América Latina
Al Sur del Río Bravo se extiende el vasto territorio de lo que se ha deno-
minado América Latina, tierra bañada por ambos océanos y que, junto con
EE.UU. y Canadá, forma una inmensa isla continental. Este territorio es
fruto del esfuerzo de civilizaciones europeas, que habiendo arribado al
nuevo mundo no tardaron en imponerse a las civilizaciones autóctonas.
Desde su descubrimiento, América comenzó a tener una gran importancia para los países europeos, en función de la posibilidad de extracción
de riquezas y expansión imperial. Esto ocasionó las naturales divergencias
entre las propias naciones colonizadoras, concretadas principalmente en el
problema de la repartición de tierras (División hegemónica de las regiones
del continente). De esta manera, succionando riquezas y anexando territo-
rios, abrieron nuevas rutas al comercio y produjeron la irrupción de la
América en el plano político internacional, manejada por los intereses de las
potencias conquistadoras.
Mientras los europeos implementaron una organización jurídico-
política, las pautas culturales nativas dieron un estilo, particular a pueblos e
instituciones, lo que produjo un resultado peculiar con la fusión de ambas
corrientes.
Las nuevas ideas, las vanantes políticas, la evolución cultural, los ade-
lantos científicos y el desarrollo militar, no tardaron en arribar al nuevo
mundo. No obstante, las metrópolis, a través de estos medios, permitieron
cierto progreso a las colonias, cuidando mantenerlas fuertemente ligadas y
no sin tener que vencer obstinadas tendencias a la libertad, del hombre ame-
ricano.
De este modo, los pueblos sufrieron el tránsito del mercantilismo y del
liberalismo que imprimieron sus huellas en las Constituciones y que se ges-
taron en las distintas etapas de la historia. Estos documentos fueron los re-
sultados de los cambios europeos y de las condiciones nativas, que actuaron
como contrapeso y dieron una característica particular al proceso.
En América Latina, los conquistadores gobernaron las colonias organizándolas para obtener un control administrativo adecuado. En esta organización territorial se gestó el embrión de las nacionalidades, de los futuros,
numerosos, débiles y divididos Estados Latinoamericanos.
Las guerras independentistas produjeron el rompimiento de los lazos
políticos y las ideas incubadas en Europa se hicieron carne en América. Las
grandes naciones colonizadoras, no pudiendo soportar los movimientos de
la historia, dejaron paso a nuevas formas de colonización. De esta manera,
sembraron en América sus pautas culturales, su sistema económico y las instituciones que, con algunas variantes, continuaron rigiendo la vida de los
pueblos americanos.
La América Hispana, poseedora de las dos terceras partes del continen-
te, lastimosamente se fue disgregando en Estados independientes, débiles e
incapaces de liderar una unidad latinoamericana que, sin duda, hubiera
cambiado el rumbo de la notoria de los pueblos. Sólo la América lusitana
comenzó desde el principio a aumentar su territorio, a ampliar su espacio y
a proyectar su creciente poderío. Sólo la América lusitana, con gran lucidez
y capacidad, acrecentó su heredad y consolidó la unidad.
Inglaterra, dueña de los mares, potencia indiscutida en el mundo de entonces, luego de sufrir las consecuencias de hechos políticos desfavorables
comenzó la dominación sobre América Latina, basada en nuevas pautas: la
dependencia económico-cultural. Con sagacidad y oportunismo ayudó a 1os
pueblos a sacudir el remanente que aún les unía con las madres patrias, para
llevarlos paulatinamente durante la etapa independentista, hacia el ''libre
cambio" y el área de la libra esterlina. El sistema de libre comercio no de-
moró en dejar sus funestas huellas en los sistemas económicos de las nuevas
naciones. Simultáneamente, empleando un claro pragmatismo, utilizando
las contradicciones, empleando una lúcida diplomacia y sirviéndose de los
intereses americanos, se opusieron con éxito a los planes de hombres de la
talla de Bolívar, San Martín y Artigas. Usando a grupos dirigentes, alentan-
do la disgregación de los pueblos, Gran Bretaña impidió que San Martín re-
cibiera apoyo de su propio gobierno; que Bolívar pudiera concretar el ideal
de la Gran Colombia; que la sabiduría de Artigas fructificara. Todo ello
entraña una traición imborrable, un crimen político sustanciado por ameri-
canos, cuyas consecuencias se proyectan a nuestros días.
