Un magistrado estaba muy satisfecho con su secretario y, para recompensarle, decidió invitarle a cenar un día a su casa. Después de la exquisita cena, el magistrado le ofreció una copa de licor a su eficiente secretario. Un arco que pendía de una de las paredes se reflejaba en ella, y el secretario creyó ver una serpiente en su interior. Pero como no podía permitirse desairar al magistrado, sacando fuerzas de flaqueza, aunque aterrorizado, bebió el contenido de la copa. Después se fue a su casa y pasó una noche terrible. Empezó a sentir a la serpiente mordiéndole las entrañas y, aunque ingirió varios medicamentos, no pudo superar el dolor que le afligía.
Transcurrieron los días. El secretario se sentía muy enfermo. El magistrado, extrañado por su ausencia, acudió a visitarle a su casa.
-Pero ¿qué le ocurre, amigo mío? -preguntó el magistrado-.
¿Qué enfermedad padece?
-Debo serle sincero, señoría -dijo el secretario, apenado-. No sé si se trata de la serpiente que me tragué al beber la copa de licor y que no logro evacuar, o simplemente del terror que sentí al tragármela. Pero el caso es, señoría, que no dejan de presentarse los terribles dolores de estómago y las náuseas.
El magistrado, extrañado, regresó a su casa y se puso a reflexionar. De repente la luz se hizo en su mente. Hizo llamar urgentemente a su secretario y, como hiciera días atrás, le ofreció una copa de licor. De nuevo el arco se reflejaba en la misma y el secretario, viendo otra vez una serpiente dentro de ella, retrocedió espantado. El magistrado le explicó:
-Sólo es el reflejo del arco que hay detrás de usted colgado en la pared. Ya ve, mi eficiente secretario, que su mente le ha jugado una mala pasada.
Unas horas después el secretario había recuperado el buen color de tez, e! sentido de! humor y la salud.
Comentario
No es de extrañar que desde hace siglos haya sobrevivido un adagio que reza: «La mente salva, la mente mata». La mente está plagada de desorbitadas reacciones, muchas de ellas condicionadas por el miedo, la sospecha, la desconfianza y, por supuesto, la confusión, que sólo genera más confusión. A menudo, por ello mismo, confundimos los reflejos con la realidad o convertimos, neciamente, la realidad en un reflejo. En los textos antiguos siempre se hace referencia a la atención consciente como una gran fuerza liberadora y como una ayuda en cualquier circunstancia o situación. Pero hay dos clases de atención, entre otras: la debidamente aplicada y la indebidamente aplicada. Cuando no aplicamos la atención debidamente, puede distorsionar la percepción y conducimos a error. Se puede producir el muy engañoso fenómeno de la superposición, porque superponemos nuestras creencias o prejuicios a lo que realmente es. A veces, así, la mente se vuelve un verdadero infierno.
Veamos una antigua historia. Un hombre había llevado una vida de completa negligencia y egoísmo. Al morir, el señor de la muerte le condujo al precipicio del infierno. El hombre comenzó a reírse. El señor de la muerte, extrañado, preguntó cuál era la causa de su risa, ye! hombre dijo: «Porque después de haber vivido en el infierno de mi mente, este lugar me parece un edén».
Dostları ilə paylaş: |