El libro de la serenidad



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Equilibrio



Dos ministros fueron acusados de corrupción, aunque solamente uno de ellos, el más joven, había sido corrupto. Pero el rey no po­día saber cuál de los dos era el culpable, así que los reunió y les dijo:

-Voy a someteros a una prueba. Ella decidirá por mí, puesto que los dos decís que sois inocentes y yo no tengo medios para saber quién es el culpable. La prueba consistirá en tender un alambre en­tre dos colinas y que lo paséis de una a otra cima. Si lo pasáis, se­réis exonerados de cualquier culpa, y si uno de vosotros o ambos os precipitáis a tierra, ése será el castigo: la muerte inexorable.

Así llegó el día de la prueba. Se había tendido un alambre entre dos colinas. El ministro más joven comenzó a caminar torpemente por el hilo de metal, enseguida dio un traspié y se precipitó al fon­do del abismo, hallando la muerte. Después le tocó el turno al mi­nistro mayor. Con sorprendente sagacidad fue pasando el alambre, hasta que cruzó de una a otra colina. Estupefacto, el monarca le hizo llamar y le dijo:

-Amigo mío, has salvado la vida. Pero hay algo que de verdad me intriga. ¿Cómo has podido superar prueba tan difícil?

Y el ministro repuso:

-¡Oh, Majestad, no ha sido gran cosa! Simplemente, he aplica­do la actitud que he observado durante toda mi vida: irme en ex­ceso a un extremo. Siempre he tratado de tener una mente firme y equilibrada y he procedido encima del alambre con esa actitud: cuando me inclinaba demasiado hacia un lado, corregía; cuando lo hacía en demasía hacia el otro, corregía. Todo lo que he hecho es aplicar a mi paso por el alambre esta equilibrada actitud de vida y así, sin esfuerzo, he logrado recorrerlo.


Comentario
Intencionadamente en mi novela espiritual El faquir me he ser­vido, a lo largo de muchas de sus páginas, del aprendizaje del equi­librismo sobre el alambre como analogía del aprendizaje vital so­bre ese otro «alambre» que es el de la vida, porque todos somos equilibristas que, pasando por él, debemos aplicar la actitud de un equilibrista para evitar precipitamos en el vacío. La vida es un alambre que se extiende desde el nacimiento hasta la muerte y hay que ejercitarse en pasarlo con mucha atención, confianza, pacien­cia, intrepidez, firmeza de mente y sosiego. Uno no puede ligarse o aferrarse al alambre. Los movimientos deben ser medidos y cer­teros, pero a la vez libres y fluidos. No hay lugar para la distrac­ción, pues puede resultar fatal, ni tampoco para el alambre ya pa­sado o el alambre por pasar, porque hay que conectar con la momentaneidad. Pueden surgir complicaciones y hay que saber evitadas y reequilibrarlas. El ánimo no debe desfallecer. Uno no puede permitirse reacciones mecánicas ni automatismos. A la vez es necesario controlar y soltar. Para poder manejarse, tiene que ha­ber plena conciencia.

En la vida diaria la ecuanimidad o el arte de armonizar y ree­quilibrar, con una mente firme y sosegada, es sumamente necesa­rio y además consolidará una actitud que nos será siempre prove­chosa en cualquier situación inesperada o difícil que se produzca.





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