El libro de la serenidad



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Transitoriedad



Un hombre que sentía un gran rechazo hacia la enseñanza de Buda y envidiaba su firme talante de serenidad, al cruzarse un día con él, le escupió en el rostro. Luego cada uno siguió su camino. Pero días después, Buda volvió a cruzarse con el que de tal modo se había comportado. Le miró sosegadamente y le sonrió con afec­to. El hombre, estupefacto, preguntó:

-Pero ¿cómo es posible que estés tan tranquilo e incluso me sonrías amistosamente después de lo que pasó hace unos días?

-Es muy simple, amigo -repuso Buda sin inmutarse-. Ni tú eres ya el que me escupió ni yo, el que recibió el escupitajo. Ve en paz.
Comentario
En un texto hindú conocido como el Kularnava- Tantra pode­mos leer: «La vida se escapa como el agua contenida en una vasi­ja». No hay, pues, tiempo que perder. Pero consumimos buena par­te de nuestra vida en extravíos mentales como «éste me ha hecho esto» o «aquél me ha hecho lo otro», y nos llenamos de resenti­miento, rencor o incluso afán de venganza. Ni siquiera entende­mos, porque no hay entendimiento correcto, que todo es transitorio. Muda la materia, pero más veloces transitan los estados anímico s y los sentimientos. Todo cambia, «nadie puede sumergirse dos veces en el mismo río». La mente agarra, se obsesiona, es como una oru­ga defendiendo obstinadamente su hoja. Uno se achicharra en sus propios rencores y sinsabores. Hay un ejercitamiento muy saluda­ble: la de la media sonrisa. Dondequiera que estés, cualquier suce­so que acontezca, esboza la media sonrisa. Así uno se distiende, se relaja, se hace física y psíquicamente más elástico. Como instruye el Mahabharata, ni la experiencia del sufrimiento ni la del placer son eternas, pero la mente acarrea la primera de ellas y se aferra a la segunda. Así, incluso el placer es la antesala del sufrimiento.

En el texto budista Digha Nikaya leemos: «De la misma mane­ra en el pasado, lo que entonces era, era real, pero lo que ahora es y lo que será, no lo eran; en el futuro, lo que será, será real, pero lo que ahora es y lo que ha sido, no lo serán ahora mismo; lo que es, es real, pero lo que ha sido y lo que será, no lo son». Es signo de salud mental enfocarse en el aquí y ahora, con mente atenta y ecuánime (mente meditativa) y no dejar que los «fotogramas» del pasado enturbien los del presente. Pero, además, en cuanto deja­mos que intervenga el ego, surgen los sentimientos de soberbia, va­nidad e infatuación. Tiránicos, nos roban la paz interior, porque exigen que busquemos la aprobación y consideración de los otros y si no la tenemos, nos sentimos muy heridos. Como dijo jesús, «a cada día bástale su disgusto». No acarreemos disgustos de uno a otro día, no respondamos alodio con odio, porque nos estaremos dañando a nosotros mismos y porque el odio nunca puede cesar por el odio. Cierta indulgencia, que nunca es falta en absoluto de firmeza (todo lo contrario), es necesaria. No seamos tan neurótica­mente receptivos a las ofensas. La comprensión es una clave para la serenidad. Si uno mismo es tan fluctuante en sus estados aními­cos, comprendamos un poco los de los demás. Cuando alguien tie­ne lo que se llama «un mal día» y nos muestra impúdicamente su lado difícil, no nos dejemos implicar en el mismo y, mediante la au­tovigilancia y la ecuanimidad o firmeza de mente, mantengamos a ésta distante de la ofensa, porque como dice Kipling, «si nadie que te hiera, llega a hacerte la herida». A menudo, porque no somos ca­paces de gobernar nuestra mente, nos herimos en demasía a noso­tros mismos.




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