Ediciones tematica s. R. L. Buenos aires


El desequilibrio originado por las antinomias citadas, debe ser resuelto al mismo tiempo, por



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El desequilibrio originado por las antinomias citadas, debe ser resuelto
al mismo tiempo, por
una actitud crítica y creadora.

Liberalismo y marxismo son ideologías que aparecen en el proceso
post-renacentista y que producen los indudables conflictos del mundo mo-
derno.


El liberalismo es una falsa solución del quehacer económico, que surge
como "espíritu de empresa" y se transforma de inmediato en un mundo
monopolizador de riqueza y de poder económico. Esta, tal vez, sea una
de
las más graves causas del proceso de caos, injusticia y destrucción social. No
puede construirse la sociedad sobre bases capitalistas que entrañan en
mismas la injusticia social, causa por la cual promueve y desarrolla la lucha
de clases explicitada por Marx y que promueve la subversión.


El marxismo-leninismo surgido por las falencias del liberalismo, es la
pretensión de forjar una sociedad distinta, basada en nuevas reglas econó-
micas y en una conducción política acorde con ellas a fin de satisfacer
sus
objetivos de dominio mundial, sobre el desprecio al hombre, a su libertad y
a su religión.

La herencia de estos fenómenos históricos es la que enfrentan los países
en proceso de liberación. La República Argentina se encuentra totalmente
comprendida en esta ecuación, por lo tanto tiene únicamente dos alternati-
vas viables. O continuar dentro del régimen capitalista o adherir al marxis-
mo, como solución número uno; o bien construir otro sistema a la luz
de
otras ideas, como única solución trascendente.

A la crisis de identidad nacional, introducida a través de una detorma-
ción cultural-educativa, debemos enfrentarla con una tarea creadora. Existe
solamente una ideología que nos puede alumbrar el derrotero y permitir
vencer la siniestra antinomia de los imperialismos: tal es la señalada ma-
gistralmente por la
Doctrina Social de la Iglesia.

Si no logramos empalmar este basamento fundamental no podremos
superar la crisis de fe y de identidad que nos acosa; consecuentemente no
sabremos proyectar ninguna empresa nacional, menos aún, una empresa
re-
gional o continental.

Por todo ello, todo Proyecto Nacional, y consiguientemente, toda
doctrina geopolítica para la liberación debe asentarse, indefectiblemente, en
los parámetros ideológicos expresados.


El "Modelo Argentino" que habrá que crear, deberá contemplar la
estructuración política de una sociedad comunitaria, con fuerza proyectiva
propia, como esperanza y respuesta equitativa a la larga frustración de la
comunidad argentina y de los pueblos hermanos de Latinoamérica.


No es la oportunidad de referirnos al Proyecto Nacional, porque esca-

paría al tema de la obra y porque su extensión requerirá otros tiempos, co-
mo también otras consideraciones. En cambio resulta necesario expresar
que el Proyecto deberá contener, inexcusablemente, las bases para lograr
una Argentina solidaria, una unidad nacional y una comunidad organizada.
De no cumplirse estos requisitos, la Patria seguirá transitando por los sen-
deros de la contradicción interna, que produce los caminos de la dependen-
cia externa. Pero, además, porque carente de una ideología propia, el país
jamás se encontrará a sí mismo y el pueblo seguirá siendo festín de los cuer-
vos imperiales.


Nuestro objetivo político-estratégico consiste en reconstruir la Patria
de San Martín y entroncarla con la Patria Grande Sudamericana.


La doctrina geopolítica para el Proyecto Nacional debe contener como
primer paso, la integración física del territorio, la vertebración nacional a
través del crecimiento demográfico, la reafirmación de nuestra cultura y el
desarrollo socio-económico de las regiones del interior. La tarea es ciclópea
pero realizable. Este proceso deberá ejecutarse desde la periferia hacia el in-
terior, desde las fronteras hacia el centro. Para ello, los centros de poder o
zonas pivotes deben privilegiar zonas marginales, proyectando su poder po-
tenciando áreas fronterizas. Debe formarse un frente continuo, ininterrum-
pido, mediante el desarrollo agrícola-ganadero-minero de todas las zonas de
fronteras, tanto la árida y semiárida del Oeste o Andina, como la subtropi-
cal del norte y la litoral. A este desarrollo habrá que agregarle, en determi-
nados centros, la instalación industrial y el crecimiento urbano, pero tratan
do de lograr un control adecuado del proceso, de manera que no se cree en
proceso inverso, donde los centros urbanos, por carencia de una política de-
mográfica y de desarrollo agropecuario obren como polos de subdesarrollo,
despoblando el campo. Las fronteras agrícolas se caracterizan por ser diná-
micas, su población tiene continuidad y profundidad en el espacio, lo que le
confiere una aptitud de presión y movilidad necesarias y convenientes.


