El libro de la serenidad



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El águila



Sobrevolando un gallinero, un águila dejó caer uno de sus hue­vos, del que un tiempo después nació un aguilucho. Éste fue muy bien recibido y aceptado por las gallinas y jugaba con los pollitos. Aprendió a caminar, correr, jugar y hablar como sus compañeras y estaba obviamente convencido de ser una gallina más. Así pasa­ron muchos meses. La rapaz formaba parte del gallinero y en nada desentonaba del comportamiento de las gallinas, aunque fuera tan diferente a ellas en su forma. Pero un día cruzó por el despejado e inmenso firmamento una bandada de águilas. El águila-gallina se quedó admirada por el vuelo de aquellas poderosas aves. Algo muy intenso se removió en lo más profundo de ella y trató de vo­lar. Ante su propia sorpresa, pudo remontar hábilmente el vuelo hacia el horizonte. Entonces, de pronto, descubrió que era un águila y se sintió llena de gozo y vitalidad, surcando los espacios ilimitados.
Comentario
Hay una enseñanza muy poco conocida en Occidente, pero muy antigua, que se denomina en la India la Doctrina del Recono­cimiento, consistente, como su denominación indica, en recono­cerse a uno mismo, es decir, en reconocer, no intelectual sino vi­vencialmente, lo que uno es en sí mismo. El practicante tiene que ir descubriendo los velos que le ocultan su propia identidad y de manera muy especial sus limitaciones, para irse desligando o des­vinculando de aquello que no es él, pero que oculta quién es él. Hay que conocer al conocedor y descubrir al descubridor. Como explica el Bhagavad Gita, «existen dos espíritus: el inmutable y el mutable. Todos los seres que existen pertenecen al segundo. Al pri­mero, solamente el ser que ha alcanzado la suprema perfección». Estamos todos tan identificados con nuestros procesos psicofísicos y las actividades del exterior, que no miramos y percibimos «aque­llo» que está detrás y es necesario reconocer para recuperar la cal­ma profunda. Sin embargo, «aquello» nos pertenece, porque es el núcleo del núcleo en nosotros mismos.

Mediante el discernimiento purificado, la autoindagación, la meditación y otras prácticas, la persona va recuperando lo que no puede ser pensado pero hace posible el pensamiento. Así se va pro­duciendo un consciente proceso de desidentificación, mediante el cual la persona vive el «carnaval» de la existencia, pero no se iden­tifica con sus «fantasmas» y, por tanto, está más en sí misma, sufre menos e incluso se divierte y celebra el «carnaval». La identifica­ción, que nos arrebata y nos convierte en el objeto de la identi­ficación sin conciencia clara, es fuente de dolor y desasosiego. No hay peor identificación que la que se produce con el ego y los pen­samientos, sometiéndonos a esclavitud y velando nuestra naturale­za original.



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