El libro de la serenidad



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El sonido del dinero



Un hombre demandó a un leñador. Demandante y demandado se presentaron ante el juez. El demandante dijo:

-Señoría, demando a este leñador porque, después de ver toda la leña cortada en una jornada, no quiere darme la parte que me corresponde.

-Pero si él es quien ha cortado la leña -repuso el juez sorpren­dido-, ¿qué es lo que has hecho tú para que deba entregarte parte del dinero?

-Yo le he animado con mis gritos de aliento -explicó el deman­dante-. Mis gritos le han estimulado para cortar más leña de la ha­bitual, y, por tanto, ha conseguido más dinero.

El juez se quedó pensativo. Unos instantes después sentenció:

-Es justo lo que reclama la parte demandante, leñador -dijo di­rigiéndose a éste, que se había quedado estupefacto con las prime­ras conclusiones del juez-. Entrégame la bolsa con el dinero, pues vaya darle lo que le corresponde al demandante.

Una vez tuvo la bolsa de monedas en la mano, el juez la agitó vigorosamente, producien-do un buen ruido con las mismas. Dijo:

-Ya te he pagado lo que te corresponde. El leñador recibió el so­nido de tu voz y tú recibes el sonido del dinero.


Comentario
Debido a la codicia -esa raíz de lo pernicioso que está en la mente del ser humano, aunque en unos mucho más desarrollada que en otros-, muchas personas tienden a aprovecharse de los de­más, explotarles o robarles, dando la espalda al menor sentimien­to de ética o virtud.

De algún modo, todos estamos impregnados de ofuscación, co­dicia y odio. Es necesario hacer un gradual y paciente trabajo so­bre nosotros mismos para activar sus opuestos (la claridad o luci­dez, la generosidad y desprendimiento, y el amor o compasión) y conquistar los cuatro estados sublimes que realmente deberían ca­racterizar al ser humano: amor, compasión, alegría compartida y ecuanimidad, que a su vez son los antídotos del odio, el egoísmo, la envidia y el desequilibrio. Debemos abrir el corazón e irnos li­berando del excesivo sentido de posesividad y sentimiento de afe­rramiento, aprendiendo a hallar más disfrute en el dar que en el re­cibir, en el considerar que en el ser considerado, en ayudar que en ser ayudado. Ésta es una importante disciplina para hallamos más tranquilos y disfrutar de mejor salud en todos los órdenes. No se trata del sacrificio inútil ni de falta de firmeza: desarrollando ver­dadera compasión nos libraremos de obsesiones y preocupaciones, rencillas y perturbaciones anímicas, y hallaremos una vía promete­dora hacia el bienestar de la mente. Tenemos que proponemos cambiar nuestra actitud de egoísmo e ir logrando que el corazón se abra y enternezca, para beneficio propio, para beneficio de todas las criaturas, para beneficio del mundo.





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