El primer faraón
El primer faraón tenía un gran poder y era muy temido. Despojaba de sus bienes a quien él quería, procuraba favores a sus amigos, quitaba la vida a quien le placía. Era descomunal su riqueza e impresionante su poder. Y los que le rodeaban, unos por miedo y otros por conseguir prebendas, le alababan en exceso e iban insuflando su ego, hasta que el faraón se creyó un dios. A partir de ahí, también los sucesivos faraones se tenían y mostraban como indiscutibles divinidades, sin dejar de ser más que hombres como los Además mortales.
Comentario
La tendencia recalcitrante de muchos seres humanos a rendir culto y adorar a los que irracionalmente consideran superiores es la que genera muchas personas ególatras, prepotentes, manipuladoras y que juegan con las vidas y los destinos de los demás sin el menor respeto ni benevolencia. Estos individuos alimentan el lado narcisista de los paranoicos del ego y se convierten en serviles marionetas en manos de los que adoran ciegamente. Deifican a otros que son mucho más impuros e indignos de deificación que ellos, Estas personas son las responsables de que abunden en demasía los egocéntricos enfermizos, incansables apuntaladores de su desmesurado ego. Todo ello en una sociedad mórbidamente enfermiza, mercantilista e insensitiva.
Si aprendiéramos a adorar nuestro ser interior o lo mejor de nosotros mismos y nos ejercitásemos seria y rigurosamente en nuestro autoconocimiento y autodesarrollo, no incurriríamos en esas actitudes inmaduras que van en detrimento de nuestra evolución. En el Evangelio de Tomás podemos leer: «Pero si no os conocéis a vosotros mismos, permanecéis en la pobreza y vosotros mismos seréis la pobreza». Los que necesitan ese tipo de tendencia adoracionista están tejiendo madejas de ilusión y, como declaran los Shiva-sutras, es sólo «mediante la conquista de lo ilusorio como se alcanza la realización suprema».
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