E la vida y sacramentos de la reina del cielo, y lo que el altísimo obro en esta pura criatura desde su inmaculada con­cepción hasta que en sus virgíneas entrañas tomo carne huma­na el verbo, y los favores que la hizo en estos primeros quin­ce



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Doctrina de la Santísima Virgen María.
441. Hija mía, entre los favores grandes e inefables que recibí en el discurso de mi vida de la diestra del Todopoderoso, uno fue el que acabas de conocer y escribir ahora; porque en la vista clara de la divinidad y ser incomprensible del Altísimo conocí ocul­tísimos sacramentos y misterios, y en aquel adorno y desposorio recibí incomparables beneficios, y en mi espíritu sentí dulcísimos y divinos efectos. Aquel deseo que tuve de hacer los cuatro votos de pobreza, obediencia, castidad y encerramiento, agradó mucho al Señor; y merecí con el deseo que se estableciese en la Iglesia y ley de gracia el hacer los mismos votos las religiosas, como hoy se acostumbra; y aquel fue el principio de lo que ahora hacéis las religiosas, según lo que dijo Santo Rey David (Sal., 44, 13): Adducentur Regí virgines post eam, en el salmo 44, porque el Altísimo ordenó que fuesen mis deseos el fundamento de las religiones de la Ley Evangélica. Y yo cumplí entera y perfectísimamente todo lo que allí propuse delante del Se­ñor, en cuanto según mi estado y vida fue posible; ni jamás miré al rostro a hombre alguno, ni de mi esposo San José, ni de los mismos Ángeles, cuando en forma humana se me aparecían, pero en Dios los vi y conocí todos; y a ninguna cosa criada o racional tuve afecto, ni en operación e inclinación humana; ni tuve querer propio: sí o no, haré o no haré, porque en todo me gobernó el Altísimo, o por sí inmediatamente, o por la obediencia de las criaturas a quien de vo­luntad me sujetaba.
442. No ignores, carísima, que como el estado de la religión es sagrado y ordenado por el Altísimo, para que en él se conserve la doctrina de la perfección cristiana y perfecta imitación de la vida santísima de mi Hijo, por esto mismo está indignadísimo con las almas religiosas que duermen olvidadas de tan alto beneficio y viven tan descuidadas y más relajadamente que muchos hombres mundanos; y así les aguarda más severo juicio y castigo que a ellos. También el demonio, como antigua y astuta serpiente, pone más diligencia y sagacidad en tentar y vencer a los religiosos y religio­sas que con todo el resto de los mundanos respectivamente; y cuando derriba a un alma religiosa, hay mayores consejos y solicitud de todo el infierno, para que no se vuelva a levantar con los reme­dios que para esto tiene más prontos la religión, como son la obe­diencia y ejercicios santos y uso frecuente de los sacramentos. Para que todo esto se malogre y no le aproveche al religioso caído, usa el enemigo de tantas artes y ardides, que sería espantosa cosa el cono­cerlos. Pero mucho de esto se manifiesta considerando los movimien­tos y obras que hace un alma religiosa para defender sus relajacio­nes, excusándolas si puede con algún color y si no con inobediencias y mayores desórdenes y culpas.
443. Advierte, pues, hija mía, y teme tan formidable peligro; y con las fuerzas de la Divina gracia procura levantarte a ti sobre ti, sin consentir en tu voluntad afecto ni movimiento desordenado. Toda quiero que trabajes en morir a tus pasiones y espiritualizarte, para que, extinguido en ti todo lo que es terreno, pases al ser angélico por la vida y conversación. Para llenar el nombre de esposa de Cristo has de salir de los términos y esfera del ser humano y ascen­der a otro estado y ser divino; y aunque eres tierra, has de ser tierra bendita sin espinas de pasiones, cuyo fruto copioso sea todo para el Señor, que es su dueño. Y si tienes por esposo aquel supremo y poderoso Señor, que es Rey de los reyes y Señor de los señores, dedígnate de volver los ojos, y menos el corazón, a los esclavos viles, que son las criaturas humanas; pues aun los ángeles te aman y respetan por la dignidad de esposa del Altísimo. Y si entre los mortales se juzga por osadía temeraria y desmesurada que un hom­bre vil ponga los ojos en la esposa del príncipe ¿qué delito será ponerlos en la esposa del Rey celestial y todopoderoso? Y no será menor culpa que ella lo admita y lo consienta. Asegúrate y pondera que es incomparable y terrible el castigo que para este pecado está prevenido, y no te le muestro a la vista porque con ella no des­fallezca tu flaqueza. Y quiero que para ti sea bastante mi enseñanza para que ejecutes todo lo que te ordeno y me imites como discípula en cuanto alcanzaren tus fuerzas; y sé solícita en amonestar a tus monjas esta doctrina y hacer que la ejecuten.—Señora mía y Reina piadosísima, con júbilo de mi alma oigo vuestras dulcísimas palabras llenas de espíritu y de vida; y deseo escribirlas en lo íntimo de mi corazón con la gracia de vuestro Hijo Santísimo que os suplico me alcancéis. Y si me dais licencia, hablaré en vuestra presencia como discípula ignorante con mi Maestra y Señora. Deseo, Madre y amparo mío, que para cumplir los cuatro votos de mi pro­fesión, como Vuestra Majestad me lo manda y yo debo, y aunque indigna y tibia lo deseo, me déis alguna doctrina más copiosa que me sirva de guía y magisterio en el cumplimiento de esta obliga­ción y afecto que en mi ánimo habéis puesto.
CAPITULO 3

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