El libro de la serenidad



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El esfuerzo correcto



Un día Buda estaba paseando por un pedregoso terreno y se ex­trañó al comprobar que había manchas de sangre en las piedras. Llamó a uno de sus discípulos y le preguntó:

-¿De quién es esta sangre, mi buen discípulo?

-Señor, esa sangre es de los pies de tu discípulo Sana. Desani­mado porque no logra controlar los pensamientos en su mente y hallar la serenidad perfecta, se mortifica a sí mismo caminando con los pies desnudos sobre las piedras.

-Hazle venir.

El discípulo Sana se presentó ante Buda, que le dijo nada más verle:

-Tengo oído, mi buen discípulo, que eras el mejor músico de laúd del reino hasta que entraste en la orden. ¿Estoy en lo cierto?

-Lo estás, señor.

-Permíteme entonces que te haga algunas preguntas -dijo Buda-.

Cuando dejabas las cuerdas del laúd demasiado sueltas, ¿sonaban bien?

-No, señor, y además podía engañarse.

-¿Y cuando las tensabas demasiado?

-Tampoco sonaba bien el laúd y además podían quebrarse. -¿Y cuando ni las tensabas demasiado ni demasiado las soltabas? Y el músico repuso entonces:

-En ese caso, señor, sonaban a la perfección. Así deben estar las cuerdas del laúd.

Y Buda aseveró:

-Pues bien, mi buen discípulo, así debe uno esforzarse: ni hacién­dolo en exceso ni haciéndolo en defecto, sino de manera correcta.
Comentario
Los extremos son las trampas. Huye de las emboscadas que re­presentan. Hay un camino de sabiduría y sosiego entre los extre­mos. Si te extremas, te desequilibras; si te desequilibras, te desar­monizas; si te desarmonizas, enfermas. Incluso en la aplicación del esfuerzo hay que ser equilibrado. Están los que no hacen ningún esfuerzo y se dejan ganar por la apatía, la indecisión, la duda es­céptica o sistemática, la falta de confianza, la indolencia y la deja­dez. Están los que despliegan un esfuerzo excesivo y se consumen, queman sus energías, se embrutecen. Están los que de repente hacen grandes esfuerzos esporádicos, guiados por infantiles expec­tativas, entusiasmados al principio, para enseguida caer en el desen­canto y abandonar el esfuerzo. Están los que de repente empren­den períodos de gran esfuerzo y otros en los que no se esfuerzan nada en absoluto, o sea, que sus esfuerzos son esporádicos.

Pero están los que son como la nieve, que posándose momento tras momento sobre la rama de un árbol terminan por quebrada. Es el esfuerzo correcto, asiduo, mantenido, pero no excesivo. Es el es­fuerzo no compulsivo, sino sereno. Ése es también el esfuerzo que exige el hatha-yoga en la ejecución de los asanas o posturas corpo­rales: un esfuerzo sabiamente aplicado, mantenido, pero no excesi­vo. Este tipo de esfuerzo racional y consistente nos permitirá culti­var el desapego, la visión correcta, la ecuanimidad inquebrantable, la compasión, la óptima relación con nosotros y con los demás, el establecimiento de la atención consciente, la autovigilancia, el con­trol del ego y el autoconocimiento. Cooperará en el dominio del pensamiento y la purificación del discernimiento, el comporta­miento noble, la palabra correcta, la superación y transformación de emociones insanas. Mediante un esfuerzo tal trataremos de impo­nemos a la mente, porque «la mente, en verdad, es el mundo; de­bemos purificada enérgicamente. Asumimos la forma de lo que hay en nuestra mente: éste es el eterno secreto» (Maitri Upanishad).




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