Doctrina que me dio la Reina santísima María. 550. Hija mía, advertida quedas en el capítulo pasado (Cf. supra n. 529)para no inquirir por orden sobrenatural cosa alguna del Señor, ni por aliviarte del padecer, ni por natural inclinación y menos por vana curiosidad. Ahora te advierto que tampoco por ninguno de estos motivos has de dar lugar a tus afectos para codiciar ni ejecutar cosa alguna natural o exterior; porque en todas las operaciones de tus potencias y obras de los sentidos has de moderar y rendir tus inclinaciones, sin darles lo que piden, aunque sea con color aparente de virtud o piedad. No tenía yo peligro de exceder en estos afectos, por mi inculpable inocencia, ni tampoco le faltaba piedad al deseo que tenía de asistir al portal donde mi Hijo santísimo había nacido y recibido la circuncisión; mas con todo eso no quise manifestar mi deseo, aun siendo preguntada de mi esposo, porque antepuse la obediencia a esta piedad y conocí era más seguro para las almas y de mayor agrado al Señor buscar su santa voluntad por consejo y parecer ajeno que por la inclinación propia. En mí fue esto mayor mérito y perfección; pero en ti y en las demás almas, que tenéis peligro de errar por el dictamen propio, ha de ser esta ley más rigurosa para prevenirle y desviarle con discreción y diligencia; porque la criatura ignorante y de corazón tan limitado arrimase fácilmente con sus afectos y párvulas inclinaciones a cosas pequeñas, y tal vez se ocupa toda con lo poco como con lo mucho, y lo que es nada le parece algo, y todo esto la inhabilita y priva de grandes bienes espirituales, de gracia, luz y merecimiento.
551. Esta doctrina, con toda la que te he de dar, escribirás en tu corazón y procura hacer en él un memorial de todo lo que yo obraba, para que como lo conoces lo entiendas y ejecutes. Y atiende a la reverencia, amor y cuidado, al temor santo y circunspecto con que yo trataba a mi Hijo santísimo. Y aunque siempre viví con este desvelo, pero después que le concebí en mi vientre, jamás le perdí de vista, ni me retardé en el amor que entonces me comunicó Su Alteza. Y con este ardor de más agradarle, no descansaba mi corazón, hasta que unida y absorta en la participación de aquel sumo bien y último fin, me quietaba a tiempos como en mi centro; pero luego volvía a mi continua solicitud, como quien prosigue su camino, sin detenerse en lo que no le ayudaba y le retarda su deseo. Tan lejos estaba mi corazón de apegarse a cosa alguna de las de la tierra, ni seguir inclinación sensible, que en esto vivía como si no fuera de la común naturaleza terrena. Y si las demás criaturas no están libres de las pasiones, o no las vencen en el grado que pueden, no se querellen de la naturaleza sino de su misma voluntad; que antes la naturaleza flaca se puede quejar de ellas, porque podían con el imperio de la razón regirla y encaminarla y no lo hacen, antes la dejan seguir sus desórdenes y la ayudan con la voluntad libre y con el entendimiento le buscan más objetos, peligros y ocasiones en que se pierda. Por estos precipicios que ofrece la vida humana te advierto, carísima mía, que ninguna cosa visible, aunque sea necesaria y al parecer muy justa, ni la apetezcas ni la busques. Y de todo lo que usas por necesidad, la celda, el vestido y sustento y lo demás, sea por obediencia con beneplácito de los Prelados; porque el Señor lo quiere y yo lo apruebo, para que uses de ello en servicio del Todopoderoso. Por tantos registros como los que te he insinuado ha de pasar todo lo que obrares.