ahora se ejecuta y cumple. Y este gran misterio fue el que encerró David en el salmo 23, cuan­do, hablando con los espíritus del cielo, dijo dos veces: Abrid, prín­cipes, vuestras puertas, y levantaos, puertas eternales, y entrará el Rey de la gloria (Sal., 23, 7-9). Dijo a los Ángeles que eran puertas suyas porque sólo para ellos estaban abiertas, y para los hombres mortales estaban cerradas. Y aunque no ignoraban aquellos cortesanos del cielo que el Verbo Humanado les había ya quitado los candados y cerraduras de la culpa, y que subía rico y glorioso con los despojos de la muer­te y del pecado, estrenando el fruto de su pasión en la gloria de los Santos Padres del limbo que llevaba en su compañía; con eso se introducen los Santos Ángeles, como admirados y suspensos de esta maravillosa novedad, preguntando: ¿Quién es este Rey de la glo­ria (Sal., 23, 8), siendo hombre y de la naturaleza de aquel que perdió para sí y para todo su linaje el derecho de subir al cielo?


340. A la duda se responden ellos mismos, diciendo que es el Señor fuerte y poderoso en la batalla y el Señor de las virtudes, Rey de la gloria (Ib.). Que fue como darse ya por entendidos de que aquel hombre que venía del mundo para abrir las puertas eternales, no era sólo hombre ni estaba comprendido en la ley del pecado, antes era hombre y Dios verdadero, que fuerte y poderoso en la batalla había vencido al fuerte armado (Lc., 11, 22) que reinaba en el mundo y le había despojado de su reino y de sus armas. Y era el Señor de las virtudes, porque las había obrado como Señor de ellas, con im­perio y sin contradicción del pecado y sus efectos. Y como Señor de la virtud y Rey de la gloria, venía triunfante y distribuyendo virtudes y gloria a sus redimidos, por quien en cuanto hombre había padecido y muerto y en cuanto Dios los levantaba a la eter­nidad de la visión beatífica, habiendo rompido las eternales cerra­duras e impedimentos que les había puesto el pecado.
341. Esto fue, alma, lo que hizo mi Hijo querido, Dios y hom­bre verdadero, y como Señor de las virtudes y gracias me levantó y adornó con ellas desde el primer instante de mi Inmaculada Con­cepción; y como no me tocó el óbice del primer pecado, no tuve el impedimento que los demás mortales para entrar por aquellas puer­tas eternales del Cielo; antes el brazo poderoso de mi Hijo hizo con­migo como con Señora de las virtudes y Reina del Cielo. Y porque de mi carne y sangre había de vestirle y hacerle hombre, quiso su dignación de antemano prevenirme y hacerme su semejante en la pure­za y exención de la culpa y en otros dones y privilegios divinos. Y como no fui esclava de la culpa, no obraba las virtudes como sujeta a ella, sino como señora, sin contradicción y con imperio; no como semejante a los hijos de Adán, pero como semejante al Hijo de Dios que también era Hijo mío.
342. Por esta razón los espíritus celestiales me abrieron las puertas eternales que ellos tenían por suyas, reconociendo que el Señor me había criado más pura que todos los supremos ángeles del cielo y para su Reina y Señora de todas las criaturas. Y advierte, carísima, que quien hizo la ley pudo sin contradicción dispensar de ella, como lo hizo conmigo el supremo Señor y Legislador, exten­diendo la vara de su clemencia más que Asuero con Ester (Est., 4, 11), para que las leyes comunes de los otros, que miraban a la culpa, no se entendiesen conmigo que había de ser Madre del Autor de la gra­cia. Y aunque estos beneficios no los podía merecer yo, pura cria­tura, pero la clemencia y bondad Divina se inclinaron liberalmente y me miraron como humilde sierva, para que eternamente alabase al Autor de tales obras. Y tú, hija mía, quiero que le engrandezcas y bendigas también por ellas.
343. La doctrina que ahora te doy, sea que, pues yo con libe­ral piedad te elegí por mi discípula y compañera, siendo tú pobre y desvalida, trabajes con todas tus fuerzas en imitarme en un ejer­cicio que hice toda mi vida después que nací al mundo, sin omi­tirle día ninguno, por más cuidados y trabajos que tuviese. El ejercicio fue que cada día en amaneciendo me postraba en presen­cia del Altísimo, y le daba gracias y alababa por su ser inmutable y perfecciones infinitas, y porque me había criado de la nada; y reconociéndome criatura y hechura suya le bendecía y adoraba, dán­dole honor, magnificencia y divinidad, como a supremo Señor y Criador mío y de todo lo que tiene ser. Levantaba mi espíritu a po­nerle en sus manos y con profunda humildad y resignación me ofrecía en ellas, y le pedía hiciese de mí a su voluntad en aquel día y en todos los que me restasen de mi vida y me enseñase lo que fuese de mayor agrado suyo para cumplirlo. Esto repetía muchas veces en las obras exteriores de aquel día, y en las interiores con­sultaba primero a Su Majestad, y le pedía consejo, licencia y bendi­ción para todas mis acciones.
344. De mi dulcísimo nombre serás muy devota. Y quiero que sepas que fueron tantas las prerrogativas y gracias que le concedió el Todopoderoso, que de conocerlas yo a la vista de la Divinidad quedé empeñada y cuidadosa para el retorno; de manera que siem­pre que me ocurría a la memoria "María", que era muchas veces, y las que me oía nombrar, me despertaba el afecto al agradecimiento y a emprender arduas empresas en servicio del Señor que me le dio. El mismo nombre tienes tú y respectivamente quiero que haga en ti los mismos efectos, y que me imites con puntualidad en la doc­trina de este capítulo, sin faltar desde hoy por causa alguna que ocurriere; y si, como flaca, te descuidares, vuelve luego y en pre­sencia del Señor y mía di tu culpa, reconociéndola con dolor. Con este cuidado, y repitiendo muchos actos en este santo ejercicio, excusarás imperfecciones y te irás acostumbrando a lo más alto de las virtudes y del beneplácito del Altísimo, que no te negará su Divina gracia para que lo hagas tú, si atendieres a su luz y al objeto más agradable y más deseado de tus afectos y de los míos, que son te entregues toda a oír, atender y obedecer a tu Esposo y Señor, que quiere en ti lo más puro, santo y perfecto, y la voluntad pronta y oficiosa para ejecutarlo.
CAPITULO 22

Yüklə 5,96 Mb.

Dostları ilə paylaş:
1   ...   160   161   162   163   164   165   166   167   ...   267




Verilənlər bazası müəlliflik hüququ ilə müdafiə olunur ©muhaz.org 2025
rəhbərliyinə müraciət

gir | qeydiyyatdan keç
    Ana səhifə


yükləyin