El libro de la serenidad



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El maestro impecable



Era un discípulo sumamente exigente, a pesar de estar en un po­bre nivel de entendimiento y con una escasa evolución espiritual. Después de pasar años buscando maestros y descartándolos por no considerarlos dignos de él, halló uno que le pareció un mentor per­fecto.

-¡Por fin he encontrado a un maestro impecable! -exclamó-.

A ti sí te permitiré que me impartas la enseñanza.

Y el mentor, imperturbable, repuso:

-Pues no te la impartiré.

-¿Por qué?

-Porque un maestro impecable requiere un discípulo impecable y tú distas mucho de serlo.
Comentario
Muchos hijos dan por sentado, cualquiera que sea su edad, que sus padres tienen que ayudarlas, y ni siquiera se sienten agradeci­dos. Muchos discípulos son como esos hijos inconscientes o desa­prensivos: exigen el mejor y más impecable maestro, pero ellos se permiten toda suerte de defectos, indisciplina, negligencia y pere­za. Los maestros y los discípulos conectan de acuerdo también con el grado de evolución, virtud y sabiduría de cada uno de ellos. Hay maestros que no se merecen sus discípulos, y viceversa. El discí­pulo que no quiera hacer ningún esfuerzo encontrará al maestro que invite a la pereza; el que valore el esfuerzo hallará un mentor que le imponga una esforzada disciplina. A cada maestro, su discí­pulo; a cada discípulo, su maestro.

A veces la prepotencia del «maestro» es vergonzante, pero a me­nudo la altanería del discípulo es lamentable. Sólo una persona pura detecta a una persona pura, pero así como el embriagado pue­de tomar a los otros por ebrios, el discípulo ignorante puede con­siderar ignorantes a los que son sabios o puede reclamar para que le instruyan personas sumamente realizadas, pero sin preguntarse si es merecedor de que éstas le aleccionen. De cualquier modo, uno debe procurar hacer de sí mismo el maestro más auténtico, apren­diendo a gobernar los pensamientos y controlar las emociones, permanecer atento y ecuánime, superar los sentimientos negativos y recobrar el propio espacio de sabiduría y rectitud.

Estableciendo en ti el sosiego, esfuérzate por mejorar y dar lo mejor de ti a los otros y a ti mismo. Nútrete también en tu propia fuente y no esperes únicamente a que aparezca el maestro impeca­ble, porque a lo mejor pasa a tu lado y no lo ves, ya que tu visión no es lo suficientemente límpida para apreciar lo inmaculado.


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