El libro de la serenidad



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El regalo



El discípulo acudió a visitar a su mentor y le preguntó:

-Maestro, ¿qué dirías si viniera a verte sin traerte un obsequio? -Llévatelo -repuso el mentor.

-Pero si te estoy diciendo que no traería ningún obsequio -pro­testó el discípulo.

Y el maestro declaró:

-En ese caso, llévatelo.
Comentario
Los maestros insisten en la necesidad de dar el salto. ¿Hacia dónde? Más allá de la mente ordinaria y, por tanto, de la percep­ción y comprensión ordinarias. La racionalidad es una función de la mente, pero hay otra que no es irracional, sino «arracional». La primera mente o función es la del pensamiento, la lógica, el análi­sis intelectivo. Es muy útil e imprescindible para la vida ordinaria, pero en la búsqueda del verdadero bienestar interior y el sosiego, debe dar paso a otro tipo de mente que representa la lógica para­dójica, el no-pensamiento, la perceptividad de orden superior. Co­nocí a un maestro de yoga que, cuando le pregunté por la función del intelecto en la senda hacia el ser interior, me dijo que era ne­cesario que el propio intelecto comprendiera que debe sacrificarse en un momento dado para que pueda proseguir a niveles más des­piertos la aventura del espíritu. El pensamiento ordinario es insu­ficiente. Cuando la comprensión intelectual no llega a más, surge otro tipo de comprensión. Unos lo denominan «intuición»; otros, conocimiento «supraconsciente» o «supramundano»; otros, «gol­pe de luz» o «eureka». No importa el nombre: se trata de una ex­periencia transformadora que nada tiene que ver con la función ra­cional corriente y que representa un giro instantáneo y espontáneo de la mente que permite ver lo que no se veía.

Muchos maestros de la mente realizada insisten, pues, en la ne­cesidad de frenar el pensamiento para que brote lo que está más allá de éste, del mismo modo que contemplamos la pantalla cuan­do la película ha finalizado. El pensamiento no es omnipotente, al menos en la senda hacia el autoconocimiento. Puede volverse in­cluso una justificación, un pretexto, una falacia. Los psicoanalistas saben muy bien cómo operan las racionalizaciones, que a menudo son el abono para el cultivo de autoengaños de todo tipo. Y cuan­to más inteligente intelectualmente es la persona, más fácil lo ten­drá para autoengañarse, porque con habilidad encontrará variados subterfugios.

Los maestros de todas las épocas y latitudes han puesto su em­peño en intencionadamente «bloquear» la mente conceptual del discípulo para que se desencadene otro tipo de visión no limitada por conceptos y pensamientos. A menudo, entre el que ve y lo vis­to hay una nube de juicios y prejuicios que impiden la visión clara.

Un discípulo acudió al maestro y le dijo: «Cuando me miro, sólo veo lo que los demás quieren o esperan de mí». Al menos él había dado un paso importante, porque se había percatado de ello. Aunque no seamos creyentes, podemos aprender una enseñanza de los Salmos cuando dicen: «Permanece quieto y sabe que yo soy Dios». La quietud tiene su propio lenguaje revelador. La vibración más pura y curativa es la de la quietud. Pero la verdadera quietud exige el ayuno de la mente, es decir, el silencio interior. No hay huéspedes más molestos y enojosos que los que conforman nues­tro particular charloteo mental. Sea bienvenida toda técnica o mé­todo para desalojarlos del hogar mental y poder escuchamos inte­riormente.




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