Ocho elefantes blancos
Era un discípulo que sobrevaloraba el pensamiento, la lógica y la mente racional, de tal modo que sólo confiaba en su razón y había llegado un momento en que toda la vida tenía que elaborada intelectualmente, Siempre esta flexionando y trataba de reducido todo a conceptos y opiniones, Prono encontraba la paz interior, sin que sus constantes pensamientos e indagaciones metafísicas le atormentaran, Un día acudió a visitar a un mentor espiritual y le preguntó:
-Maestro, le he dado muchas vueltas en mi cabeza, pero no me he podido responder a mí mismo. Dime: ¿quién sostiene el mundo?
El mentor respondió terminantemente:
-Querido mío, ocho elefantes blancos.
Inquisitivo, el discípulo preguntó entonces:
-Bueno, ¿y quién sostiene a esos ocho elefantes blancos? Esperaba expectante la respuesta. El maestro contestó: -Es bien simple, otros ocho elefantes blancos.
Comentario
¿Cómo es posible que no comprendamos que con los límites de nuestra capacidad de conocimiento no podemos percibir lo que está más allá de ellos, o que la investigación de la lógica no pueda conducimos a lo que mora más allá de la misma? En muchos ámbitos de la vida, el pensamiento y el razonamiento desempeñan un papel muy importante y valioso, pero en otros, el pensamiento no aporta ninguna solución o incluso la enmascara, y nos reporta falsas expectativas que frenan nuestra indagación interior, o frustra la visión de la totalidad a la que debemos aspirar para que se pongan en acción todos nuestros recursos y potenciales anímicos. ¿De qué sirve conocer quién sostiene el mundo si eso no contribuye al equilibrio, el sosiego y la dicha del ser humano? Es necesario no dejarse obsesionar ni prender por las redes del pensamiento conceptual y abrir las áreas del entendimiento, a fin de ir «más allá de nosotros mismos para alcanzar un destello de esa eterna sabiduría que prevalece sobre todas las cosas» (Agustín de Hipona).
Hay muchas experiencias, estados y vislumbres que son irreductibles a lo conceptual y que escapan de la lógica binaria. Son muy acertadas en tal sentido las palabras de Gregorio Niseno: «La verdadera visión y el verdadero conocimiento de lo que buscamos consisten precisamente en no ver y en comprender que nuestra meta trasciende a todo conocimiento y en todo lugar se halla separada de nosotros por las tinieblas de la ininteligibilidad».
Según todos los grandes sabios del espíritu, de cualquier época o latitud, hay una experiencia interior o estado de sublimidad al que toda persona puede aspirar. Pero esa experiencia-estado, que transforma de raíz todos los contenidos de nuestra mente y carácter y que otorga la serenidad, no es ni siquiera remotamente definible en palabras. Refiriéndose al nirvana, Buda hubo de ser inevitablemente ambiguo, cuando declaró: «Hay, monjes, algo sin tierra, ni agua, ni fuego, ni aire, sin espacio ilimitado, sin conciencia ilimitada, sin nada, sin estado de percepción ni ausencia de percepción; algo sin este mundo ni otro mundo, sin luna ni sol; esto, monjes, yo no lo llamo ni ir, ni venir, ni estar, ni nacer, ni morir; no tiene fundamento, duración ni condición. Esto es el fin del sufrimiento».
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