E la vida y sacramentos de la reina del cielo, y lo que el altísimo obro en esta pura criatura desde su inmaculada con­cepción hasta que en sus virgíneas entrañas tomo carne huma­na el verbo, y los favores que la hizo en estos primeros quin­ce



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Doctrina de la Reina del cielo María santísima.
861. Hija mía, en lo que has escrito de mi trabajo has entendido altísima doctrina para tu gobierno y mí imitación y para que no la olvides del todo te la reduciré a estos documentos. Quiero que me imites en tres virtudes que has reconocido tenía en lo que has es­crito: prudencia, caridad y justicia, en que reparan poco los mortales. Con la prudencia has de prevenir las necesidades de tus próji­mos y el modo de socorrerlas posible a tu estado, con la caridad te has de mover diligente y amorosa a remediarlas y la justicia te enseñará que es obligación hacerlo así, como para ti podías desearlo y como lo desea el necesitado. Al que no tiene ojos han de ser los tuyos para él (Job 29, 15), al que le faltan oídos has de enseñar y al que no tiene manos le han de servir las tuyas trabajando para él. Y aunque esta doctrina, conforme a tu estado, la debes ejercitar siempre en lo espiritual, pero también quiero que la entiendas en lo temporal y que en todo seas fidelísima en imitarme; pues yo previne la nece­sidad de mi esposo y me dispuse a servirle y sustentarle, juzgando que lo debía, y con ardiente caridad lo hice por medio de mi trabajo hasta que murió. Y aunque el Señor me le había dado para que él me sustentase a mí, y así lo hizo con suma fidelidad todo el tiempo que tuvo fuerzas, pero cuando le faltaron era mía esta obligación, pues el mismo Señor me las daba y fuera gran falta no corresponderle con fineza y fidelidad.
862. No atienden a este ejemplo los hijos de la Iglesia y así entre ellos se ha introducido una impía perversidad que inclina grandemente al justo juez a castigarlos severamente; pues naciendo todos los mortales para trabajar, no sólo después del pecado cuando ya lo tienen merecido por pena, sino desde la creación del primer hombre, no sólo no se reparte el trabajo en todos, pero los más poderosos y ricos y los que el mundo llama señores y nobles todos procuran eximirse de esta ley común y que el trabajo cargue en los humildes y pobres de la república y que éstos sustenten con su mis­mo sudor el fausto y soberbia de los ricos y el flaco y débil sirva al fuerte y poderoso. Y en muchos soberbios puede tanto esta perver­sidad, que llegan a pensar se les debe este obsequio y con este dic­tamen los supeditan, abaten y desprecian y presumen que ellos sólo viven para sí y para gozar del ocio y delicias del mundo y de sus bienes, y aun no pagan el corto estipendio de su trabajo. En esta materia de no satisfacer a los pobres y sirvientes y en lo demás que en esto has conocido, pudieras escribir gravísimas maldades que se hacen contra el orden y voluntad del Altísimo, pero basta saber que, como ellos pervierten la justicia y razón y no quieren participar del trabajo de los hombres, así también se mudará con ellos el orden de la misericordia que se concede a los pequeños y despreciados y los que detuvo la soberbia en su pesada ociosidad serán castigados con los demonios, a quienes imitaron en ella.
863. Tú, carísima, atiende para que conozcas este engaño y siem­pre el trabajo esté delante de ti con mi ejemplo y te alejes de los hijos de Belial, que tan ociosos buscan el aplauso de la vanidad para trabajar en vano. No te juzgues prelada ni superior, sino esclava de tus súbditas, y más de la más débil y humilde, y de todas sin dife­rencia diligente sierva. Acúdelas, si necesario fuere, trabajando para alimentarlas; y esto has de entender que te toca, no por prelada, sino también porque la religiosa es tu hermana, hija de tu Padre ce­lestial y hechura del Señor, que es tu Esposo. Y habiendo recibido tú más que todas de su liberal mano, también estás obligada a traba­jar más que otra alguna, pues lo merecías menos. A las enfermas y flacas alívialas del trabajo corporal y tómale tú por ellas. Y no sólo quiero que cargues a las otras del trabajo que tú puedes llevar y te pertenece, sino antes carga sobre tus hombros, en cuanto fuere posible, el de todas como sierva suya y la menor y como quiero que lo entiendas y te juzgues porque no podrás tú hacerlo todo y convie­ne que distribuyas los trabajos corporales a tus súbditas, advierte que en esto tengas igualdad y orden, no cargando más a la que con humildad resiste menos o es más flaca, antes bien quiero cuides de humillar a la que fuere más altiva y soberbia y se aplica de mala gana al trabajo; pero esto sea sin irritarlas con mucha aspereza, antes con humilde cordura y severidad has de obligar a las tibias y de difi­cultosa condición, que entren en el yugo de la santa obediencia, y en esto le haces el mayor beneficio que puedes y tú satisfaces a tu obligación y conciencia; y has de procurar que así lo entiendan. Y todo lo conseguirás si no aceptas persona de ninguna condición y si a cada una le das lo que puede en el trabajo y lo que necesita y ha me­nester para sí; y esto con equidad e igualdad, obligándolas y compe­liéndolas a que aborrezcan la ociosidad y flojedad, viéndote trabajar la primera en lo más difícil, que con esto adquirirás una libertad humilde para mandarlas; pero lo que tú puedas hacer no lo mandes a ninguna, para que tú goces el fruto y el premio de tu trabajo a mi imitación y obedeciendo a lo que te amonesto y ordeno.
CAPITULO 14

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