El libro de la serenidad



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Hacer sin hacer



Siempre estaba sereno; nada podía perturbarle; no conocía la agi­tación. A los que acudían a recibir sus enseñanzas les decía:

-No os fatiguéis en extremo; no os identifiquéis mecánicamen­te; no os involucréis con el agotador sentido del hacedor. Haced sin hacer.

Así se pronunciaba uno y otro día, pero la gente quedaba con­ fundida. Le preguntaron:

-Pero ¿se puede hacer sin hacer? ¿En qué consiste eso?

-Es una actitud -contestó amablemente el maestro-. Una acti­tud. La acción, queridos, no es agitación. Si uno se siente como el hacedor de todo y fortalece su ego, es como llevar una carga inú­til, pero quien hace sin hacer, libre de la acción, hace mejor y nun­ca se fatiga.

-No entendemos -dijeron desorientados los oyentes.

-En ese caso os pondré un ejemplo -dijo afectuosamente el maestro, siempre incólume y apacible-. Suponed que viajáis en un ferrocarril con una pesada maleta. Os pregunto: ¿la llevaríais enci­ma o la dejaríais en el suelo del ferrocarril para que éste la llevara?
Comentario
«Wu-wei» lo llaman los taoístas chinos. «Contemplación en la acción» lo denominan los sabios indios. Es el no-hacer como acti­tud, el mantener la pasividad interior en la actividad por frenética que ésta resulte, el ejercitar que la acción no es necesariamente agi­tación y que uno puede mantener su ángulo de inafectación y quie­tud en cualquier situación, por tensa que resulte. Nadie puede de­jar de actuar, porque la vida es movimiento 'y acción. Los hay que actúan compulsiva y vehementemente; los hay que hacen sin-ha­cer y entonces hacen mucho mejor, más acertadamente y con ma­yor precisión. Está la acción agitada y ofuscada; está la acción cla­ra y lúcida.

No-hacer significa no implicarse egocéntricamente. Los aconte­cimientos también siguen su curso. ¿Acaso no se refleja la luna en las aguas del lago por la noche y no van y vienen las olas lamien­do la playa? Hacer sin lucidez, sin sosiego y sin equilibrio es muy peligroso, y ya constatamos lo que está haciendo el ser humano con las otras criaturas y con el ecosistema. No hay armonía en la mente y entonces no se respeta la armonía exterior. «Cuando los deseos humanos son moderados, se produce la paz, y el mundo se armoniza por su propio acuerdo» (Tao-Te-Ching). Pero traslada­mos nuestro desequilibrio interior al exterior y lo contaminamos con desasosiego e inarmonía.

No-hacer no es no hacer nada, sino hacer sin aferrarse a la ac­ción ni a los resultados de ésta; es la acción más libre, inegoísta, consciente, natural, oportuna, con renuncia a los frutos de la ac­ción, porque si tienen que llegar lo harán por añadidura. Una acción tal no aliena, no condiciona, no limita, no esclaviza, no neurotiza, no revierte en feo y atroz egoísmo. Haz lo mejor que puedas en toda circunstancia y situación, libre de los resultados de la acción. No se puede empujar el río. Al día sigue apaciblemente la noche. No actúes de manera compulsiva. La acción más lenta y sosegada, más atenta y precisa, es hermosa y fecunda; la acción precipitada, ur­gente y agresiva, es fea e indigna. El Bhagavad Gita enseña: «Cum­ple sin encadenarte a la obra que debas hacer, pues si se hace sin encadenarse, el ser humano alcanza la Mente Suprema».

Todos tenemos que actuar, pues incluso un eremita en su cueva ha de limpiada, meditar, ordeñar a la cabra para tomar su leche o encender un fuego para protegerse de las inclemencias del invier­no. Pero la acción puede encadenamos y los resultados obsesio­namos y esclavizamos, o por el contrario podemos acometerla sin ataduras. Además, el proceso es tan o más importante que la meta. Cada paso en la larga marcha tiene su peso específico y cuenta. Más importante que adónde voy, es que voy El cementerio está lleno de personas que tuvieron mucha prisa y lo único que hicieron fue vol­ver un poco antes al polvo del que emergieron. El no-hacer es tam­bién hacer sin avidez ni odio, con equilibrio de ánimo.

La acción nunca puede ser superior al que actúa, aunque el hombre de esta época parece olvidar este valioso principio y se aliena fácilmente con un elevado coeficiente de actividades desaso­segadoras. La acción más inegoísta no se basa nunca en explotar, someter o vencer. Es cooperante y amable. No admite competencia ni desamor. La mente permanece pura y ni se aferra ni genera aver­sión. Del fracaso se aprende. No hay lugar para el desfallecimien­to. La acción en sí misma es entonces liberatoria. Da igual que se haga. Barrer es tan importante o más que las decisiones de un ministro; lavar los utensilios de la cocina es tan decisivo como la labor que lleva a cabo un abogado o un médico. Se hace lo que se tiene que hacer; se toma la dirección que se debe tomar. Al hacer sin hacer no hay vacilaciones. Eres jardinero. Cultiva lo mejor que puedas el jardín. No depende de ti si luego llega un huracán y lo destruye. Tú haz lo mejor que puedas al abonar, podar, regar y re­mover la tierra. Ésa es ya en sí misma la recompensa y no si llegas a tener el jardín más admirado del mundo.


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