Nuestro país debe crecer hacia adentro partiendo de las fronteras, in-
tegrando, palmo a palmo, el territorio nacional, interrelacionando sus par-
tes, conectando sus zonas y complementando sus producciones.


Se hace necesario cambiar la estructura radial de las comunicaciones
por otra de carácter circular, totalizadora, que abarque y comprenda a todo
el país. Es conveniente diagramar comunicaciones fluidas complementarias,
no competitivas, que usufructúen de los medios más idóneos, de acuerdo a
la mejor rentabilidad. Deberán reactivarse los transportes fluviales y maríti-
mos con carácter prioritario, empleando para el primer caso un sistema de
canales navegables que interrelacionen el interior con los puntos oceánicos
más convenientes. Por otra parte, habrá que abandonar decididamente el
concepto monopolizador del puerto único. Por el contrario, deberán crear-
se diferentes puertos exportadores que permitan una mayor fluidez y flexi-
bilidad al transporte y a las exportaciones. Las comunicaciones, inteligente-
mente diagramadas, proveerán de un factor aglutinante, de un gran valor


para el logro de una integración equilibrada y rápida.

La población es un factor fundamental para la unidad nacional. Es im-
portante recordar que ni los argentinos ni los latinoamericanos tenemos
problemas serios de minorías nacionales ni de conflictos raciales. Cualitati-
vamente tenemos una población que posee una buena aptitud receptiva, con
gran sensibilidad. Los argentinos tienen reconocida capacidad, tanto labo-
ral como intelectual. Pero cuantitativamente estamos aún muy lejos de lle-
nar el espacio geográfico nacional, así como de saturar el ambiente geoeco-
nómico patrimonial. Estamos viviendo en un país grande, al cual debemos
hacerlo rendir de acuerdo a sus potencialidades. Para ello habrá, entre otras
cosas, que poblarlo.


No se trata simplemente de "Gobernar es poblar" como decía Juan
Bautista Alberdi, porque la política demográfica es sólo una parte de la
gran política para la liberación, pero que no deja de ser importante y condi-
cionante de muchos factores. La República Argentina no sólo está sub-
poblada, sino que su población, además, está inadecuadamente distribuida.


Se trata, entonces, de implementar una política de crecimiento y re-
distribución de la población nativa, complementada con una inmigración de
fácil adaptación al medio y conveniente integración a la comunidad na-
cional.


La inercia que se traduce en lenta evolución de las tasas vitales, es una
de las características más salientes que presenta este problema para los ar-
gentinos. La llamada "concentración demográfica" arrastra al país a un
marcado contraste y desequilibrio de poder, lo cual le resta influencia y le
neutraliza sus perspectivas potenciales.


Nuestra población adolece, en general, de una imposibilidad de acceder
a los bienes y servicios en forma comunitaria y justa, así como también de
una falta de participación activa en la toma de decisiones. Estos dos facto-
res crean marginalidad, lo que conspira contra el desenvolvimiento de la vi-
da política y social de la ciudadanía. Otro factor negativo está dado por las
grandes concentraciones metropolitanas y el continuo despoblamiento del
campo y del interior.


La política demográfica, formando parte del Proyecto Nacional, debe-
rá contener la orientación con respecto al crecimiento de la población, a la
distribución espacial y a las características generales de la misma. Así como
comprenderá una nueva concepción social nacional, deberá cuidar en-
cuadrarla en el marco latinoamericano, buscando crear fórmulas concerta-
das para un destino común.


