Doctrina que me dio la misma Reina y Señora nuestra. 992. Hija mía, las obras penales del cuerpo son tan propias y legítimas a la criatura mortal, que la ignorancia de esta verdad y deuda y el olvido y desprecio de la obligación de abrazar la cruz tiene a muchas almas perdidas y a otras en el mismo peligro. El primer título por que los hombres deben afligir y mortificar su carne es por haber sido concebidos en pecado, y por él quedó toda la naturaleza humana depravada, sus pasiones rebeldes a la razón, inclinadas al mal y repugnando al espíritu(Rom 7, 23), y dejándolas seguir su propensión llevan al alma precipitándola de un vicio en otros muchos; pero si esta fiera se refrena y sujeta con el freno de la mortificación y penalidades, pierde sus bríos y tiene superioridad la razón y la luz de la verdad. El segundo título es, porque ninguno de los mortales ha dejado de pecar contra Dios eterno y a la culpa indispensablemente ha de corresponder la pena y el castigo o en esta vida o en la otra; y, pecando juntos alma y cuerpo, en toda rectitud de justicia han de ser castigados entrambos y no basta el dolor interior si por no padecer se excusa la carne de la pena que le corresponde; y como la deuda es tan grande y la satisfacción del reo tan limitada y escasa y no sabe cuándo tendrá satisfecho al Juez aunque trabaje toda la vida, por eso no debe descansar hasta el fin de ella.
993. Y aunque sea tan liberal la divina clemencia con los hombres, que si quieren satisfacer por sus pecados con la penitencia en lo poco que pueden, no sólo se da Su Majestad por satisfecho de las ofensas recibidas, sino que sobre esto se quiso obligar con su palabra a darles nuevos dones y premios eternos, pero los siervos fieles y prudentes que de verdad aman a su Señor han de procurar añadir otras obras voluntarias; porque el deudor que sólo trata de pagar y no hacer más de lo que debe, si nada le sobra, aunque pague queda pobre y sin caudal, pues ¿qué deben hacer o esperar los que ni pagan ni hacen obras para esto? El tercer título, y que más debía obligar a las almas, es imitar y seguir a su divino Maestro y Señor; y aunque sin tener culpas ni pasiones mi Hijo santísimo y yo nos sacrificamos al trabajo y fue toda nuestra vida una continua aflicción de la carne y mortificación, y así convenía que el mismo Señor entrase en la gloria(Lc 24, 26) de su cuerpo y de su nombre y que yo le siguiese en todo; pues si esto hicimos nosotros, porque era razón, ¿cuál es la de los hombres en buscar otro camino de vida suave y blanda, deleitosa y gustosa, y dejar y aborrecer todas las penas, afrentas, ignominias, ayunos y mortificaciones, y que sea sólo para padecerlas Cristo mi Hijo y Señor, y para mí, y que los reos, deudores y merecedores de las penas, estén mano sobre mano entregados a las feas inclinaciones de la carne, y que las potencias que recibieron para emplearlas en servicio de Cristo mi Señor y su imitación las apliquen al obsequio de sus deleites y del demonio que los introdujo? Este absurdo tan general entre los hijos de Adán tiene muy irritada la indignación del justo Juez.
994. Verdad es, hija mía, que con las penas y aflicciones de mi santísimo Hijo se recuperaron las menguas de los merecimientos humanos, y para que yo, que era pura criatura, cooperase con Su Majestad como haciendo las veces de todas las demás, ordenó que le imitase perfecta y ajustadamente en sus penas y ejercicios; pero esto no fue para excusar a los hombres de la penitencia, antes para provocarlos a ella, pues para sólo satisfacer por ellos no era necesario padecer tanto. Y también quiso mi Hijo santísimo, como verdadero padre y hermano, dar valor a las obras y penitencias de los que le siguiesen, porque todas las operaciones de las criaturas son de poco aprecio en los ojos de Dios si no le recibieran de las que hizo mi Hijo santísimo. Y si esto es verdad en las obras enteramente virtuosas y perfectas, ¿qué será de las que llevan consigo tantas faltas y menguas, y aunque sean materia de virtudes, como de ordinario las hacéis los hijos de Adán, pues aun los más espirituales y justos tienen mucho que suplir y enmendar en sus obras? Todos estos defectos llenaron las obras de Cristo mi Señor, para que el Padre las recibiese con las suyas; pero quien no trata de hacer algunas, sino que se está mano sobre mano ocioso, tampoco puede aplicarse las de su Redentor, pues con ellas no tiene qué llenar y perfeccionar, sino muchas que condenar. Y no te digo ahora, hija mía, el execrable error de algunos fieles que en las obras de penitencia han introducido la sensualidad y vanidad del mundo, de manera que merecen mayor castigo por la penitencia que por otros pecados, pues juntan a las obras penales fines vanos e imperfectos, olvidando los sobrenaturales que son los que dan mérito a la penitencia y vida de gracia al alma. En otra ocasión, si fuere necesario, te hablaré en esto; ahora queda advertida para llorar esta ceguera y enseñada para trabajar, pues cuando fuera tanto como los Apóstoles, Mártires y Confesores, todo lo debes, y siempre has de castigar tu cuerpo y extenderte a más y pensar que te falta mucho, y más siendo la vida tan breve y tú tan débil para pagar.
CAPITULO 26