El libro de la serenidad



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El teatro de la mente
Un anciano, tras pasar muchos años residiendo fuera de su pue­blo natal, decidió volver al mismo en las postrimerías de su vida. Se enteraron sus amigos de antaño y decidieron gastarle una bro­ma. Acudieron a recibirle varias leguas antes de que llegara al pue­blo. Se puso muy contento. Cuando pasaban por una localidad to­davía distante de la del anciano, le dijeron:

-Éste es tu pueblo.

-¡Oh, mi pueblo! -exclamó emocionado el anciano.

Al pasar por una de las casas, le indicaron:

-La casa donde vivías de niño.

-¡Oh, mi casa! -gimió conmovido el anciano.

Al pasar junto a unas tumbas le aseguraron:

-Ahí están enterrados tus familiares.

-¡Oh, mis familiares! -y el anciano comenzó a llorar desconso­ladamente.

Arrepentidos, los bromistas le dijeron:

-Perdónanos, amigo de la juventud, te hemos gastado una bro­ma. Éste ni siquiera es tu pueblo.

Horas después llegaron al pueblo del anciano. Cuando le ense­ñaron el lugar donde estaban enterrados sus parientes, permaneció muy tranquilo. Todos se extrañaron ante su indiferencia, pero el anciano dijo:

-Bueno, ¿de qué os extrañáis, patosos? Cuando creí que mis fa­miliares estaban enterrados en el otro cementerio, ya sufrí por ello. No tiene sentido sufrir de nuevo.
Comentario
El sentido de la ecuanimidad es muy importante, porque sin él es muy difícil mantener el equilibrio. Aunque no evita el sufri­miento, ayuda a que se desorbite. «No tiene sentido sufrir de nue­vo»: es una prescripción muy sabia. Pero la mente nos hace sufrir una y otra vez por el mismo suceso y lo acarrea ad infinitum. La ecuanimidad exige ser ejercitada (la meditación es un banco de pruebas para desencadenada) y sobreviene también con la com­prensión profunda y vivencial (no meramente intelectual) de que todo es transitorio y no hay nada a lo que aferrarse definitivamen­te. Cuando impregna realmente el ánimo de la persona, ésta entra en la vía del no-aferramiento y cuenta con un nuevo modo de dis­frutar, que consiste en gozar sin ansiedad ni apego ni compulsión.

La ecuanimidad protege contra las reacciones excesivas y des­mesuradas, y crea un punto de equilibrio que conduce la mente a un estado de imparcialidad y despierta una visión que se suele de­nominar «igualadora» , en cuanto tiende a no establecer diferencias tan abismales entre lo grato y lo ingrato y comprende que «los ex­tremos se tocan», y que si somos como péndulos rebotaremos de un lado a otro. La historia que da pie a este comentario también evidencia en qué grado la mente sufre no sólo por lo que es, sino por lo que cree que es. Así, muchas de nuestras tribulaciones deri­van de «espejismos», puesto que la realidad mental se superpone a la realidad exterior. Ello invita a extraer importantes conclusiones y a reflexionar saludablemente sobre el hecho de cuán a menudo hemos padecido a causa de nuestras fantasías, pensamientos des­controlados o expectativas inciertas.

Cabe citar las sabias palabras del Majjima Nikaya: «No recuer­des las cosas que pasaron y no abrigues esperanzas para el futuro. El pasado quedó detrás de ti; el estado futuro no ha llegado. Pero aquel que con visión clara pueda ver el presente que está aquí y ahora, tal sabio debe aspirar a conseguir lo que nunca puede ser perdido ni alterado».


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