El libro de la serenidad



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Libre de ego



Vivía en una ermita en los Himalayas. Había cobrado fama de se­renidad, desprendimiento y santidad. Por ello, con frecuencia, ve­nían gentes de las localidades de los alrededores a visitarle y reci­bir sus bendiciones. Los más acaudalados le llevaban sustanciosos regalos de todo tipo, pero el hombre los cogía y tiraba detrás de él sin echarles siquiera un vistazo. De vez en cuando, asía al azar alguno de los caros presentes recibidos y se lo entregaba a los que eran pobres y nada poseían. Tomaba y daba sin reparar en ello, ale­gremente, como si todo aquello no fuera con él. Extrañados, sus más cercanos discípulos le preguntaron sobre el porqué de esa for­ma de actuar. Sosegadamente respondió:

-Porque, queridos míos, yo no estoy ni en el dar ni en el tomar.


Comentario
Jesús lo dijo magníficamente: «Que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda». Los yoguis dicen que al obrar retiremos nuestro ego de la acción. Buda declaraba: «Renunciando tanto a la victoria como a la derrota, los pacíficos viven felices». Como acon­sejaba Shivananda, «vive para servir a los demás». Pero en ese ser­vicio no puede interferir el mezquino ego. La acción ego céntrica no conduce a la apertura amorosa ni al sosiego. Hay una historia muy bonita. Un maestro ayudó a salvar la vida de una mujer. El marido de ésta vino a agradecérselo, pero el mentor le reprendió diciéndo­le: «Nunca digas que yo lo he hecho».

Otro maestro tenía algunas cualidades curativas y sanaba a al­gunas personas, pero cuando se lo agradecían, reprendía a los que así lo hacían diciéndoles: «Una visión incorrecta os induce a pen­sar que yo soy el que hago. ¡Cuán equivocados estáis! La Shakti (energía) hace por mí». Cuando el destino o el azar o como quera­mos decido pone en nuestras manos dar o tomar, no podemos in­miscuir al ego impostor, porque el curso de los acontecimientos también sigue sus leyes. Lo que hacemos muchas veces es que nos equivocamos asumiendo el protagonismo de muchas acciones y nos declaramos sus hacedores, yeso es como cuando en la base de un rascacielos vemos una escultura de adorno que finge soportar el edificio y creemos que realmente lo sostiene. En la sociedad des­medidamente codiciosa en la que estamos inmersos creemos que el que recibe debe sentirse agradecido, pero hay otro enfoque mucho más sabio y hermoso: el que da tiene que estar agradecido al que recibe, porque éste le ha dado la preciosa oportunidad de poder dar y elevar su espíritu.



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