El libro de la serenidad


La expulsión del discípulo



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La expulsión del discípulo



En una comunidad espiritual, el maestro hizo llamar a uno de sus discípulos y le anunció:

-Con todo cariño debo decirte que he decidido pedirte que te vayas de aquí.

-Pero ¿por qué? -preguntó el joven extrañado.

-Por fidelidad.

-¿Por fidelidad?

-Sí, por haber sido extraordinariamente fiel -explicó el mentor. Indignado y dando gritos, el discípulo protestó:

-¡Esto es increíble! Es la primera vez en el mundo que expul­san a alguien por fidelidad.

-Por tu fidelidad -dijo el maestro- durante muchos años. Tu fi­delidad al embuste, la holgazanería, la irritabilidad, la descortesía, la negligencia y la vanidad. Nadie ha sido tan fiel como tú, amigo mío.


Comentario
Siempre buscamos defectos en los demás, pero no nos miramos de manera objetiva a nosotros mismos. El Dhammapada sabia­mente declara: «La mayoría de las personas envejecen como los bueyes, engordando en kilos, pero no en sabiduría». Hay una ins­trucción que todos deberíamos recordar una y otra vez: «El cam­bio interior es una suma de minúsculas modificaciones». Nadie cambia de golpe; y, por supuesto, nadie cambia si no va sumando pequeñas modificaciones día a día. Entrevisté en varias ocasiones al lama Kalu Rinpoche, que estaba considerado por muchos como un Buda viviente. Lo que él me transmitió es transmisible a todas las personas. Dijo: «Mira, todavía no eres una persona del todo mayor; tienes inteligencia y gozas de ciertos medios para sobrevi­vir; has escuchado la enseñanza y confías en ella. No lo dejes de­masiado». Pero ¿no somos a menudo, en cuanto a la senda del au­toconocimiento y del mejoramiento humano, y por tanto de la conquista de la paz interior, como el personaje de nuestro cuento, fieles a la pereza, la desgana, la indolencia y la negligencia?

Es conveniente detenerse y reflexionar con alguna frecuencia en qué está haciendo uno con su propia vida y con su propia psicolo­gía. El tiempo discurre con inexorable fluidez, como nos recuerda la admonición antigua: Tempus fugit. Llegará el momento en que posiblemente nos queden en verdad unos días de vida. Cada uno tendrá ocasión de comprobar entonces cuál es su grado de enten­dimiento y su aplomo. Ése será un momento difícil, sobre todo porque se pondrá al descubierto la cruda realidad de que en tales circunstancias ni personas queridas, ni conocimientos librescos, ni medios materiales pueden reparar lo que en sí mismo es irrepara­ble. Lo que uno haya acumulado dentro de sí mismo, y que es lo único, como dice Jesús, «que no puede destruir la polilla», será aquello con lo que contaremos. Nada más sabio que acumular se­renidad interior. No está sometida a la inflación ni a la devaluación y, además, no puede ser sustraída por nadie.



El poder

De la

mente

Memoria



Era un acaudalado individuo, por cierto de bastante mal carác­ter, que había perdido la memoria. Pero la familia no aceptaba el hecho, porque el hombre, desmemoriado, había dejado de dirigir sagazmente sus negocios y ya no asistía a las necesarias reuniones de trabajo ni organizaba bien sus empresas. Entonces recurrieron a curanderos, magos, demiurgos, herbolarios, médicos y todo tipo de especialistas, pero sin obtener ningún resultado. La familia tuvo noticias de que había un hombre que se servía de numerosas téc­nicas y había tenido grandes éxitos con personas dementes o men­talmente enfermas. Le hicieron venir, pagándole todo lo que el hombre exigió. Durante semanas, mediante distintos métodos, tra­bajó con el desmemoriado y por fin consiguió que el hombre de negocios recuperase la memoria. Pero cuando la recobró, el indivi­duo comenzó a ser de nuevo déspota y agresivo, hiriente en pala­bras y actos, siempre alterado e irritable; su vida y la de los demás volvieron a ser un tormento. Mas en el alma del hombre había quedado el eco de que mientras había estado sin memoria se sen­tía bien, sereno y alegre, libre de deseos obsesionantes, tensiones y conflictos, avidez y odio. Entonces acudió al especialista que le ha­bía devuelto la memoria y le dijo:

-Te lo ruego, te pagaré todo lo que me pidas, pero, por favor, retorna mi mente al estado del que la sacaste. Ayúdame a perder la memoria otra vez.


Comentario
Hay dos tipos de memoria: la psicológica y la factual o de datos. La segunda es absolutamente deseable y necesaria; la primera, si nos dejamos anegar y abatir por ella, es sumamente condicionan­te, sombrea el presente y nos impide vivir en la frescura del mo­mento. La memoria trae al presente los acontecimientos, vivencias y reacciones del pasado y es como una densa interferencia entre el observador y lo observado. No se ve con ojos nuevos la realidad in­mediata, sino velada por todo tipo de memorias que están cargadas de sentimientos. Hay personas que viven atormentadas o desespe­radas por sus recuerdos que, inexorablemente, traen a la mente si­tuaciones del pasado que fueron dolorosas o traumáticas, pero, además, las memorias (que incluyen códigos, esquemas, modelos y filtros socioculturales y familiares) se imponen de manera in­consciente al individuo y le roban su libertad interior, creando ten­dencias que no son consciente y libremente elegidas, sino que vie­nen impulsadas por las impregnaciones de esas memorias. Hay que saber despojarse del fardo de muchas experiencias o circunstancias del pasado, para poder estrenar la mente cada mañana y no sabo­tear con nuestras memorias psicológicas la serenidad y la certi­dumbre.

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