El monje errante
Un asceta errante llevaba varios días sin comer ni beber cuando llegó a un pueblo y, aun estando hambriento y sediento, ofreció un sermón a las gentes de la localidad, extendiéndose sobre las venturas de los santos del cielo. Al finalizar el sermón, una mujer rica se acercó al monje y le dijo:
-Todo lo que has expresado me ha interesado en grado sumo, pero hay algo que me inquieta y quiero preguntarte: ¿qué comen y beben los santos celestes?
Y el asceta repuso:
-Ignorante mujer, pues me preguntas qué comen los santos en el cielo y ni se te ocurre interesarte por lo que yo como o no como.
Comentario
Con suma frecuencia nos extraviamos en divagaciones y suposiciones y no vemos lo que está a nuestro lado. Al menos deberíamos proponemos echar una ojeada a lo que nos rodea y no mirar tan lejos que no veamos lo que está frente a nosotros. A veces surge esa curiosa tendencia a preocuparse por trivialidades o a querer investigar sobre asuntos improcedentes, en lugar de ocupamos de lo que más urge. Perdemos así el precioso hilo de la vida a cada momento porque nuestra mente siempre se halla allí donde no estamos. Decía por ello Santideva: «Hay que estar atento para que la mente, que parece un elefante en celo, se halle siempre sujeta al poste de la calma interior». Evitaremos así también divagaciones irrelevantes y en lugar de preocupamos, nos ocuparemos. Añadía el sabio mencionado: «Para vencer todos los obstáculos, me entregaré a la concentración, apartando la mente de todos los senderos equivocados y encauzándola constantemente hacia su objetivo». Así la mente conecta de manera adecuada y se ocupa de lo relevante, no extraviándose por rutas que cuando menos la dispersan y roban su sentido de lo esencial.
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