Doctrina que me dio la misma Reina y Señora. 1023. Hija mía, todas las obras de mi Hijo santísimo manifiestan el amor divino con las criaturas y cuan diferente es del que ellas tienen entre sí mismas; porque como son tan escasas, coartadas y avarientas y sin eficacia, no se mueven de ordinario para amarse si no las provoca algún bien que suponen en lo que aman, y así el amor de una criatura nace del bien que halla en el objeto. Pero el amor divino, como se origina de sí mismo y es eficaz para hacer lo que quiere, no busca a la criatura suponiéndola digna, antes la ama para hacerla con amarla; y por esta razón ninguna alma debe desconfiar de la bondad divina, pero tampoco por esta verdad, y suponiéndola, ha de fiar vana y temerariamente esperando que el amor divino obre en ella los efectos de gracia que desmerece; porque en este amor y dones guarda el Altísimo un orden de equidad ocultísima a las criaturas y, aunque a todas las ama y quiere que sean salvas, pero en la distribución de estos dones y efectos de su amor, que a nadie niega, hay cierta medida y peso del santuario con que se dispensan. Y como la criatura no puede investigar ni alcanzar este secreto, ha de procurar que no pierda ni deje vacía la primera gracia y vocación, porque no sabe si por esta ingratitud desmerecerá la segunda, y sólo puede saber que no se le negará si no se hiciere indigna. Comienzan estos efectos del amor divino en el alma por la interior ilustración, para que en presencia de la luz sean los hombres redargüidos y convencidos de sus pecados y mal estado y del peligro de la eterna muerte; pero la soberbia humana los hace tan estultos y graves de corazón, que son muchos los que resisten a la luz; otros son tardos en moverse y nunca acaban de responder, y por esto malogran la primera eficacia del amor de Dios y se imposibilitan para otros efectos. Y como sin el socorro de la gracia no puede la criatura evitar el mal ni hacer el bien ni conocerle, de aquí nace el arrojarse de un abismo en otros muchos, porque, malogrando yechando de sí la gracia y desmereciendo otros auxilios, viene a ser inexcusable la ruina en abominables pecados despeñándose de unos en otros.
1024. Atiende, pues, carísima, a la luz que en tu alma ha obrado el amor del Muy Alto, pues por la que has recibido en la noticia de mi vida, cuando no tuvieras otra, quedabas tan obligada que, si no correspondes a ella, serás en los ojos de Dios y míos y en presencia de los Ángeles y hombres, más reprensible que ninguno otro de los nacidos. Sírvate también de ejemplo lo que hicieron los primeros discípulos de mi santísimo Hijo y la prontitud con que le siguieron y le imitaron; y aunque el tolerarlos, sufrirlos y criarlos, como Su Majestad lo hizo, fue especialísima gracia, ellos también correspondieron y ejecutaron la doctrina de su Maestro; y aunque eran frágiles en la naturaleza, no se imposibilitaban para recibir otros mayores beneficios de la divina diestra y extendían sus deseos a mucho más de lo que alcanzaban sus fuerzas. Y en obrar estos afectos de amor con verdad y fineza, quiero que me imites a mí en lo que para este fin te he declarado de mis obras y los deseos que tuve de morir por mi Hijo santísimo y con él, si me fuera concedido. Prepara tu corazón para lo que te mostraré adelante de la muerte de Su Majestad y lo demás de mi vida, con que obrarás lo más perfecto y santo. Y te advierto, hija mía, que tengo una queja del linaje humano, y es muy general, que otras veces te la he insinuado (Cf. supra n. 701, 930, 919, 939), por el olvido y poca atención de los mortales para entender y saber lo que mi Hijo y yo trabajamos por ellos; y consuélanse con creerlo por mayor, y como ingratos no pesan el beneficio que de cada obra reciben, ni el retorno que merece. No me des tú este disgusto, pues te hago capaz y participante de tan venerables secretos y magníficos sacramentos, en los cuales hallarás luz, doctrina, enseñanza y la práctica de la perfección más alta y encumbrada. Levántate a ti sobre ti, obra diligente, para que se te dé gracia y más gracia, y correspondiendo a ella congregues muchos merecimientos y premios eternos.
CAPITULO 29