El libro de la serenidad


El fruto del conocimiento



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El fruto del conocimiento



Un joven fue a visitar a un yogui y le dijo:

-Voy a viajar por todos los sagrados Himalayas en busca de un maestro que me ofrezca enseñanzas para hallar la serenidad y que me reporte el fruto del conocimiento.

-Yo te diría -repuso el yogui- que sería mejor que ese tiempo lo aprovecharas para practicar aquí conmigo.

Pero el joven no le prestó atención y partió. Viajó sin descanso, conoció a muchos maestros y pasó muchas penalidades. El viaje se prolongó durante años. Finalmente accedió a un valle donde había un hermoso jardín en el que crecía un maravilloso árbol. Era el ár­bol que daba los frutos del conocimiento. ¿Y quién estaba al lado del mismo? El yogui con el que el hombre había hablado años atrás. Se dirigió a él y le dijo:

-Pero, yogui, ¿por qué no me dijiste que tú eres el custodio del árbol que proporciona el fruto del conocimiento?

-Porque entonces no me habrías creído.


Comentario
Vemos de acuerdo con nuestro grado de entendimiento. Com­prendemos según la apertura de nuestra mente y nuestro corazón. Se nos escapan las realidades más evidentes porque nuestros jui­cios y prejuicios, creencias y expectativas las velan. En la mayoría de los seres humanos se produce, además, un fenómeno que los sa­bios hindúes denominan de «superposición», en cuanto tendemos a superponer nuestras creencias y condicionamientos a lo que con­templamos, distorsionándolo, como la persona que tropieza con una cuerda y se espanta tomándola por una serpiente venenosa.

A menudo buscamos muy lejos lo que está muy cerca. Damos la vuelta alrededor del mundo para llegar a nosotros mismos..., si llegamos. Como declaraba Buda con frecuencia, subimos y baja­mos por la misma orilla y no cruzamos a la opuesta, o bien vivimos dando vueltas a la circunferencia y no acertamos a llegar a su pun­to central. No es ni mucho menos por casualidad que la parábola del hijo pródigo aparezca tanto en el budismo como en el cristia­nismo. Pero es rara la persona que con clara comprensión sepa po­ner correctamente «los conectores» de su mente y, por tanto, «co­nectar» bien. Por efecto engañoso de la ilusión mental, tomamos lo relativo como absoluto, lo inesencial como esencial, lo insustancial como sustancial. La mente vaga de un lado para otro y el intelecto no tiene la pureza necesaria para análisis certeros, sometido a todo tipo de tendencias, pasiones y emociones. Las fuerzas psíquicas más poderosas se malogran porque las invertimos incorrectamen­te. No se trata de dejar de ser activos, pero sí de comprender que la conciencia de ser puede ser desarrollada viajando muy lejos o sin salir nunca de la aldea que nos vio nacer. Es una búsqueda hacia dentro, aunque a veces la motivemos o inspiremos con una bús­queda hacia fuera.




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