La transformación del mapa socio-económico argentino impone una
coherente política demográfica destinada a ocupar los grandes espacios
vacíos, situados entre las fronteras y la pampa húmeda. Cualquier proyecto
argentino de gravitación en el Cono Sur, implica un aumento calificado e
importante de su población, así como una adecuada distribución territorial.
En este sentido, adquiere prioridad vitalizar el interior subdesarrollado,


implementar una política que permita aumentar el índice de crecimiento de
la población, transculturar la inmigración intracontinental, reactivar la in-
migración europea calificada, alcanzar un óptimo estado sanitario, así co-
mo evitar la emigración de "cerebros".


A la sólida base constituida por: ideología - cultura nacional - territorio
- política demográfica - comunicaciones, que conforma el cimiento funda-
mental de la estructura del Estado, habrá que insertarle el insustituible
fac-
tor
de la producción. En este sentido se tenderá a lograr la integración na-
cional de la economía, espacial y sectorialmente, unificando el mercado in-
terno, tornando eficientes los transportes y comunicaciones, incentivando
la producción agropecuaria y creando la gran industria nacional. Para ello
habrá que cambiar drásticamente los parámetros de la crisis de fondo que
inficiona al campo económico.


En primer lugar, habrá que cambiar el sistema agroexportador, heren-
cia del pasado que ha postergado al interior en beneficio de la pampa húme-
da y que actualmente persigue una "integración supranacional", contraria
al interés argentino. En segundo lugar habrá que superar el actual sistema
institucional, que debe ser adecuado a las nuevas exigencias de los tiempos.


La Nación Argentina debe tener en su producción un carácter totaliza-
dor. La explotación agropecuaria es basamento natural e insustituible; la
producción industrial es requisito indispensable para el logro de una gran
nación. Ambas actividades son complementarias e interdependientes, bási-
cas
y esenciales, para aspirar a la proyección nacional.

En materia agropecuaria, debemos partir de la premisa de realizar la
revolución agraria. La transformación debe buscar, fundamentalmente,
lograr la estabilidad y afianzamiento del productor rural. Debe buscar otor-
gar seguridad a la empresa agroproductora, su creciente capitalización, la
justa retribución y la promoción social de sus integrantes.


El campo debe ofrecer un habitat confortable, de crecientes niveles
educativos y sanitarios y adecuadas características de desarrollo. De esta
manera se logrará el efectivo incremento de la productividad de la tierra.


Dos factores servirán para ajustar la política agraria. Estos son la tec-
nología y la tenencia de la tierra
. La primera posee una importancia capital
en el campo moderno. No es posible aspirar a una creciente y adecuada pro-
ductividad, si no se tiene e invierte correctamente en la empresa una alta tec-
nología, que tienda al aumento de la actividad con reducción de los costos.


La revolución agraria consiste, fundamentalmente, en crear condi-
ciones económicas rentables, a fin de propiciar una progresiva inversión de
capitales en el sector rural. Este, a su vez, permitirá incrementar el de-
sarrollo industrial, de forma tal de equilibrar ambas actividades, lo que ase-
gurará la transformación de nuestra estructura económica dependiente, en
una estructura autodeterminada.


El régimen de propiedad de la tierra, debe apuntar a la formación de
cooperativas y la estructuración de una clase media rural. Debe enfocarse el


problema desarraigando definitivamente tanto el latifundio como el mini-
fundio. Ambos son nocivos, injustos y antieconómicos. Deberán buscarse
soluciones según la zona o región de que se trate, ya que el país presenta
grandes diferencias en sus peculiaridades.


Debe quedar en claro que la capacidad productiva depende principal-
mente de la tecnología empleada, de la cantidad del capital invertido y de las
utilidades obtenidas, lo que a su vez proporcionará la seguridad social y e
arraigo necesario en el sector. La producción agraria debe pasar de la exten-
sión a la intensidad, sin perjuicio de expandir las fronteras agropecuarias.


En las zonas de frontera deben impulsarse preponderantemente las áre-
as de cultivo y actividades que requieren abundante mano de obra, a fin de
afincar población en las mismas. La ganadería deberá tratar de aplicar una
alta tecnología, auxiliada por pastos especiales e instalaciones modernas,
que faciliten y abaraten la explotación. Asimismo, se facilitarán las instala-
ciones industriales afines y complementarias en la misma zona de explota-
ción y, si es posible, como patrimonio de las distintas cooperativas, indivi-
dualmente o en condominio.


