E la vida y sacramentos de la reina del cielo, y lo que el altísimo obro en esta pura criatura desde su inmaculada con­cepción hasta que en sus virgíneas entrañas tomo carne huma­na el verbo, y los favores que la hizo en estos primeros quin­ce



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Doctrina de la Reina del cielo María santísima.
930. Hija mía, con la inteligencia que te doy de las obras miste­riosas de mi Hijo santísimo y mías, te veo admirada porque, siendo tan poderosas para reducir los corazones de los mortales, hayan es­tado muchas de ellas ocultas hasta ahora. Pero tu admiración no ha de ser de la que los hombres ignoran de estos misterios, sino que habiendo conocido tantos de la vida y obras de mi Señor y suyo los tengo tan olvidados y despreciados. Si no fueran de pesados cora­zones, si atendieran con afecto a las verdades divinas, poderosos motivos tienen en la vida de mi Hijo y mía con lo que de ella saben para ser agradecidos. Por los artículos de la santa fe católica y por tantas verdades divinas como les enseña y propone la Iglesia Santa, se pudieran reducir muchos mundos; pues por ellas conocen que el Unigénito del eterno Padre se vistió de la forma de siervo en carne mortal para redimirnos con afrentosa muerte de cruz y les adquirió la vida eterna, dando la suya temporal, y revocándolos de la muerte del infierno. Y si este beneficio se tomara a peso, y los mortales no fueran tan ingratos con su Dios y Reparador y tan crueles consigo mismos, ninguno perdiera la ocasión de su remedio, ni se entregara a la condenación eterna; pues admírate, carísima, y llora con llanto irreparable la perdición formidable de tantos necios e ingratos y olvidados de Dios, de lo que le deben y de sí mismos.
931. Otras veces te he dicho (Cf. supra n. 883) que el número de estos infelices prescitos es tan grande y el de los que se salvan tan pequeño, que no es conveniente declararle más en particular, porque si lo en­tendieras y eres hija verdadera de la Iglesia y esposa de Cristo mi Hijo y Señor, habías de morir con el dolor de tal desdicha; pero lo que puedes saber es que toda esta perdición y los daños que padece el pueblo cristiano en el gobierno y en otras cosas que le afligen, así en las cabezas como en los miembros de este cuerpo místico de los eclesiásticos como de los seglares, todo se origina y redunda del olvido y desprecio que tienen de la vida de Cristo y de las obras de la redención humana. Y si en esto se tomara algún medio para despertar su memoria y agradecimiento y procedieran como hijos fieles y reconocidos a su Hacedor y Reparador y a mí que soy su intercesora, se aplacara la indignación del justo Juez y tuviera algún remedio la general ruina, azote de los católicos, y se aplacara el Eterno Padre, que justamente vuelve por la honra de su Hijo y cas­tiga con más rigor a los siervos que saben la voluntad de su Señor y no la cumplen.
932. Encarecen mucho los fieles en la Iglesia Santa el pecado de los judíos incrédulos en quitar la vida a su Dios y Maestro, y es así que fue gravísimo y mereció los castigos de aquel ingrato pueblo; pero no advierten los católicos que sus pecados tienen otras con­diciones en que exceden a los que cometieron los judíos, pues aunque su ignorancia fue culpable al fin la tuvieron de la verdad, y entonces el Señor se les entregó de [o a su propia] voluntad, permitiendo que obrasen las ti­nieblas y su potestad (Lc 22, 53), en que por sus culpas estaban los judíos oprimidos; pero hoy los católicos no tienen esta ignorancia, antes están en medio de la luz y con ella conocen y penetran los miste­rios divinos de la Encarnación y Redención, y la Santa Iglesia está fundada, amplificada e ilustrada con maravillas, con Santos, con

las Escrituras, y conoce y confiesa las verdades que los otros no alcanzaron, y con todo este cúmulo de favores, beneficios, ciencia y luz, viven muchos como infieles o como si no tuvieran a los ojos tantos motivos que los despierten y obliguen y tantos castigos que los atemoricen. ¿Pues cómo pueden con estas condiciones imaginar que otros pecados han sido mayores y más graves que los suyos? ¿Y cómo no temen que su castigo será más lamentable? Oh hija mía, pondera mucho esta doctrina y teme con temor santo; humíllate hasta el polvo y reconócete por la inferior de las criaturas delante el Altísimo; mira las obras de tu Redentor y Maestro, encamínalas y aplícalas a tu justificación con dolor y penitencia de tus culpas; imítame y sigue mis caminos como en la divina luz los conoces. Y no sólo quiero que trabajes para ti sola, sino también para tus her­manos; y esto ha de ser pidiendo y padeciendo por ellos y amonestan­do con caridad a los que pudieres, supliendo con ella lo que no te hubieren obligado; y procura mostrarte más en solicitar el bien de quien te ofendiere, sufriendo a todos, humillándote hasta los más ínfimos, y a los necesitados en la hora de la muerte, como tienes orden de hacerlo (Cf. supra n. 884, 885), sé solícita en ayudarles con fervorosa caridad y firme confianza.


CAPITULO 20

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