El libro de la serenidad


De esclavitud en esclavitud



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De esclavitud en esclavitud



Un día, un hombre descubrió al despertarse, con horror, que unas esposas le atenazaban las muñecas. Hundido en la desesperación sólo anhelaba volver a ser libre, pudiendo quitarse esas horribles esposas. Despavorido, salió a la calle y comenzó a correr. ¡Ansiaba la libertad! Necesitaba alguien que pudiera librarle de las esposas. Corrió y corrió por calles y callejuelas y de pronto, al pasar frente a una herrería, vio a un fornido herrero trabajando. Entró en el ta­ller y le suplicó que le liberase de las esposas. Un par de certeros golpes fue suficiente para que éstas saltaran por los aires. Enton­ces el hombre se sintió muy agradecido a su salvador y comenzó a admirarlo profundamente. Lleno de gratitud, decidió quedarse a pasar una temporada con él. El herrero era un hombre tosco, dés­pota e incluso cruel. Cada día encomendaba al liberado tareas más duras e indignas y le insultaba y le exigía obediencia ciega y ab­yecta. Le intimidaba sin tregua, despreciándolo a cada momento, de modo que lo convirtió en un ser sumiso. Así pasaron los meses y los años. El hombre se convirtió en un esclavo del herrero.
Comentario
Hay cuatro tipos de relaciones interpersonales; los tres primeros a los que haremos referencia engendran vínculos afectivos insanos y no cooperan en el progreso interior. Hay personas que se rela­cionan desde lo que podríamos denominar el «aislacionismo», in­cluso si tienen un gran don de gentes y son aparentemente muy co­municativas. No se abren más que en la apariencia, no comparten, no se comunican de corazón a corazón; en su interior, están atrin­cheradas psicológicamente, se acorazan y nunca se entregan. Sus relaciones, por ello mismo, son tan superficiales como insustancia­les. Aunque la persona no se aperciba de ello, hay miedos, insegu­ridades y carencias en lo profundo de su psique que le impiden la sana interdependencia, la comunicación genuina y la entrega in­condicional. Son individuos que interiormente viven aislados y si consiguen algún tipo de sosiego o equilibrio, son artificiales y, por tanto, precarios.

Otros seres humanos se relacionan desde el afán de poder y la necesidad compulsiva de dominar, manipular y someter a los de­más, a veces incluso buscando falaces autoengaños como por ejem­plo un exacerbado paternalismo, o argumentando su conducta me­diante la excusa de que quieren ayudar y proteger. Estas personas, cuando se les contraría, pueden llegar a ser muy violentas o muy ladinas; aun cuando aparentan suavidad, su voluntad de dominio está al acecho.

Hay otra categoría de individuos que actúan desde la docilidad excesiva y el sometimiento, como el personaje de nuestro cuento, y pueden llegar a la obediencia ciega e incluso a la abyección. Son personas con una notoria minoría de edad emocional, mórbida­mente dependientes, que necesitan la luz ajena para gravitar en sí mismas. Los líderes políticos, sociales y religiosos se sirven de ma­nera habitual de ellas, que tienen una tendencia a la indiscrimina­da admiración, a entronizar al líder y a entrar incluso en servi­dumbre con respecto a él. En lugar de tratar de salir de su cárcel interior, duplican su prisión: la propia y la persona a la que rinden pleitesía. No puede haber crecimiento interno de este modo, ni so­siego, ni libertad mental. Una persona afirma su ego en detrimen­to de la otra; apuntala su enfermiza personalidad explotando emo­cionalmente a la otra.

Pero hay individuos que entablan relaciones afectivas que se fundamentan en un vínculo sano y, por tanto, genuino y capaz de cooperar en el crecimiento de aquellos que configuran la relación.

Son relaciones de fecunda interdependencia, donde están ausentes las actitudes de «aislacionismo», dominio y dependencia. El víncu­lo sano se basa en la cooperación, la libertad, la entrega sin depen­dencias, la sólida comunicación, la atención consciente, el sosiego y la tolerancia. En la media en que la persona se va completando y consiguiendo madurez psíquica y serenidad, está más capacitada, por supuesto, para tallar vínculos afectivos sanos y genuinos. Del mismo modo que «así como pensamos, así somos», podríamos asegurar que «así como sentimos, así nos relacionamos».


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