El libro de la serenidad


Una enseñanza muy especial



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Una enseñanza muy especial
Era el hombre más rico de la localidad. Un día decidió ir a visitar a un anciano que tenía fama de sabio y santo. Quería recibir algu­nas instrucciones espirituales, pues también los ricos envejecen y la vida iba discurriendo. Pero quiso la casualidad que estuviera en presencia del sabio el hombre más pobre del pueblo. Había lleva­do unos bollos que su mujer había preparado para el santo. En­tonces, dirigiéndose al hombre acaudalado, el anciano dijo:

-Come algunos de estos bollos.

Como el hombre rico solía degustar exquisitos manjares y los bollos estaban hechos con amor pero con ingredientes pésimos, no pudo evitar que ese alimento le causara mal sabor o incluso asco. Pero el santo insistió:

-Come, come. Ahora te darás cuenta de lo difícil que es la vida de los humildes. Come, come. ¡Ah!, Y ésta es mi enseñanza para ti: que tomes conciencia de las dificultades de los pobres y a ver si así empiezas a ayudarlas un poco.

El rico esperaba una enseñanza muy especial, que le permitiera además de ser rico vivir con paz interior, pero el maestro le había procurado la enseñanza más simple y hermosa.
Comentario
A veces nos gustaría poner en labios del maestro la enseñanza que queremos oír, no la que necesitamos recibir. También nos gus­taría que esas enseñanzas nos ensalzasen, nos dieran placer y co­modidad, incluso reafirmasen nuestros defectos presentándolos como cualidades. Pero el maestro verdadero es el que sabe la sen­da que debe tomar el discípulo, aunque ésa precisamente sea la que más esfuerzo vaya a costarle. Y de todas las sendas, ninguna más elevada y segura que la del corazón, pero también la más ar­dua, porque queremos seguir anestesia dos emocionalmente y vivir de espaldas a las necesidades de los otros, ocultándonos sus pena­lidades y amarguras. En la vía hacia la serenidad interior hay dos fases muy importantes que cubrir: humildad y generosidad. Como dice el Tao- Te-Ching, «en verdad la humildad es la raíz de la que brota la grandeza, y lo elevado ha de construirse de los cimientos de lo humilde».

La generosidad es la caridad en acción, el cariño en marcha. Si no somos generosos, somos miserables y no hay nada más feo que ser un miserable avaro. De la humildad surge un sentido de her­mosa identificación con todos los seres, cualquiera que sea su con­dición, y de la generosidad emana un sentido de bella entrega in­condicional, que nos induce a evitar el sufrimiento y procurar felicidad.



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