Doctrina que me dio la divina Madre y Señora nuestra. 792. Hija mía, la bondad y clemencia del Altísimo, que por sí mismo dio el ser y le da a todas las criaturas y a ninguna niega su grande Providencia, es fidelísima en dar su luz a todas las almas, para que puedan entrar en el camino de su conocimiento y por él en el de la eterna vida, si la misma alma no se impide y oscurece esta luz por sus culpas y deja la conquista del reino de los cielos. Pero con aquellas almas que por sus secretos juicios llama a su Iglesia muéstrase más liberal, porque en el bautismo les infunde con la gracia otras virtudes, que se llaman esencialmente infusas, que no puede la criatura adquirirlas por sí misma, y otras infusas accidentalmente, que con sus obras pudiera adquirir trabajando pero anticípaselas el Señor, para que se halle el alma pronta y más devota en guardar su Santa Ley. A otras almas, sobre esta común lumbre de la fe, añade su clemencia especiales dones sobrenaturales de mayor inteligencia y virtud, para obrar y conocer los misterios de la Ley Evangélica. Y en este beneficio se ha mostrado contigo más liberal que con muchas generaciones y te ha obligado para que te señales en el amor y correspondencia que le debes, estando siempre humillada y pegada en el polvo.
793. Y para que de todo estés advertida, con el cuidado y amor de madre te quiero enseñar como maestra la astucia con que Satanás procura destruir estas obras del Señor; porque desde la hora que las criaturas entran en el uso de la razón, la siguen a cada una muchos demonios vigilantes y asistentes, para que al tiempo en que debían las almas levantar su mente al conocimiento de Dios y comenzar las operaciones de las virtudes infusas en el bautismo, entonces los demonios con increíble furor y astucia procuren arrancar esta divina semilla y, si no pueden, la impiden para que no dé fruto, inclinando a los hombres a obras viciosas, inútiles y párvulas. Con esta iniquidad los divierten para que no usen de la fe, ni esperanza, ni otras virtudes, ni se acuerden que son cristianos, ni atienda al conocimiento de su Dios y misterios de la redención y vida eterna. Y a más de esto introduce el mismo enemigo en los padres una torpe inadvertencia o ciego amor carnal con sus hijos y en los maestros incita a otros descuidos, para que no reparen en su mala educación y los dejen depravar y adquirir muchos hábitos viciosos y perder las virtudes y sus buenas inclinaciones, y con esto vayan caminando a la perdición.
794. Pero el piadosísimo Señor no se olvida de ocurrir a este peligro, renovando la luz interior con nuevos auxilios y santas inspiraciones, con la doctrina de la Santa Iglesia por sus predicadores y ministros, con el uso y eficaz remedio de los Sacramentos y con otros medios que aplica para reducirlos al camino de la vida. Y si con tantos remedios son menos los que vuelven a la salud espiritual, la causa más poderosa para impedirla son la mala ley de los vicios y costumbres depravadas que mamaron en su puericia. Porque es verdadera aquella sentencia del Deuteronomio (Dt 33, 25): Cuales fueron los días de la juventud, tal será la senectud. Y con esto los demonios van cobrando mayor ánimo y más tirano imperio sobre las almas, juzgando que como se les sujetaron cuando tenían menos y menores culpas, lo harán más fácilmente cuando sin temor vayan cometiendo otras muchas y mayores. Y para ellas les incitan y ponen más loca osadía, porque sucede que con cada pecado que la criatura comete pierde más las fuerzas espirituales y se rinde al demonio y como tirano enemigo cobra imperio sobre ella y la sujeta en la maldad y miseria, con que llega a estar debajo los pies de su iniquidad y le lleva adonde quiere, de precipicio a despeño y de abismo en abismo; castigo merecido a quien por el primer pecado se le sujetó. Por estos medios ha derribado Lucifer tanto número de almas al profundo, y cada día las lleva, levantándose en su soberbia contra Dios. Y por aquí ha introducido en el mundo su tiranía y el olvido de los novísimos de los hombres, muerte, juicio, infierno y gloria, y de abismo en abismo ha despeñado tantas naciones hasta caer en errores tan ciegos y bestiales como contienen todas las herejías y sectas falsas de los infieles. Atiende, pues, hija mía, a tan formidable peligro y nunca falte de tu memoria la Ley de Dios, sus preceptos y mandamientos, las verdades católicas y doctrina evangélica. No pase día alguno sin que mucho tiempo medites en ellos, y aconseja lo mismo a tus religiosas y a todos los que te oyeren, porque su adversario el demonio trabaja y se desvela por oscurecer su entendimiento y olvidarlo de la divina ley, para que no encamine a la voluntad, que es potencia ciega, a los actos de su justificación, que se consigue con fe viva, esperanza cierta, amor fervoroso y corazón contrito y humillado (Sal 50, 19).
CAPITULO 8