El libro de la serenidad



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¿Dónde está la verdad?
El discípulo no dejaba de hacerse preguntas y formularse todo tipo de interrogantes existenciales. Su mente era un hervidero de dudas, cuestionamientos, abstracciones y especulaciones metafísi­cas. Desasosegado, visitó al maestro para preguntarle:

-¿Dónde está la verdad?

El mentor repuso concretamente:

-La verdad está en la vida de cada día.

El discípulo protestó:

-Pues no logro ver ahí ninguna verdad, te lo aseguro, maestro.

-Ésa es la diferencia, amigo mío -repuso en tono apacible el mentor-, que unos la ven y otros no.
Comentario
«Dios está entre los calderos», declaraba santa Teresa. «Yo prac­tico la verdad porque cuando como, como, y cuando duermo, duermo», indicaba el maestro zen. «Sigo la senda de la liberación porque cuando paseo, paseo; cuando descanso, descanso, y cuan­do me muero, me muero», y se murió; era un yogui. Tanto miro a lo lejos, que no veo mis propias cejas. La verdad se halla muy cer­ca: dentro de uno y alrededor de uno. Depende de la actitud. Pue­des estar barriendo y la verdad se halla muy lejos, pero puedes es­tar barriendo y la verdad se halla en la escoba y en tu actitud. A cada momento se puede atrapar la verdad... o nunca. Si la pone­mos muy lejos, la convertiremos en una idea o una recompensa, pero no la alcanzaremos porque no la practicaremos aquí y ahora. Si la mente está atenta y serena, cada instante se convierte en una gloriosa verdad. No importa si estamos lavando platos o vistiendo a los niños, sacando a pasear al perro o regando las plantas. No hay verdad alguna en preparar una ensalada o ahí está toda la verdad del mundo: depende de la actitud con que la preparemos. ¿La has preparado mecánicamente, por quitártela de en medio, sin minu­ciosidad? No hay, desde luego, la menor verdad en esa ensalada. ¿La has preparado con atención, amor, precisión? Has conseguido una gran verdad en esa ensalada, aunque sólo sea de lechuga o es­carola.

Además, la verdad se evidencia no sólo en lo que hacemos en la vida cotidiana, sino en lo que la vida misma es. Empieza por po­der ser un maestro y un reto, y por supuesto un aprendizaje. Cada situación es una guía; cada pensamiento que se presenta en la men­te es una oportunidad para conocer nuestras reacciones, como in­dicaba muy sabiamente Nityananda. No hay momento que perder, pues todo momento es para aprender, como se evidencia en mi re­lato espiritual El faquir. La vida es un alambre que se nos extiende del nacimiento a la muerte. Hay que ser un buen equilibrista y ca­minar sobre el alambre con atención, lucidez, ecuanimidad y fir­meza. Así, a cada paso sobre éste se encuentra y desarrolla la ver­dad. Unos la ven, otros no la ven. Unos la practican, otros no lo hacen.

Antes hablábamos de un raro fenómeno de la mente. Ahora ha­blamos de una rara sustancia que los hindúes denominan «maya», que es la neblina que perturba la visión y roba el entendimiento, la ilusión que nos hace poner el énfasis en lo insustancial y despreo­cupamos de lo sustancial. Una extraña sustancia que nos hace to­mar por real lo irreal y viceversa, que nos conduce a magnificar lo insignificante y a trivializar lo importante. La verdad consiste tam­bién en ir, momento a momento, disipando esta bruma de la men­te, cuando barremos o cuando preparamos la ensalada, en compa­ñía o en soledad.


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