El libro de la serenidad



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La condena absolutoria



El monarca era muy aficionado a la caza y se servía para ella de dos halcones muy hábiles a fin de atrapar las presas. Sentía tanto afecto hacia sus implacables aves, que un hombre de su confianza tenía como única tarea velar por las mismas y mantenerlas siempre bien adiestradas para la caza. Pero un día, en un descuido, el hom­bre dejó escapar a uno de los halcones. El rey montó en cólera y ordenó que ejecutaran al negligente. Pero uno de los consejeros del monarca era un hombre sabio, de mente serena y lúcida. Con tono sosegado le dijo al rey:

-Majestad, el condenado ha cometido grandes crímenes para merecer con creces la pena capital. Además, creo que convendría hacer pública su culpabilidad a fin de que el pueblo lo repudie sin contemplaciones.

El consejero, en presencia del monarca, se dirigió al condenado para decide:

-¿Sabes lo imperdonable de tu delito? Siendo encargado del halcón real lo has dejado escapar por negligencia. Y lo más gra­ve es que tu culpabilidad ha movido a su Majestad a ordenar tu muerte por la desaparición de su animal favorito. Y la peor con­secuencia de todo es la crítica que podría provocar tu condena en los demás reinos contra nuestro soberano. Sería culpa tuya si se desprestigiara a nuestro rey debido a las calumnias de que su Majestad aprecia más a un animal que a uno de sus súbditos. ¡Tendrás que pagar con tu muerte todas estas consecuencias te­rribles!

Al terminar de expresarse así su consejero, el monarca afirmó:

-He decidido perdonar la vida a este hombre. Tu condena lo ha absuelto.


Comentario
Este mundo requiere personas sabias, con autocontrol, sagaces, sosegadas, pacientes y de mente clara para poder poner fin a tan­tas injusticias, desigualdades y torpezas. La verdadera intrepidez no está en la fuerza, la coacción o la violencia, sino en el acierto y compasión al pensar y proceder, poniendo los medios para favore­cer a los otros y para evitarle s peligro y sufrimiento. ¡Qué hermo­sas palabras las del Srimad Bhagavatam!: «Sé amigo de todos; no te quejes de sus fallos y con simpatía atiende sus sufrimientos».


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