El ruiseñor
Era una jaula hecha de espejos y en el medio de la misma había una hermosa rosa colgada. La flor se reflejaba primorosa y bellamente en los espejos y el ruiseñor que estaba preso en la jaula se sentía embelesado por dichos reflejos. Tan fascinado estaba que volaba hacia un reflejo y se golpeaba; volaba hacia otro y volvía a golpearse. Buscaba la rosa en los reflejos, porque tanta belleza le tenía fascinado y turbado. Pero por todos los lados contemplaba la maravillosa rosa. Y cada vez que quería sentirla y se aproximaba a ella, se golpeaba y se hería. Pero un glorioso día, se abalanzó sobre la rosa real y entonces, ¡oh, milagro!, ya no había jaula y era libre para volar, cantar, sentir, gozar y vivir.
Comentario
Todos los maestros han afirmado que el conocimiento nos hará libres; obviamente, se refieren a un conocimiento supracotidiano y no libresco. Pero, persiguiendo reflejos y siguiendo los extravíos de la conciencia, no somos capaces de llegar a la rosa del conocimiento. Los reflejos no tienen su aroma y en ellos no podremos nunca encontrar la libertad, la satisfacción y la certidumbre que anhelamos, sino más bien seguir acumulando decepciones, frustraciones, sinsabores y heridas. Sólo si perseveramos en la búsqueda y vamos aprendiendo a corregir, a esclarecer nuestros enfoques y a servimos de un entendimiento correcto, un día iremos a dar con la rosa del conocimiento, cuya fragancia nunca se pierde y nos conduce hacia la cámara del corazón, donde nos encontraremos cara a cara con nuestro ser. Entonces percibiremos las potencias internas y también las externas, con una percepción que no está sometida a la interpretación ni al deseo o a la aversión y, por tanto, no está distorsionada y es supraconsciente.
Declara Yogananda: «Cada uno de vosotros está compuesto de miles de pequeñas estrellas: ¡las estrellas de los átomos! Si vuestra fuerza vital fuese liberada del ego, aprehenderíais el universo entero en vuestro propio ser».
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