El domador
El rey cada día tenía más deseos de contemplar proezas que renovasen su capacidad de asombro. Aseguró que daría un arca llena de monedas de oro a la persona que hiciera algo que realmente le sorprendiera. Entonces, un domador anunció que se encerraría en una jaula con diez fieros leones y que incluso sin necesidad de látigo se haría respetar por ellos. El monarca no podía creerlo. Efectivamente, estaba deseoso de contemplar un número tan ostentoso.
Llegó el día fijado para el espectáculo. El rey y sus cortesanos querían comprobar que era cierto lo que afirmaba el domador. Éste entró en la jaula y al instante aparecieron por el foso diez descomunales leones. Se hizo un silencio sepulcral. Todos los asistentes pensaron que ese domador era un verdadero loco, especialmente porque ni siquiera llevaba un látigo o un tridente para imponerse a las fieras. El monarca se dijo: «Nada tengo que temer con respecto a mi arca de monedas de oro. Este hombre va a morir entre sus alimañas». Pero ante la sorpresa general, el domador comenzó a jugar con los leones, a montarse sobre ellos, a abrazarse a los mismos y a dejarse llevar de aquí para allá por los colosales felinos. Así se desarrolló el espectáculo durante un prolongado tiempo, hasta que el monarca se dio sobradamente por satisfecho.
Tras la representación, el rey recibió al domador. Intrigado, le preguntó:
-No hay duda de que eres el mejor domador del mundo; seguro. Pero tienes que decirme algo: ¿cómo lo has conseguido? ¿Cómo has logrado que estos animales se comporten contigo como dóciles gatos?
-Majestad, no he hecho nada en especial. Me he comportado con los leones como si yo fuera uno más de ellos. He sabido fluir con ellos, sin resistirme ni generar sentimientos autodefensivos u hostiles; les he hablado, me he dejado lamer por ellos, hemos comido, jugado y dormido juntos; he compartido sus estados de ánimo, sus cuitas por estar encerrados, sus alegrías y pesares. He tratado de permanecer siempre sereno junto a ellos, para no agitarlos con mi agitación. Simplemente, Majestad, he sabido adaptarme a ellos y me han tomado por uno más de la manada. Seguramente, piensan que soy un ejemplar raro, porque a veces, sólo a veces, camino sobre dos «patas», pero en lo demás me saben uno de ellos. No ha sido difícil.
El monarca quiso dar al domador el arca llena de monedas de oro, pero el hombre dijo:
-No, Majestad, sólo tomaré lo necesario, como ellos lo harían. No voy ahora a defraudarles.
El domador tomó un puñado de monedas para poder alimentarse a sí mismo y a sus amigos. Partió en compañía de sus leones, sereno y feliz.
Comentario
Saber amistar: ¡es tan importante! Aprender a amistar con uno mismo y con los demás. Así ganamos mucha serenidad, la procuramos y recibimos. Significa ponemos en el lugar de los otros, fluir con ellos, no crear resistencias ni hostilidad, estar en apertura y conectar con el ánimo ajeno. La ternura, la espontaneidad genuina, el contento y la serenidad son excelentes medios para la proximidad anímica entre los seres y la evitación de bloqueos, tensiones, resquemores o autodefensas. Al impregnarse uno mismo de energía de quietud y satisfacción, tendemos a crear una atmósfera de empatía, agrado y complicidad. La inseguridad se transmite, al igual que el resentimiento, la ansiedad o el miedo, así como se transmiten la confianza, el sosiego y la certeza. Si uno se siente amenazado, reacciona con contagiosa inseguridad; si uno está expandido y fluido, engendra una energía de acercamiento y amistad. Los estados de ánimo también son transmisibles y contagiosos. Las personas hostiles crean hostilidad; los pacíficos, paz. Buda declaraba: «Dieciséis veces más importante que la luz de la luna es la luz del sol; dieciséis veces más importante que la luz del sol es la luz de la mente; dieciséis veces más importante que la luz de la mente es la luz del corazón». Con amor, paciencia, serenidad, constancia, flexibilidad mental, tolerancia y sabiduría hasta las fieras logran ser amansadas.
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