Debe propenderse a que todos los propietarios sean trabajadores, no
usufructuadores. El Estado deberá multiplicar su ayuda por medio de insti-
tutos tecnológicos, universidades, etc. y casas de créditos en forma conjun-
ta, evitando dispersar esfuerzos y crear privilegios derivados de casos parti-
culares.


Los organismos estatales apoyarán la actividad en todas las latitudes
del país, en forma gratuita, intensa y permanente. A la vez se propugnará la
investigación y desarrollo de nuevas técnicas de producción, así como el di-
seño de nuevos tipos de maquinarias adaptadas a cada región.


A las producciones complementarias de real importancia, como la
avícola, ictícola, etc., las comprenden también los conceptos enunciados.


La revolución agraria no puede permitir el mercado libre, producto de
una mentalidad capitalista. El mercado libre o juego libre, es expresión de
una ideología liberal que cada vez más va cerrando su ciclo jalonado de
errores e injusticias. La producción agropecuaria debe responder a un pla-
neamiento serio, que sirva a los verdaderos intereses nacionales. El Estado
debe planificar las necesidades del mercado interior y asegurar la colocación
de los excedentes en el exterior, promoviendo determinadas producciones.
Esto no significa destruir la iniciativa privada, sino orientarla para evitar
dispersión de esfuerzos y malas inversiones. Además, tiende a proteger al
consumidor, asegurándole un equilibrio entre la demanda y la oferta, a la
vez que evita la inflación de precios. Esta es la política de las grandes poten-
cias, sólo oscuros designios pretenden embaucarnos con fórmulas de libre
comercio que sólo benefician a muy pocos y a las grandes transnacionales.

La actividad agraria es en sí misma integradora y puede ser nacionali-


zadora. Afinca al ente familiar a la tierra y contagia al hombre con valores
culturales telúricos, que por su carácter tradicional constituyen una sólida

defensa contra la penetración de ideologías extranjerizantes y consecuente-
mente, forman una base de defensa de la soberanía nacional. La revolución
agraria debe perseguir principalmente consolidar estos valores que señalan
la identidad nacional.

En el sector industrial, deberán seguirse lineamientos claros, que facili-
ten la integración nacional y regional, basados en el desarrollo con nuestros
propios recursos, o bien con ayuda exterior compatible con los propios inte-
reses. El afincamiento de industrias debe hacerse en función del desarrollo
del espacio nacional, en la zona de los recursos y no sólo en el puerto de
Buenos Aires.


En principio debe desarrollarse la gran industria o industria de base: side-
rurgia, metalurgia pesada, química, petroquímica, farmacéutica, fertilizantes,
etc. La industria estará comprendida dentro del régimen privado, promo-
viéndose la formación de empresas con participación de las fuerzas del trabajo
en la propiedad de las mismas. La industria bélica será de primera preocupa-
ción, puesto que sin autonomía bélica no podrá haber liberación.


La localización industrial deberá tener en cuenta la instalación de entes
fabriles en zonas afines, que faciliten la integridad de la explotación con los
menores costos posibles, a la vez que tienda a complementar regiones y a
poblar él interior. Por ejemplo, será conveniente considerar la instalación
de industrias de base agraria en las áreas de frontera, industrias pesadas en
las áreas de yacimientos mineros, petroquímicas en las áreas de yacimientos
de hidrocarburos, descongestionar la zona Gran Buenos Aires, trasladar in-
dustrias estatales al interior. Por lo pronto, habrá que prohibir la instala-
ción industrial en el cordón Santa Fe - Rosario - San Nicolás - Buenos Aires -
La Plata - y como mínimo, 350 a 400 km hacia el oeste.


La política minera tenderá a asegurar el patrimonio del Estado sobre
los minerales estratégicos, así como la programada extracción y comerciali-
zación de todos los recursos del p
aís, sirviendo a un plan integral.

