El libro de la serenidad



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Sí a la vida
El Divino creó el mundo. Después cogió dos puñados de ceniza y los colocó sobre la tierra. Respectivamente se transformaron en un hombre y una mujer. Dios los denominó por su nombre: «Hom­bres». Entonces los recién creados dijeron: «No», en lugar de con­testar agradecidos: «Sí». Afectado por esta falta de gratitud, Dios decidió arrebatarles la inmortalidad con la que les iba a obsequiar. Ésta es la causa de por qué tras la muerte sólo quedan las mismas cenizas de las que el ser humano surgió y por qué tras millones de años, todavía en nuestros días, si una persona se rasca contempla­rá cómo aparece en su piel una señal de cenizas blancas.
Comentario
Nuestro mayor misterio se llama «vida»: el prodigio de tomar un cuerpo y una mente, una organización psicosofísica alimentada por la energía primordial. Nos mantenemos en funcionamiento desde el nacimiento hasta la muerte. Tan sólo vivimos unos cuan­tos años, no podemos perder nuestro tiempo lamentándonos, ha­ciéndonos preguntas que no pueden hallar respuesta lógica, o ne­gando la vida con la que inevitablemente contamos. Lo mejor es aprovechar el viaje de la vida para procurar algún bien a los demás y a nosotros mismos. Eso es infinitamente más provechoso y her­moso que causamos daños a nosotros y a los demás y convertir la vida en un erial o, como contaba Nicoll, en «dos o tres momentos de confusión». En última instancia, y como me decía en comuni­cación personal Walpolla Rahula, la vida tiene el sentido que cada :no quiere procurarle. Algunos la aprovechan para herir y perjudicar a los otros y extraer lo peor de sí mismos; otros, sin embarg­o, se sirven de ella para alimentar su bienestar y el de los demás. Hacen de su vida un viaje laudable, tratan de activar y revelar las potencias internas.

La misma vida nos enseña y ofrece la oportunidad de seguir nues­tro guía de luz interior. Un cuerpo y una mente nos permiten trabajar en ese curioso laboratorio que nos encapsula y conseguir una transformación sumamente interesante. La mente puede desarro­llarse y la psique crecer y evolucionar. Podemos estimular la sabi­duría discriminativa para emerger de la ofuscación y ser iluminados por una comprensión profunda. El yoga, que es el método de me­joramiento humano y auto conocimiento más antiguo del mundo, surgió, precisamente, para ayudamos a emerger a una nueva di­mensión de conocimientos e intuiciones. Aunque no podamos cam­biar los procesos externos, sí podemos modificar nuestra actitud hacia ellos y más aún: podemos sometemos a un proceso interno para conectar con el impulso de vida que nos anima y conocer más conscientemente el proceso cósmico en el que estamos inmersos. Todo ello sin orgullo, con paciente humildad y serenidad.

Ahí está el prodigio de la vida que nos vive, pero podemos alertar la conciencia y vivir la vida más lúcida y amorosamente. Es pre­ciso reconocer nuestras múltiples limitaciones, saber que podemos elevar la conciencia y limpiar nuestra mente de ofuscación, apego y odio, convirtiéndonos en amigos para las otras criaturas. Hay mi­llones de personas compartiendo el mismo espacio físico, pero no e1 mismo espacio psíquico o espiritual. Unos son enfermizamente codiciosos; otros, fundamentalmente bondadosos.

Estos últimos, aunque a veces sean víctimas de los otros, tendrán refugio en sí mismos y no desesperarán. La auténtica sabiduría vital consiste en proceder de tal modo que nos podamos otorgar a noso­tros mismos verdadera paz interior y prevenimos contra esas graves enfermedades del alma que son el odio, la ira y la malevolencia, fuentes todas ellas de desasosiego, confusión y esclavitud.



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