Así, también al conjuro de la "Rubia Albión", surge el Estado "ta-
pón" uruguayo.
De la misma manera, ante el riesgo de sus intereses, de que la patria de
Francia y de los López pudiera adquirir relevancia y lograr la unidad con los
patriotas del Plata, no tuvo escrúpulos para propiciar la Guerra del Para-
guay. De este modo, la sangre argentina, uruguaya, brasileña y paraguaya
ha servido de abono a los intereses ingleses, ajenos y distantes al interés
americano. La Argentina, Brasil y el Uruguay, fueron los verdugos de un
pueblo heroico, ejecutado por debilidad, desunión y desconcepto geopolíti-
ca El esfuerzo de los héroes, el sacrificio de los visionarios, no pudieron
contra los objetivos de los poderosos, ni contra la obsecuencia de los nati-
vos, que se movieron a la luz de la política inglesa.
El siglo XX encuentra a América Latina con los Estados organizados,
las fronteras estatuídas, pero en una neta y clara relación de dependencia
neocolonial. La unidad era el pecado de juventud ya perdonado, ante la su-
misión de las "élites" tradicionales. Las naciones se constituyen en las pro-
veedoras de materias primas, en el espacio de inversión de capitales para la
"colonización" en el continente pastoril, en la reserva de una Europa insa-
ciable.
La Segunda Guerra Mundial produjo a la América Latina, débil y divi-
dida, el cambio de dependencia. De la Gran Bretaña decadente, el continen-
te pasó a la hegemonía norteamericana. EE.UU., en pleno crecimiento de
poder, asumió con vocación el liderazgo que le ofreció la desgastada Ingla-
terra. De este modo, EE.UU. debió adecuar urgentemente su estrategia
política a las nuevas exigencias de la realidad, mientras Rusia buscaba su ex-
pansión ideológica - económica en distintas áreas del mundo.
Tanto una como otra superpotencia, revisaron los dictados mackinde-
rianos; EE.UU. en su papel de potencia marítima, Rusia en su situación
continental. La primera en procura del dominio de los océanos; la segunda
buscando poseer el "heartland" para lograr luego la isla mundial.
Con una América Latina apaciguada y débil, los EE.UU. tuvieron la
necesaria libertad de acción para poder restablecer las relaciones con los
vencidos en la Segunda Guerra Mundial y afianzar los lazos de dependencia
de los mismos. La puja contra el nazismo y el fascismo dejó paso a una
abierta rivalidad con Rusia, con lo que se enfrentaban dos estilos contra-
puestos, dos ideologías que sostienen intereses particulares.
Aferrados por la disputa mundial, sin una América que le presentara
ningún riesgo inmediato, EE.UU. valuó su esfuerzo principal en otras re-
giones, pero sin descuidar su penetración —especialmente cultural y econó-
mica— en las naciones americanas. Para ello estructuró un sistema interna-
cional, jurídico, económico, político y militar, tendiente a asegurarle el,
control espacial en todos los campos.
Dadas estas condiciones, la debilidad congénita latinoamericana y concientes de su propio poder, los EE.UU. no necesitan emplear el máximo de
sus fuerzas sino, por el contrario, mediante una adecuada economía de me-
dios puede cumplir ampliamente el cometido propuesto. El "statu quo"
estructurado ha creado así una peligrosa y trágica situación a los pueblos la-
tinoamericanos, que se presenta por la difícil circunstancia que configura la
obligatoriedad en la coincidencia de destino, sin la participación en los be-
neficios.