Una clara y terminante política energética se hace sumamente necesaria
para poder proyectar al país hacia un destino histórico. La política debe ten-
der a lograr el ahorro en hidrocarburos, derivando estos hacia la petro-
química; afincamiento en el interior del país en las zonas áridas o semiári-
das, así como las instalaciones industriales agropecuarias y servicios que
creen nuevas demandas de mano de obra. Debemos aprovechar nuestro po-
tencial hidráulico, cuantioso e inexplotado, incrementado con la debida tec-
nología y complementarlo con servicios de riego, navegación, turismo, etc.
Se impone un plan global de geopolítica de la energía, que comprenda a to-
dos los componentes energéticos disponibles (petróleo, nuclear, hidro-
electricidad, geotérmico, combustibles sólidos, mareo motriz, eólico,
solar).


Toda empresa hidroeléctrica debe comenzar con el desarrollo de
nuestras propias disponibilidades, con carácter prioritario e inexcusable. La
política energética debe estar centralizada bajo control del Estado, quien


orientará y ejercerá su dominio integral. La energía nuclear deberá de-
sarrollarse en forma programada, sin pausa, pero sirviendo a la debida
complementación nacional. En este sentido, la investigación nuclear
debe
posibilitar no sólo la aplicación energética, sino que debe también interesar-
se y proporcionar servicios en los campos científicos, tecnológico, medicinal
y militar.


La energía es un elemento fundamental para el progreso de una nación.
En el caso argentino, es un medio insustituible para promover el potencial
nacional, en forma conjunta y equilibrada. En este sentido, el país puede
superar la crisis coyuntural si explota armónicamente sus vastos recursos,
según un plan que contemple prioritariamente el desarrollo del interior y
promueva la vertebración espacial y la integración vertical y horizontal
de
los sectores económicos.

En materia petrolera hay que lanzarse decididamente a lograr de una
vez por todas la autosuficiencia y una capacidad exportadora posible de al-
canzar. La explotación debe ser en todo el ámbito de la República, donde
no puede ni debe estar ausente el Mar Argentino. Lo expresado para el cru-
do tiene validez para el gas. Un damero de gasoductos, oleoductos y poli-
ductos, coordinados con el ferrocarril, debe cubrir el territorio nacional
a
fin de satisfacer con fluidez las necesidades de combustible en todo el país.
La vertebración política de los recursos energéticos es esencial.

La geopolítica de los hidrocarburos debe responder también a la in-
tegración de las zonas vecinales, como el caso boliviano, chileno, uruguayo
y paraguayo.


Lo mismo puede expresarse en relación a la política del carbón, que
adolece de las mismas deficiencias de exploración y explotación que el
petróleo.

Se hace imprescindible construir aceleradamente una red nacional de
interconexión eléctrica, que permita disponer de electricidad en cantidad y
precio, en función de las políticas que se implementen. Esta red debe actuar
como un elemento integrador y acelerador, así como basamento vital para
elaborar una geopolítica hacia los países vecinos, con quienes tenemos
obras hidroeléctricas comunes.


Es fundamental que la Argentina desarrolle las cuencas hidrográficas pro-
pias. De esta manera se asegurará el poder necesario y prudente para cualquier
negociación, así como para supeditar la utilización de la energía de los apro-
vechamientos internacionales a sus propias necesidades de desarrollo soberano.
Debe inventariarse además el potencial energético mareomotriz y geotérmico,
encarándose la construcción de las centrales necesarias.


La energía nuclear, que es el sustituto futuro del petróleo, por lo que
hace a la generación de electricidad, debe desarrollarse integralmente. En
este sentido no basta instalar plantas de generación, sino que se debe impul-
sar la minería
y procesado del uranio, para evitar la importación de com-
bustible nuclear, a la vez que desarrollar la propia tecnología. La geopolíti-


ca nuclear debe ser también integradora de las zonas territoriales. Lo reali-
zado por la CNEA hasta el presente, constituye un ejemplo de tesón y sacri-
ficio de sus miembros y conductores, en un marco presupuestario siempre
restringido.


Existen otros recursos energéticos no convencionales que deben ser in-
vestigados para ser aprovechados en el futuro con un criterio geopolítico,
como el caso de la energía eólica y la solar. La posibilidad de aprovechar la
energía solar debe ser promovida sin retaceos en los laboratorios y centros
de investigación que están estudiando esta problemática.


Para todo esto se hace necesario encarar urgentemente la tarea de in-
ventariar todos los recursos reales del país.


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