El libro de la serenidad



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Infinita serenidad



Había un gran místico que llevaba muchos años meditando:-Era un gran ser, pero nunca había tenido la gracia de experimento que de la Conciencia Suprema y sentir la infinita serenidad. Había llegado a dudar de que existiera: su fe y confianza se resentían. Pero conoció a una ermitaña. Meditaron juntos durante semanas. Ella percibió, con el ojo de la sabiduría, que él dudaba de los esta­dos superiores de conciencia. Una noche de luna llena la mujer lo tomó y le reveló los grandes misterios del amor. El hombre sintió una nube de éxtasis amoroso y exclamó:

-¡Qué sentimiento de plenitud, qué sublimidad! La mujer le besó en la frente y le dijo:

-Ya no me necesitas más. Lo que has sentido, amigo mío, es una nimiedad en comparación con el estado que puedes experimentar al establecerte en tu verdadera naturaleza y el estado de infinita se­renidad. Hoy has descubierto un minúsculo lado de ese estado su­blime. Imagina cómo será cuando tú te conviertas en la Unidad que todo lo impregna.
Comentario
El goce se puede convertir en una senda hacia el gozo interior el disfrute sensorial es un reflejo de lo que es el verdadero gozo q representa conocerse a uno mismo y conectar con la fuente energía y sabiduría interior. En el exterior, todo es contingente, lo contingente y transitorio no puede ofrecer un estado permanente de dicha y felicidad. Todos estamos, a veces desesperadamente, buscando la felicidad en el exterior, la permanente satisfacción en lo que es mudable y transitorio. Por mucho que nos obsesionemos y nos propongamos compulsivamente hallar definitiva dicha en el mundo exterior, eso no es posible.

Encontraremos diversión y aburrimiento, placer y displacer, pero no una dicha más estable, puesto que en el exterior todo está mo­viéndose y girando y lo que ahora es grato se puede tornar ingrato y al encuentro puede seguir la pérdida. Perseguimos neuróticamente el disfrute y el pacer, pero cada día estamos más insatisfechos y des­contentos. Si alcanzamos lo que perseguimos con tanto impulso y afán, luego nos aburre o tenemos miedo de perderlo y nos sentimos amenazados; de cualquier modo, seguimos rastreando impulsiva­mente otros placeres y estímulos, pero tampoco su logro nos hace fe­lices; si fracasamos en el intento, surgen la frustración y el abati­miento. Ese juego del ego no tiene fin y está marcado por la codicia, el impulsivismo ciego y la visión estrecha de lo que es la verdadera felicidad. Nada del exterior nos puede procurar la dicha estable yeso no quiere decir en absoluto que debamos renunciar al disfrute, que forma parte esencial de la vida, sino a nuestra actitud con respecto al disfrute... y al sufrimiento. Disfruta, pero sin aferramiento, apego y compulsión, con la comprensión clara de que todo es insustancial e impermanente y por tanto puede acarrear dolor.

La vía del no-aferramiento nos procura paz, nos otorga dicha y nos permite disfrutar más y sin pagar el elevado diezmo de la de­cepción. Es el disfrute distendido y no compulsivo, desapegado, de lo que nos resulta grato, sin tratar de retener o apropiamos de ello, sin sentido de posesividad. Ése es el sereno y armonioso disfrute, que no entraña angustia, miedo, demanda mórbida de seguridad y aferramiento y que, por tanto, no rompe nuestra paz interior. Pero no dejemos que los cambiantes rostros del placer nos impidan con­templar el rostro de nuestra genuina naturaleza interior, donde ha­llaremos consuelo, dicha y estabilidad más permanentes y que no están sometidas a las cambiantes situaciones externas. Si no sabe­mos manejamos con el placer y nuestra imperiosa necesidad de buscarlo, nunca vamos a hallar la quietud y vamos a estar gene­rando mucho dolor e intranquilidad en nosotros y en los demás. Debemos comprender, asimismo, que lo exterior no puede com­pletamos ni satisfacemos en su totalidad y que cada uno ha de aprender a llenarse de sí mismo.

No estoy impartiendo opiniones personales, no, sino las ense­ñanzas de los mayores maestros de la mente realizada, pero, ade­más, son instrucciones de sentido común. Más aferramiento, más masa de sufrimiento, frustración y amargura. No cabe duda. Hasta un adolescente, si se lo explicas, puede verlo y entenderlo. Es im­portante ejercitarse para aflojar los grilletes del apego. Se requiere un entendimiento correcto y de no tomar las apariencias por lo real ni lo trivial por lo esencial. juega, sí, disfruta, sí, goza, sí, pero sin perder de vista al que juega, disfruta y goza. La carencia no sólo está fuera; está dentro. El enemigo no sólo está en el exterior, sino también en el propio interior; la zozobra no halla sus raíces tan sólo fuera d otros, sino también dentro. Busca al que busca, persigue al que no deja de perseguir la dicha fuera de sí, como el que corre inútilmente tras su sombra. Hay tres caminos de retorno que debería emprender:

-El retorno a sí mismo.

-El retorno a la simplicidad maravillosa de la vida.

-El retorno a una actitud libre de apego y aferramiento.

Le preguntaron a un sabio: «¿Por qué siempre estás tan son­riente y contento?». Respondió: «Porque todo pasa». Le pregunta­ron a un necio: «¿Por qué estás siempre con el ceño fruncido y tan malhumorado?». Repuso: «Porque todo pasa». El que busca don­de no puede hallar, se deprime; el que espera encontrar donde no hay nada que encontrar, se frustra y decepciona. ¿De quién es la culpa? El deseo compulsivo es tan engañoso, que aun si conquis­tas la cima del Everest, te afanas por encontrar otro Everest más alto; si tienes la persona más encantadora del mundo a tu lado, es­tás pendiente de ver si hay otra más encantadora todavía; si has do­minado, como Alejandro, las tres cuartas partes del mundo, sólo aspiras a tener poder sobre la cuarta que queda.

El deseo compulsivo impide toda cualidad equilibrante y armo­nizadora. Es la fuente inagotable de descontento, insatisfacción, decepción, frustración y malestar propio y ajeno. Pero en el desa­simiento encuentras otro modo de ser y percibir y, como escribe William Blake:
«Ver un Mundo en un grano de arena

Y un Cielo en una flor silvestre,

Tener el Infinito en la palma de tu mano,

Y la Eternidad en una hora...».




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