Doctrina que me dio la Reina del cielo. 843. Hija mía, muchas veces te he representado cuan injurioso es para el Altísimo y peligroso para los mortales el olvido y el descuido que tenéis de las obras misteriosas y tan admirables que su divina clemencia ordenó para vuestro remedio, con que las despreciáis; el maternal amor me solicita a renovar en ti algo de esta memoria y el dolor de tan lamentable daño. ¿Dónde está el juicio y el seso de los hombres, que tan peligrosamente desprecian su salvación eterna y la gloria de su Criador y Reparador? Las puertas de la gracia y de la gloria están patentes, y no sólo no quieren entrar por ellas, pero saliéndoles la misma vida y luz al encuentro cierran las suyas para que no entre en sus corazones llenos de tinieblas y de muerte. ¡Oh crueldad más que inhumana del pecador, pues siendo tu enfermedad mortal y la más peligrosa de todas no quieres admitir el remedio cuando graciosamente te le ofrecen! ¿Cuál sería el difunto que no se reconociese muy obligado a quien le restituyese la vida? ¿Cuál el enfermo que no diese gracias al médico que le curó de su dolencia? Pues si los hijos de los hombres conocen esto y saben ser agradecidos a quien les da la salud y la vida que luego han de perder y sólo sirve de restituirlos a nuevos peligros y trabajos, ¿cómo son tan estultos y pesados de corazón, que ni agradecen ni reconocen a quien les da salvación y vida de descanso eterno y los quiere rescatar de las penas que ni tendrán fin, ni tienen ponderación bastante?
844. ¡Oh carísima mía! ¿cómo puedo yo reconocer por hijos y ser madre de los que así desprecian a mi único y amantísimo Hijo y Señor y su liberal clemencia? Conocenla los ángeles y santos en el cielo y se admiran de la grosera ingratitud y peligro de los vivientes y justifícase en su presencia la rectitud de la divina justicia. Mucho te he dado a conocer de estos secretos en esta Historia y ahora te declaro más, para que me imites y acompañes en lo que yo lloré amargamente esta infeliz calamidad, en que ha sido grandemente Dios ofendido y lo es, y llorando tú sus ofensas procura de tu parte enmendarlas. Y quiero de ti que no pase día ninguno sin rendir humilde agradecimiento a su grandeza, porque ordenó los Santos sacramentos y sufre el mal uso de ellos en los malos fieles; recibelos con profunda reverencia, fe y esperanza firme. Y por el amor que tienes al santo sacramento de la penitencia, debes procurar llegar a él con la disposición y partes que enseña la Santa Iglesia y sus doctores para recibirle fructuosamente; frecuéntale con humilde y agradecido corazón todos los días, y siempre que te hallares con culpa no dilates el remedio de este sacramento; lávate y limpia tu alma, que es torpísimo descuido conocerse maculada del pecado y dejarse mucho tiempo, ni un solo instante, en su fealdad.
845. Singularmente quiero que entiendas la indignación del Omnipotente Dios, aunque no podrás conocerla entera y dignamente, contra los que atrevidos y con loca osadía reciben indignamente estos sagrados sacramentos y en especial el augustísimo del altar. ¡Oh alma, y cuánto pesa esta culpa en la estimación del Señor y de los Santos! ¡Y no sólo recibirle indignamente, pero las irreverencias que se cometen en las iglesias y en su real presencia! ¿Cómo pueden decir los hijos de la Iglesia que tienen fe de esta verdad y que la respetan, si estando en tantas partes Cristo sacramentado, no sólo no le visitan ni reverencian, pero en su presencia cometen tales sacrilegios, cuales no se atreven los paganos en su falsa secta? Esta es causa que pedía muchos avisos y libros, y te advierto, hija mía, que los hombres en el siglo presente tienen muy desobligada a la equidad del Señor, para que no les declare lo que mi piedad desea para su remedio; pero lo que han de saber ahora es que su juicio será formidable y sin misericordia, como de siervos malos e infieles condenados por su misma boca(Lc 19, 22). Esto podrás advertir a todos los que quisieren oírte y aconsejarles que cada día vayan siquiera a los templos, donde está Dios sacramentado, a darle culto de adoración y reverencia y procuren asistir con ella oyendo misa, que no saben los hombres cuánto pierden por esta negligencia.
CAPITULO 12