El yogui del silencio
Había alcanzado una paz tal que la transmitía espontáneamente e incluso impregnaba de quietud toda la estancia en la que se hallaba. Venían a verle buscadores de muchos lugares y aquellos que tenían la suficiente sensibilidad enseguida conectaban con su poderosa y purísima vibración de sosiego. Llegó a visitarle un impertinente y acaudalado devoto, un hombre fatuo y exigente. Entró en la sala y se sentó frente al imperturbable yogui. El silencio era total. De repente y en mal tono, el hombre dijo:
-No he venido hasta aquí para no recibir nada. -Se dirigió al asistente del yogui y le dijo-: ¡Que me inspire con algunas palabras!
El asistente le replicó:
-Si no es capaz de inspirarte su elocuente y revelador silencio, no hay palabra que pueda conseguirlo.
Comentario
El silencio de unas personas resulta hostil, inquietante, agresivo e intranquilizador. El silencio de otras es como un bálsamo, sosiega, inspira y reconforta. Depende del grado de evolución de cada persona y del estado de su mente. La inquietud se transmite; la serenidad se transmite. Uno de los grandes sabios de la India, Ramana Maharshi, impartía elevadas enseñanzas no sólo con la palabra, sino también con su revelador silencio. Transmitía la pureza que había dentro de él y de ahí que el psiquiatra Jung se refiriera al yogui declarando: «Es más blanco que el punto más blanco de una hoja en blanco». El silencio de Ramana no era denso o pesado, azorante, sino ligero y cálido, profundamente tranquilizador, hasta tal grado que muchos de los visitantes entraban en meditación profunda con sólo encontrarse en la sala del sabio.
El más esencial silencio es el de la mente. En él, refrenadas las ideas automáticas, florecen un tipo especial de conocimiento y una profunda vivencia de ser. Se descubre el espacio de quietud libre de las actividades pensantes o los deseos.
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