El maestro hipócrita
Siempre se presentaba a sí mismo como superior en todo. Un día, en el sermón de la mañana, les dijo a sus discípulos:
-Queridos discípulos, estáis ante un gran liberado viviente. Aprovechad mi presencia. Soy puro, autocontrolado, lúcido y he superado cualquier miedo. En mi condición de liberado viviente jamás siento miedo, porque para mí dan lo mismo vida o muerte.
Esa tarde el maestro y los discípulos salieron a dar un paseo. Iban por un sendero cuando de pronto vieron una serpiente sumamente venenosa atravesada en el mismo. El primero en salir corriendo despavorido fue el maestro, al que siguieron los discípulos. Cuando regresaron al monasterio, éstos le preguntaron al maestro por qué había sentido miedo. El mentor replicó:
-¿Miedo yo? No seáis ignorantes, queridos míos. No conozco el miedo en mi condición de iluminado, pero si me hubiera quedado impertérrito ante la serpiente, habríais pensado que exhibía mi intrepidez yeso sí habría sido inexcusable por mi parte, porque un iluminado no puede vanagloriarse. ¿Cómo he evitado ese riesgo? Pues corriendo como vosotros.
Comentario
Los falsos maestros conocen perfectamente todo el repertorio de trucos para pretextar o justificar sus comportamientos, por más falaces, innobles o corruptos que sean. Lo peor es que logran engatusar a muchas personas demasiado ingenuas, manipularlas hábilmente y ponerlas a su servicio incondicional. Los «santos» tramposos no son un producto de nuestra época, como a veces equivocadamente se deduce, sino de todas. Tienen sus artimañas para impresionar a sus «clientes», despertar su admiración, motivados y sacarlos de su jaula para meterlos en la del falso maestro. Tienen muy bien estudiada la forma de argumentar sus enrarecidos comportamientos y de enmascarar sus flagrantes contradicciones.
Muchos de estos maestros, sobre todo los de masas, predican desapego cuando son más apegados que nadie; hablan de accesibilidad y son inaccesibles; critican a la sociedad de consumo y son desenfrenados consumistas; se refieren a las virtudes de la humildad y tienen un ego desorbitado. Pero si el discípulo pone al descubierto alguna de estas «singularidades» del maestro, se le explica (por el maestro mismo o por los bien aleccionados componentes de su camarilla, que la mayoría de las veces tienen graves deficiencias emocionales) que el preceptor procede intencionadamente así para poner a prueba al discípulo o para menguar su ego o para ejercitar su confianza u otro buen número de bien estudiadas justificaciones.
Pero lo más sabio que puedes hacer, si encuentras un maestro, es ponerlo a prueba y, además, cuanto más sinceras sean tus intenciones, tal vez más sincero será el maestro que encuentres. No obstante, dispones de tu inteligencia primordial y tu discernimiento, que te prevendrán para que no seas demasiado ingenuo. Un toque de ingenuidad es inocencia y belleza; demasiada ingenuidad es necedad.
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