El libro de la serenidad



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Fortaleciendo al enemigo



Estaba casado con una mujer bella y encantadora. Las facciones de su rostro eran muy hermosas, tan sólo afeadas ligeramente por una nariz prominente. Cuanto menos se empeñaba el hombre en ver la nariz de su mujer, más la veía. En el hermoso rostro de la atractiva mujer ya no contemplaba más que su desafortunada nariz. Desalentado, acudió a visitar a un maestro y le dijo:

-Del hermoso rostro de mi esposa, sólo puedo ver su fea nariz, Cuanto menos quiero verla, más la veo. Estoy obsesionado por ello.

El maestro le explicó:

-Estás creando conflicto y fortaleciendo al enemigo. No procedes adecuadamente, porque estás siendo parcial y conflictivo. Te diré lo que debes hacer: no evites mirar la nariz de tu esposa. Mírala y ya verás que si no creas tensión ni rechazo con esa parte de su rostro, ya no te preocupará.

El hombre hizo lo que le había recomendado el maestro. Y, ¡oh, milagro!, al no empeñarse en evitar la contemplación de su nariz podía apreciar sus ojos hermosos, sus maravillosos labios y sus exquisitas mejillas. Terminó por encontrar hermosa también la nariz de la mujer.
Comentario
Cuántas veces ponemos el énfasis justo en lo que queremos evitar; cuánto sufrimos por no querer sufrir; cuánta felicidad perdemos por nuestro afán desmedido de felicidad; hasta qué punto te­nemos una recalcitrante inclinación a ver en las aguas pantanosas sólo la suciedad y no apreciar la espléndida flor de loto. Hay un adagio muy sutil: «Cuanto más lo busco, menos lo encuentro». ¿Sabes una cosa? Si persigues tu sombra, nunca la atrapas; si te em­peñas en ver tus ojos nunca lo consigues, del mismo modo que el sable no puede combatir consigo mismo; si te obsesionas porque no quieres escuchar un ruido, lo oyes más; si te dejas arrastrar por la antipatía hacia una persona, intensificas la antipatía que te pro­duce.

El arte de fluir, abrirse, ser permeable y flexible, absorber sin inútiles resistencias, es de una gran ayuda para la vida. El hombre de esta historia no podía dejar de ver la nariz de su mujer y cuan­to más se lo proponía, menos aún; el hombre de la siguiente histo­ria ni siquiera reparó en las heridas por viruela de su esposa.

Enseña el Tao-Te-Ching: «La mejor manera de conquistar a un enemigo es ganarle sin enfrentarse a él». Es la llamada virtud de la no-lucha. También el arte de la no-oposición. También la senda de no-fortalecer-al-enemigo, sino amistar con él para debilitarlo. Ade­más, la belleza está en los ojos del que mira. Una nariz fea para unos es hermosa para otros e indiferente para muchos. Nosotros, que tanto distamos de la perfección física, mental, moral y emo­cional, ¡cuánta perfección exigimos en los demás! Un místico dijo en una ocasión: «Como no hay nadie en el que no haya algo bue­no, nunca logro ver lo malo en él». La serenidad también consiste en saber aceptar una nariz que no es suficientemente agraciada o a un amigo que resulta un poco pesado o la cabeza que en el cine nos oculta parte de la pantalla.

Más allá de la forma


Un hombre amaba con intensidad a su compañera, la cual no era precisamente bella. Desde niña tenía la cara picada con viruela. Con aquella mujer, las noches eran de carne y espíritu.

Un amanecer, ella le susurró:

-Amado mío, mi muy amado, cuánto lamento que mi piel no sea suave como un nenúfar para recibir tus labios.

-¿Por qué me dices eso, mi muy querida? -preguntó el hombre extrañado.

Y la mujer, intuitivamente, comprendió al instante que él jamás había reparado en sus feas señales. Al mirar más allá, la había en­contrado realmente a ella.
Comentario
La belleza exterior tiene un milímetro de espesura: el de la piel. La belleza interior es más profunda que los vastos océanos. Unos ven en los demás su lado feo, y crean malestar y ansiedad sobre sí mismos y los otros; los hay en cambio, más afortunados, que saben ver el lado luminoso de los demás y no poner el acento sobre el di­fícil. Podemos preguntamos: ¿amamos a la otra persona por el pla­cer que nos procura o por la persona misma? El amor egocéntrico conlleva ansiedad, inquietud, celos, desasosiego, resentimiento, exigencias y reproches. El amor más incondicional está libre de po­sesividad y contaminaciones de cualquier orden, por lo que resul­ta más genuino, estable y tranquilizador.


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