De esta manera, a la América Latina no se le permite elegir, ni tampoco
optar. Solamente la unidad concreta y no declamatoria, le proporcionará la
oportunidad de crear un poder como centro autónomo dentro del espacio
geopolítico natural, para implementar una política que le permita enfrentar
e imponer sus propios intereses al sistema de poder hegemónico que enfren-
ta.
América Latina y Estados Unidos de Norteamérica
En el intencionado juego de las superpotencias, así como en la lucha
entablada entre las naciones desarrolladas y el mundo subdersarrollado
—que dialécticamente se procesa de acuerdo a los movimientos y objeti-
vos— influyen las actitudes de todos los pueblos del orbe, sea que éstas se
sucedan en el orden interno como también en el externo.
Esto se debe a que dentro del campo de fuerzas mundial unitario, cualquier movimiento o acción de un Estado puede producir modificaciones o
alteraciones en las relaciones de fuerzas, principalmente de los países poderosos. Tanto más si esto ocurre en las determinadas áreas en disputa (zonas
grises). En estas zonas, los Estados generalmente han puesto en práctica una
"política pendular", buscando sacar el mejor provecho posible de las hegemonías enfrentadas. De este modo, se asiste a convulsiones, impetus nacionalistas, cambios rápidos de frente, posturas osadas, etc. Esto resulta redituable, en función de que más allá de la sinceridad, espectacularidad y posibilidades de los proyectos sostenidos, los conductores saben de la puja de las superpotencias y de los intereses extranacionales en juego. Las actitudes tienen, tal vez, su fundamento en que los responsables se basan más en el equilibrio de los poderosos que en sus propios poderes y conocen las impli-
cancias que el primer factor posee en el campo internacional.
Lo señalado para las áreas en disputa, tiene vigencia también para
países que se encuentran en una zona de influencia directa de una superpo-
tencia, aunque los efectos sean distintos. En este caso, si la seguridad de los
intereses peligra, la reacción violenta y directa del poder hegemónico no se
hace esperar. Previamente, si la situación lo permitiera, la superpotencia
empleará el método encubierto o no, para evitar la alteración de sus objeti-
vos. De esta manera, la intervención podrá hacerse en gradaciones controla-
das. En ciertos casos, podrá permitirse un margen de juego, siempre bajo
control, en beneficio de cuidar la imagen internacional y resguardar el fren-
te interno.
Lo expresado anteriormente se encuentra avalado por hechos contem-
poráneos, algunos de reciente data.
Los casos peruano y yugoeslavo, en relación a EE.UU y a Rusia, impli-
can cierta similitud en el trato, puesto que ambos regímenes se encuentran
vigilados por cada superpotencia.
Los problemas cubano y checoslavaco, demuestran la reacción violenta
de cada imperialismo, en función de la implicancia de sus intereses.
En la década del 50 Hungría y más recientemente, en Hispanoamérica,
el caso chileno o el dominicano, identifican las actitudes de ambas superpo-
tencias, aunque difieran los métodos y los medios empleados.
A medida que los EE.UU. han ido adquiriendo mayor preponderancia
mundial, las responsabilidades se han ido acrecentando, dificultándose el
mantenimiento de sus objetivos. Latinoamérica ha aumentado su significa-
ción geopolítica y estratégica, en relación a la seguridad del país del Norte.
Por esta razón, América toda se encuentra en la zona de influencia directa
de Washington.
Dadas las circunstancias anteriores, esta zona de influencia directa o
"área de hegemonismo indiscutible", había impuesto una atención de se-
gundo o tercer grado, así como métodos adecuados a la época y situación
preestablecida. Este panorama se ha ido revirtiendo. La oscilación de posi-
ciones en el campo mundial, la modificación de las fronteras geopolíticas, el
accionar del mundo subdesarrollado, el renacer de movimientos nacionalis-
tas, la presencia y potencialidad del eurocomunismo, el proceso de transfi-
guración de las sociedades, el problema ecológico y de subsistencia, la crisis
energética, la necesidad de mantener el sistema capitalista, así como re-
querimientos ineludibles de su seguridad nacional, imponen a EE.UU.
atender con mayor prioridad la situación en Latinoamérica.
