El libro de la serenidad



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La historia del hombre



Era un rey muy poderoso que tenía un gran afán de conocimien­to. Solicitó a un grupo de sabios que escribiera una colosal obra que ilustrara la historia de la humanidad. Los sabios comenzaron a escribir una obra tan inmensa que, cuando la concluyeron, muchos años después, contaba nada menos que con cien volúmenes. Al presentar al monarca una obra tan descomunal, éste dijo:

-Sabios, me temo no tener una vida lo suficientemente dilatada para poder leer todos estos volúmenes. Por favor, haced un resu­men.

Los sabios se dedicaron durante varios años a resumir la ingen­te obra y la condensaron en diez volúmenes. Pero el rey, que esta­ba aproximándose a la ancianidad, dijo:

-No, no tendré tiempo para leer toda la obra. Haced un resu­men del resumen.

Transcurrieron unos años más y los sabios lograron resumir la obra en un solo volumen, con no poco esfuerzo. El rey ya era un anciano y, además, había enfermado de gravedad y estaba postrado en su lecho real.

-Seguramente vaya morir en poco tiempo y lo peor es que no sé nada de la historia del hombre.

Pero entonces el más sabio de los sabios dijo:

-Majestad, si me lo permitís voy a haceros el resumen definiti­vo: el hombre nace, sufre y finalmente muere.

Y el rey, conociendo por fin la historia de la humanidad, expiró.
Comentario
No es que no haya placer, pues claro que lo hay, pero también hay sufrimiento. No es que no exista el goce, que existe, pero tam­bién existe el dolor. No es que no se produzcan sensaciones pla­centeras, que se producen, sino que también las hay displacente­ras. Hay una pregunta clave y esencial: ¿por qué sufrimos? Hay otra nuclear: ¿qué es el sufrimiento? Pero ciertamente la historia de la humanidad es la historia del sufrimiento humano y tantas han sido las lágrimas derramadas que podrían cubrir todos los vastos océa­nos del planeta. Como todo es transitorio, ya la propia dinámica del cambio incesante produce un tipo de sufrimiento, sólo salvable si la mente no se aferra o apega.

El sufrimiento también es inherente a la vida. Además, está el sufrimiento que engendra la mente humana por enfoques inco­rrectos, ausencia de aceptación consciente, de ecuanimidad y fir­meza de ánimo, incapacidad para saber disfrutar y sufrir sin apego ni aversión, reacciones desmesuradas o anómalas, falta de discer­nimiento adecuado, asunción firme de los hechos incontroverti­bles, emociones venenosas, expectativas inciertas de futuro, me­morias dolorosas, fricciones, conflictos inútiles, heridas narcisistas y frustraciones y otro inmenso material pernicioso que anida en la mente humana y genera una colosal masa de sufrimiento que po­dría evitarse.

Toda criatura está sometida a nacimiento, declinar y muerte. Lo que está compuesto tiende inevitable e inexorablemente a descom­ponerse. Los obstáculos de la mente (ofuscación, codicia, odio, egocentrismo y otros muchos) también engendran mucho sufri­miento propio y ajeno. Pero es necesario en la vía hacia la paz in­terior lo siguiente:

-Aprender a sufrir lo necesario, pero no más, y no sumar, pues, sufrimiento al sufrimiento, renunciando así a todo sufrimiento in­necesario y neurótico o reactivo.

-Sacar una enseñanza al sufrimiento viviéndolo lúcidamente, pues el mismo sufrimiento que degrada puede procuramos recur­sos internos hasta entonces aletargados y una fuente de energía es­pecial.

-Evitar trasladar el sufrimiento de momentos pasados a los mo­mentos presentes, lo que podríamos denominar «digerir el sufri­miento y evacuado», para que no se prolongue innecesariamente su sombra.

-Transformar y sanear la mente para que no siga engendrando un inconmensurable e inútil sufrimiento.

-Aplicar al sufrimiento la ecuanimidad o firmeza de mente y ánimo, para no aumentado con reacciones desorbitadas.

Buda declaró: «Sé cómo sacar la espina y bien os lo he explica­do yo. Ahora bregad vosotros». Es necesario que uno mismo co­mience a indagar y examinar el sufrimiento y a preguntarse por qué sufrimos. A mayor apego, más sufrimiento; a mayor odio, más dolor. Trabajemos para disipar el aferramiento y el odio, y habre­mos puesto fin a una gran cantidad de sufrimiento. ¿Por qué es una necesidad específica la meditación? Porque mediante ella modifi­camos los modelos de conducta mental que generaban desdicha y abrimos una senda hacia la felicidad.



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