E la vida y sacramentos de la reina del cielo, y lo que el altísimo obro en esta pura criatura desde su inmaculada con­cepción hasta que en sus virgíneas entrañas tomo carne huma­na el verbo, y los favores que la hizo en estos primeros quin­ce



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Doctrina de la Reina del cielo María santísima Señora nuestra.
581. Hija mía, a la vista clara de la luz divina conocí yo, sobre todas las criaturas, el bajo precio y estimación que tienen delante el Altísimo los dones y riquezas de la tierra, y por esto me fue tra­bajoso y enojoso a mi santa libertad hallarme cargada con los teso­ros de los Reyes ofrecidos a mi Hijo santísimo; pero como en todas mis obras había de resplandecer la humildad y obediencia, no quise apropiarlos a mí, ni dispensarlos por mi voluntad, sino por la de mi esposo José; y en esta resignación hice concepto como si fuera sierva suya y como si nada de aquellos bienes temporales me tocara, por­que es cosa fea, y para vosotras las criaturas flacas muy peligrosa, atribuiros o apropiaros cosa ninguna de bienes terrenos, así de ha­cienda como de honra, pues todo esto se hace con codicia, ambición y ostentación vana.
582. He querido, carísima, decirte todo esto para que en todas materias quedes enseñada de no admitir dones ni honras humanas, como si algo te debieran, ni lo apropies a ti misma, y esto menos cuando lo recibes de personas poderosas y calificadas; guarda tu libertad interior y no hagas ostentación de lo que nada vale, ni te puede justificar para con Dios. Si algo te presentaren, nunca digas 'esto me han dado', ni 'esto me han traído', sino 'esto envía el Señor para la comunidad, pidan a Su Majestad por el instrumento de esta misericordia suya'; y nombrarle, para que lo hagan en particular y no se frustre el fin del que hace la limosna. Tampoco la recibas por tu mano, que es insinuar codicia, sino las ofícialas dedicadas para ese fin; y si por el oficio de prelada fuere necesario después de estar dentro el convento darlo a quien le pertenece para distribuirlo al común, sea con magisterio de desprecio, manifestando no está allí el afecto, aunque al Altísimo y al que te hizo el bien se le has de agradecer, y conocer no le mereces. Lo que traen a las demás reli­giosas debes agradecerlo por Prelada, y con toda solicitud cuidar luego se aplique al cuerpo de la comunidad, sin tomar para ti cosa alguna; y no mires con curiosidad lo que viene al convento, porque no se deleite el sentido, ni se incline a apetecerlo o gustar le hagan tales beneficios, que el natural frágil y lleno de pasiones incurre en muchos defectos repetidas veces y muy pocas veces se hace conside­ración de ellos; no se le puede fiar nada a la naturaleza infecta, por­que siempre quiere más de lo que tiene y nunca dice basta y cuanto más recibe mayor sed le queda para más.
583. Pero en lo que te quiero más advertida es en el trato íntimo y frecuente con el Señor, por incesante amor, alabanza y reverencia. En esto quiero, hija mía, que trabajes con todas tus fuerzas y que apliques tus potencias y sentidos sin intervalo, con desvelo y cuida­do; porque sin él es forzoso que la parte inferior, que agrava el alma (Sab 9, 15), la derribe y atierre, la divierta y precipite, haciéndola perder de vista el sumo bien. Y este trato amoroso del Señor es tan deli­cado, que sólo de atender y oír al enemigo en sus fabulaciones se pierde; y por esto solicita él con gran desvelo que le atiendan, como quien sabe que el castigo de haberle escuchado será escondérsele al alma el objeto de su amor; y luego la que inadvertidamente ig­noró su hermosura (Cant 1, 7) sale tras de las pisadas de sus descuidos, despo­seída de suavidad divina, y cuando, a mal de su grado, experimenta el daño en su dolor, quiere volver a buscarla y no siempre se halla ni se le restituye; y como el demonio que la engañó le ofrece otros deleites tan viles y desiguales de aquellos a que tenía acostumbrado el gusto interior, de aquí le resulta y se origina nueva tristeza, tur­bación, caimiento, tibieza, hastío y toda se llena de confusión y peligro.
584. De esta verdad tienes tú, carísima, alguna experiencia, por tus descuidos y tardanza en creer los beneficios del Señor. Ya es tiempo que seas prudente en tu sinceridad y constante en conservar el fuego del santuario, sin perder de vista un punto el mismo objeto a que yo siempre estuve atenta con la fuerza de toda mi alma y po­tencias. Y aunque es grande la distancia de ti, que eres un vil gusanillo, a lo que en mí te propongo que imites y no puedes gozar del bien verdadero tan inmediato como yo le tenía, ni obrar con las con­diciones que yo lo hacía, pero, pues yo te enseño y manifiesto lo que obraba imitando a mi Hijo santísimo, puedes, según tus fuerzas, imitarme a mí, entendiendo que le miras por otro viril; mas porque yo le miraba por el de su humanidad santísima, y tú por el de mi alma y persona. Y si a todos llama y convida el Todopoderoso a esta alta perfección si quieren seguirla, considera tú lo que debes hacer por ella, pues tan larga y poderosa se muestra contigo la diestra del Altísimo para traerte tras de sí (Cant 1, 7).
CAPITULO 19

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