Los geopolíticos norteamericanos, que concibieron la estrategia del
país del Norte, expresaron claramente en sus teorías las actitudes inconmovibles hacia los países al Sur del Río Bravo.
De esta manera, lo ideado por Spykman debe ser llevado a la práctica
sin perdida de tiempo, implacablemente, para fortalecer la última línea de
defensa. La situación mundial obliga a los EE.UU. a acelerar su plan para
América latina, considerado como espacio de interés propio, que debe ser-
vir a sus intereses y correr la misma suerte, aún oponiéndose a la legítima as-
piración de desarrollo de sus pueblos.
En principio, EE.UU. no ha comprendido aún, ni dimensionado, los
procesos y cambios producidos en América Latina. En consecuencia, no ha
concebido una estrategia acorde con la realidad, por lo cual no ha sabido
amoldarse a las inquietudes y aspiraciones de los pueblos. La insensibilidad
norteamericana se ha evidenciado por medio de numerosos actos, aún con
la persistencia de su continuado accionar tradicionalista.
Varios hombres públicos, funcionarios y políticos de organizaciones
nacionales o internacionales han advertido sobre la indecisión y falta de in-
terés de EE.UU. para afrontar la realidad, facilitando la unidad latinoame-
ricana en torno al desarrollo y autodeterminación de sus comunidades.
La incomprensión o carencia de aptitud política para interpretar la re-
alidad latinoamericana por parte de EE.UU. se ha visto facilitada por cier-
tos grupos dirigentes nativos que se mueven a espaldas de sus pueblos. De
esta manera, se encuentran en una evidente dependencia de los centros de
decisión financieros norteamericanos los sectores más dinámicos de la eco-
nomía latinomericana. Asimismo las empresas inversoras estadounidenses
no tienen en cuenta los intereses de los países, sino sólo las mueve el deseo
de lucro y explotación.
Por su parte, el Gobierno de la Casa Blanca no se preocupa por encauzar a las multinacionales dentro de una política que facilite las rela-
ciones, así como también ha adoptado una serie de medidas —principal-
mente económicas— que han producido una aceleración del antagonismo
hemisférico.
De esta manera, Washington ha diagramado una nueva división del
trabajo y de roles para los pueblos, instituciones y Estados. Para asegurar
su flanco sur, ha creado un sistema de seguridad que se asienta en acuerdos
multinacionales (TIAR) o bien en convenios binacionales (socio privile-
giado), mientras mantiene vigente el concepto de las FF.AA. de los distintos
países en función de su empleo interno. Por otra parte, ha estructurado
fuerzas de intervención directa, de acuerdo al grado de respuesta que la si-
tuación le exija.
Sin embargo, el empleo del factor militar está destinado a ceder el paso, preferentemente, a otros medios más sutiles y diplomáticos, que pueden darse públicamente o en reserva.
La importancia que posee la presencia norteamericana en la arena
política internacional, incluso en el marco interno de los Estados, es inne-
gable y ponderable. Esta realidad hace necesario enfocar las distintas si-
tuaciones con gran objetividad, sin descuidar o despreciar ninguno de los
factores en presencia.
En primer lugar, es evidente que uno de los principales modos de acción para mantener el poder del Estado y el nivel de vida del pueblo norte-
americano, consiste en controlar los acontecimientos políticos y económicos
del mundo entero. Una maniobra tendiente al logro de estos objetivos, con-
siste en la penetración de los mercados internos de los países y en la regula-
ción del comercio exterior de los mismos.
El costo del "frente interno" es elevado y de acuerdo a analistas norte-
americanos, continuará en aumento. Este es un importante factor para in-
tentar dilucidar el grado de intervención y presión de los intereses del Norte,
en los distintos Estados. Esta situación puede llevar a Estados Unidos a una
extralimitación imperial de difícil predicción en el tiempo, pero que de
acuerdo a las leyes históricas, agudizarán las contradicciones y agilitarán los
procesos.
