El diamante de la sabiduría
Se trataba de un discípulo malintencionado. En realidad, estaba junto a un maestro espiritual no para aprender, sino para ver si conseguía algunos poderes psíquicos. Una noche descubrió que el mentor le mostraba un diamante a otro discípulo y le decía:
-Para mí este diamante, querido mío, es el de la sabiduría, porque me lo entregó mi preceptor al iniciarme hace muchos años.
El perverso discípulo aprovechó una noche en que el maestro estaba dormido y le robó el diamante. Después huyó y, creyéndose dueño del saber iluminado y la serenidad infinita, comenzó también a tratar de hacerse con discípulos, porque siempre hay tontos que siguen a otros tontos, pero no pudo conquistar ni un gramo de sabiduría, como neciamente pretendía.
Transcurrido un tiempo, un día se encontró con su antiguo maestro y éste le dijo sosegadamente:
-Ya sé que te llevaste el diamante, pero no importa, porque un diamante puede volver a conseguirse, mas tú nunca obtendrás la más preciosa de las gemas: la de la sabiduría. Conquistada no es tan fácil como robar un diamante.
Comentario
Un místico en la India había realizado la unión con el cosmos y vivía en infinita paz. Pero hay personas que no soportan que los demás sean felices y mucho menos que gocen de la paz de la que ellos carecen. Así que algunos de esos individuos cuando le escucharon decir que él era el Cosmos, acusaron al hombre de blasfemo (truco perverso al que han recurrido todas las religiones instituidas para aniquilar a sus hombres despiertos) y le colgaron de un árbol. Hasta que expiró, el hombre no dejó de afirmar: «Soy el Cosmos, soy el Ser». Para desconsuelo y amargura de sus asesinos, no pudieron borrarle la semisonrisa de los labios. Él estaba muriendo sonriente y ellos le estaban matando con los ojos cargados de odio.
La sabiduría es lucidez y sosiego. Una persona puede tener todas las joyas del mundo, pero carecer de lucidez y sosiego. Además, no puede adquirirlos con sus diamantes o rubíes. La sabiduría no es saber libresco ni erudición ni conocimientos científicos ni un intelecto más o menos brillante. Einstein, por ejemplo, tenía más conocimientos que nadie en este mundo, pero no era un sabio si entendemos por tal el que tiene lucidez y sabiduría y no hace de su vida o la de los otros un infierno. Que le pregunten a la familia de Einstein si era un sabio en el sentido que referimos. Hay un conocimiento especial que trasciende el intelectual. La comprensión intelectual es deseable, pero como medio a la comprensión de orden superior. En la expresión del rostro de un intelectual no vemos la de un sabio; la mirada de uno no coincide con la del otro; la sonrisa, tampoco. Hay «sabios» racionales, con muchos conocimientos intelectuales, pero cuya psicología es un polvorín de tensiones y conflictos; saben mucho, pero nada o casi nada de sí mismos. Hay premios Nóbel que ni siquiera pueden conciliar el sueño, llevarse bien con sus vecinos o evitar trastornos psicosomáticos o su neurastenia. El diploma de sabio no puede obtenerse en una universidad; es el resultado de un gran trabajo de realización interior.
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