Respuesta y doctrina de la Reina y Señora del mundo. 299. Hija mía, por dos razones fueron ocultos los efectos divinos que mi Hijo santísimo obró por mí en San Juan y en su madre Santa Isabel, y no los de San Zacarías. La una, porque Santa Isabel mi sierva exclamó y habló con claridad en alabanza del Verbo humanado en mis entrañas y mía, y convenía que entonces no se manifestase tan expresamente el misterio ni mi dignidad, porque la venida del Mesías se había de manifestar por otros medios más convenientes. La otra razón fue, porque no todos los corazones estaban dispuestos como el de Santa Isabel para recibir tan preciosa y nueva semilla, ni percibieran sacramentos tan altos con la veneración debida. Y fuera de esto, para manifestar entonces lo que convenía, era más a propósito el Sacerdote San Zacarías por su dignidad, de quien se pudiera recibir el principio de la luz con más aceptación que de Santa Isabel en presencia de su marido; y lo que dijo ella se reservó para su tiempo. Y aunque las palabras del Señor ellas se llevan consigo la fuerza, con todo eso era más suave y acomodado modo aquel medio del Sacerdote para los ignorantes y poco ejercitados en los misterios divinos.
300. Convenía asimismo acreditar y honrar la dignidad del Sacerdote, de quien hace tanta estimación el Altísimo, que si en ellos halla la disposición debida siempre los engrandece y comunica su espíritu, para que el mundo los tenga en veneración como a sus escogidos y ungidos; y en ellos tienen menos peligros las maravillas del Señor, por mucho que se manifiesten; y si correspondieran a su dignidad, habían de ser sus obras de serafines y sus semblantes de ángeles entre las demás criaturas, su rostro había de resplandecer como el de Moisés cuando salió de la presencia y trato del Señor (Ex 34, 29) y por lo menos deben de comunicar con los demás hombres de manera que se hagan respetar y venerar después del mismo Dios. Y quiero, carísima, que entiendas está hoy el Altísimo muy indignado con el mundo, entre otras ofensas por las que recibe sobre esto, así de los Sacerdotes como de los legos. Con los Sacerdotes, porque olvidados de su altísima dignidad, la ultrajan con hacerse viles y contentibles y manuales, y escandalosos muchos, dando mal ejemplo al mundo, que ocasionan con el desprecio de su santificación. Y con los legos, porque son temerarios y atrevidos contra los cristos del Señor, a los cuales, aunque sean imperfectos y no de loable conversación, con todo eso los deben honrar y reverenciar en lugar de Cristo mi Hijo santísimo en la tierra.
301. Por esta veneración del Sacerdote procedí yo también diferentemente que con Santa Isabel. Porque si bien el Altísimo ordenó que fuese yo el conducto o instrumento para comunicarles su divino Espíritu, pero a Santa Isabel de tal suerte la saludé que con la voz de mi salutación mostré alguna superioridad, para mandar al pecado original que su hijo tenía, y desde entonces se le había de perdonar por medio de mis palabras, dejando llenos de Espíritu Santo a hijo y madre. Y como yo no había contraído el pecado original, sino que fui libre y exenta de él, tuve imperio y dominio en aquella ocasión, mandándole como Señora que había triunfado de él por la preservación del Altísimo, y no como esclava, como lo quedan todos los hijos de Adán que en él pecaron. Pues para librar a mi siervo San Juan Bautista de esta servidumbre y prisiones del pecado, quiso el Señor que imperase como quien jamás había estado sujeta a él. A San Zacarías no le saludé por este modo de dominio, mas rogué por él, guardándole la reverencia y decoro que pedía su dignidad y mi recato. Y aun el mandar a su lengua que se desatase, aunque fue mental y ocultamente, no lo hiciera yo por el respeto del Sacerdote, si no me lo mandara el Altísimo, dándome también a conocer que la persona del Sacerdote no estaba bien dispuesta con la imperfección y defecto de la mudez; porque con todas sus potencias ha de estar expedito y dispuesto para el servicio y alabanza del Señor. Y porque en esta materia de respetar a los Sacerdotes te diré más en otra ocasión, baste ahora esto para responderte a la duda que tenías.
302. La doctrina que ahora te doy sea, que con todas las personas que tratares, superiores o inferiores, de todas procures ser enseñada en el camino de la virtud y vida eterna. Y en esto imitarás lo que hizo conmigo mi sierva Santa Isabel, pidiendo a todos, con el modo y prudencia que debes, te adiestren y encaminen; que por esta humildad dispone tal vez el Señor la buena dirección y acierto y envía su luz divina; y lo hará contigo, si procedes con sencilla discreción y celo de la virtud. Procura también arrojar de ti o no admitir ningún linaje o asomo de lisonjas de criaturas y las conversaciones donde las puedes oír, porque esta fascinación oscurece la luz y pervierte el sentido inadvertido. Y el Señor es tan celoso con las almas que mucho ama, que al punto se retira si ellas admiten alabanzas humanas y se pagan de sus lisonjas, porque con esta liviandad se hacen indignas de sus favores. Y no es posible concurrir juntos en un alma la adulación del mundo y los regalos del Altísimo, los cuales son verdaderos, santos, puros, estables, que humillan, limpian, pacifican e ilustran el corazón: y por el contrario las caricias, lisonjas de las criaturas son vanas, inconstantes, falaces, impuras y mentirosas, como salidas de la boca de aquellos que ninguno deja de mentir; y todo lo que es mentira es obra del enemigo.
303. Tu Esposo, hija mía carísima, no quiere que tus orejas se apliquen a oír ni admitir fabulaciones falsas y terrenas, ni que las adulaciones del mundo las inficionen ni manchen, y así quiero que para todos estos engaños venenosos las tengas cerradas y defendidas con fuerte custodia para que no los percibas. Y si tu Dueño y Señor se deleita de hablarte al corazón palabras de vida eterna, razón será que para oír sus caricias y atender a su amor te hagas insensible, sorda y muerta a todo lo terreno, y que todo sea tormento y muerte para ti. Mira que le debes grande fineza y que todo el infierno junto, valiéndose de la blandura de tu natural, quiere pervertírtele, para que le tengas suave para las criaturas e ingrato a Dios eterno. Vela y cuida de resistirle fuerte en la fe (1 Pe 5, 9)de tu amado Dueño y Esposo.
CAPITULO 24