Según Kissinger, el mundo está compuesto por un número de superpo-
tencias múltiples, donde sobresalen Estados Unidos, Rusia y China. Esta si-
tuación exige la renegociación de áreas de interés propio, al margen de la in-
tensidad de los conflictos ideológicos. Esto es necesario, a fin de mantener
el crecimiento del nivel de vida, de la masificada sociedad norteamericana,
para lo cual se continúa la expansión exterior en detrimento de los derechos
de otras naciones.
Hasta el presente, la sociedad norteamericana, pese a sus genuinas ma-
nifestaciones por la paz, ha sido motivada y organizada por sus conducto-
res, para la guerra. La permanente intervención exterior del Estado, en de-
fensa de su exigente frente interno, le exige mantener una estructura espiri-
tual y material de la población y medios, en continua situación de apresto o
de ocupación, cuando no de guerra abierta.
Frente a esta realidad se encuentra el despertar del mundo subdesarrollado, que ha alterado fundamentalmente el escenario y las reglas con
que se desarrollaba la política tradicional de la Casa Blanca.
Los movimientos de liberación, buscan en definitiva una redefinición
de roles y de poderes. En este sentido, para Estados Unidos, cualquier per-
turbación en el estado de relaciones constituido, o desequilibrio entre los
poderes existentes y controlados, implica riesgos que en principio debe pre-
venir y luego reprimir.
Las tradicionales teorías del "aislacionismo" o "intervencionismo"
que han regido la política exterior norteamericana, no son en realidad dos
objetivos contrapuestos, ni tampoco dos visiones políticas diferentes. Por el
contrario, ambas persiguen el mismo fin, satisfacen idénticos objetivos: la
Prevalencia de los intereses estadounidenses en el mundo entero. De esta
manera, se presentan como dos métodos o tácticas diferentes en su filosofía y modos de acción, pero que persiguen metas comunes. Esta aclaración resulta muy importante, para interpretar correctamente la acción exterior de
Wasnington en cualquier circunstancia y lugar.
Es evidente la sustanciación de una nueva estrategia en los círculos áulicos de la Casa Blanca, en materia de política exterior. En este sentido, todo
hace suponer que mientras existe un intento de renovación en los modos de
acción, no sucede lo mismo en los tradicionales objetivos hegemonistas.
En el correr del tiempo, esto resultará sumamente riesgoso, porque si
en el enfrentamiento entre la super potencia y un mundo subdesarrollado en
creciente potencialización, producido por los movimientos nacionales en
busca de una creciente autodeterminación, no se originan cambios en las
metas políticas, en los valores socio-económicos y no se ensaya una nueva
concepción filosófica, la confrontación, creciente y masificada es inevi-
table. El resultado final de la misma podrá estar lejano, pero sus consecuencias se sienten desde ahora.
Si los conductores de la gran Nación del Norte persistiendo en aferrarse
al privilegio, son incapaces de percibir dónde están los intereses correctos a largo plazo, exponen peligrosamente el sistema económico social que se empeñan en hacer prevalecer sobre el mundo. Porque el sistema capitalista he entrado en creciente crisis y las contradicciones que genera llevarán inexorablemente a endurecer la estrategia y a incrementar el imperialismo. El imperialismo es la causa principal de los conflictos y la guerra es un acto intrínseco del imperialismo. Esto es válido tanto para el imperialismo capitalista como marxista.
Persistir en mantener la función de gendarme en medio de un mundo
en transformación, obsesionado en la vigencia de un sistema cuestionado en
su naturaleza y en sus medios, para asegurar su coyuntura pero descuidando
las implicancias del futuro, originará situaciones de gran riesgo, no sólo para la sociedad norteamericana, sino también para la comunidad mundial.
Es lógico suponer que mientras se continúe aplicando una política hegemonista para poder equilibrar las tensiones internas, se estará manteniendo una difícil y peligrosa situación. Esto es así por cuanto existe un mundo subdesarrollado en permanente evolución que ocasiona graves y agudas contradicciones; es en realidad creciente la concientización de los pueblos la vigencia del accionar de los movimientos nacionales que se desarrollan independientemente de las ideologías en pugna.
Tal vez nos estemos aproximando a la etapa límite, por lo cual, sería imprescindible concebir una visión renovada de la economía mundial, asentada en una distribución ecuánime de recursos y beneficios. Para que esto sea posible, será necesario que una nueva clase dirigente comience a conducir la conciencia y el destino del pueblo norteamericano.
Al respecto, es útil recordar lo que dijera el presidente John F. Kennedy, cuya vigencia está dramáticamente relacionada con la situación descripta: "Una sociedad que no sea capaz de ayudar a la mayoría de 1os pobres, no salvará a la minoría de los ricos".
En las declaraciones y hechos protagonizados por el equipo del presidente
Ronald Reagan prevalece el mantenimiento de la estrategia tradicional para
el trato de los temas internacionales.
Estados Unidos de Norteamérica goza de una situación geopolítica
ventajosa, con acceso a los dos grandes océanos, con un espacio plenamente
desarrollado e integrado con una población cuantitativa, conducida por una
dirigencia con grandes cualidades. Dada su situación geográfica relativa,
siempre estuvo a salvo de agresiones en su propio territorio.
Su continentalidad sólidamente lograda y la capacidad de surcar todos
los mares y océanos, gracias a un gran poder marítimo, le han proporciona-
do una proyección mundial. Esta condición le provee su primera vulnerabi-
lidad, tal es la dependencia de transportes interoceánicos. A su vez el de-
sarrollo tecnológico y nuclear ha tornado vulnerable el antes espacio na-
cional inexpugnable.
La seguridad de Estados Unidos ha pasado por distintas etapas a partir
de la II Guerra Mundial, configuradas por reglas de juego, acuerdos y rela-
ciones multilaterales y bilaterales cuya esencia siempre ha estado identifica-
da por una estrategia de contención. (Proyecto político-estratégico esencial-
mente defensivo). Este carácter no impidió que las Fuerzas Armadas Norte-
americanas fuesen empleadas en diferentes teatros de guerra mundiales.
Desde el punto de vista de la seguridad nacional, el Caribe y Centro
América continúan teniendo condición vital, pero la nueva situación mun-
dial ha acrecentado el valor de Sudamérica dada su ventajosa posición en el
Hemisferio Sur, donde los países poseen condiciones naturales para el
control de las rutas marítimas y disponen de una gran capacidad de produc-
ción. Los planes estratégicos de Washington no podrán finalizar en el Canal
de Panamá, sino que indiscutiblemente han de contener también en forma
creciente, al Estrecho de Drake y a la Antártida.
Sin duda alguna, esta situación influirá en una nueva relación entre
USA y las naciones latinoamericanas, donde manteniendo los objetivos, el
país del Norte flexibilizará su estrategia y cambiará medios y métodos.
El Imperio Romano tuvo dos mil años de vigencia. El imperio Británi-
co por más de un siglo. El imperio Norteamericano fue fuerte entre 1946 y
1973 (Detente), cuando comenzó a perder vigor, y la multiplicidad política
conjuntamente con la contradicción Norte-Sur determinó nuevas relaciones
de poder. La declinación no es absoluta ni vertiginosa, sino que se procesa a
través de hechos de distinta naturaleza, donde adquiere significación la
transferencia de poder a naciones llaves en distintos continentes.
La política norteamericana ha de reconocer el relativo declive que le
plantea la nueva situación, creando opciones de entendimiento con los dis-
tintos países y estructurando una estrategia que comprenda y respete los in-
tereses nacionales de los pueblos del Sur.
Ahora bien, está claramente demostrada la fundamental importancia
que Latinoamérica tiene para la seguridad de EE.UU. Dada esta premisa, la
evolución de la situación (Política - económica - social - militar) y el proceso particular de los pueblos latinoamericanos, EE.UU. podrá optar, en líneas generales, por las siguientes alternativas:
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