El libro de la serenidad



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Pero ya no me importa



Un periodista acudió a entrevistar a un mae-stro realizado. Le pre­guntó:

-Antes de liberarse, ¿se deprimía usted?

El mentor, apaciblemente, repuso:

-Sí, a veces, como todo el mundo.

El periodista preguntó entonces:

-Y ahora, después de realizarse, ¿se deprime?

El hombre contestó:

-Sí, a veces, como todo el mundo..., pero ya no me importa.


Comentario
Todas las personas están inevitablemente sometidas a fluctuacio­nes anímicas. Los estados mentales y emocionales se suceden de ma­nera constante, incluso cuando se está dormido y se están produciendo sueños. Los seres humanos atravesamos por muchos estados de ánimo y nuestro humor es muy variable, pues no solamente está condicionado por la propia psicología, sino también por la bioquí­mica, el entorno y las circunstancias que se van presentando a diario. En tanto una persona no va recuperando mayor equilibrio, lucidez y sosiego, a menudo será un reflejo de las situaciones externas y de sus propios condicionamientos internos; pero, como somos seres afecta­bles y a veces demasiado lábiles, infinidad de factores tienden a de­sarmonizarnos y podemos ser coloreados por la ansiedad, la angus­tia, la zozobra, el abatimiento y la melancolía profunda.

No hay persona que no conozca de primera mano la ansiedad y el abatimiento, porque incluso cuando las defensas orgánicas se re­sienten o las energías psíquicas se desarmonizan, aparecen los es­tados mentales dolorosos. No hay, pues, nadie que por muy evolu­cionado que esté no pueda ser asaltado por estados penosos de angustia o abatimiento; pero la persona puede ejercitarse en desa­rrollar un «punto» de armonía, equilibrio, conciencia y ecuanimi­dad dentro de sí misma, capaz de mantenerse a flote a pesar de las fluctuaciones anímicas, pudiendo incluso contemplar, imperturba­ble, esos estados de la mente y, más aún, examinados sin reaccio­nar y tener así una oportunidad de oro para aprender sobre la men­te y sus mecanismos y conseguir no dejarse perturbar por las modificaciones mentales.

La ecuanimidad es la perfecta cualidad para mantener la firme­za de mente no sólo ante las vicisitudes cotidianas, sino también ante nuestras propias variaciones anímicas, sin añadir pesadumbre a la pesadumbre y desdicha a la desdicha, o angustia a la angustia y depresión a la depresión. De ahí ese «pero ya no me importa», porque en lugar de generar reacciones que intensifiquen el estado mental negativo, el sabio lo observa, lo penetra y lo «digiere», sin lamentarse, condolerse y mucho menos desesperarse. Sabe desli­garse de sus estados psicomentales y mantener su espacio de con­ciencia, inafectación y claridad.

En la enseñanza de Buda se nos procuran cinco fantásticos métodos (que todos debemos aprender y ejercitar) para alejar los malos pensamientos y estados mentales insanos. Aunque se nos ofrecen estos recursos para cuando estamos meditando, son igual­mente aplicables a la vida cotidiana y por eso merece la pena rese­ñarlos, de acuerdo con el texto llamado Majjima Nikaya, donde po­demos leer:


«El discípulo que medita tiene cinco recursos a los que acudir siempre que haga falta. ¿Cuáles son?

Si al contemplar determinado objeto de meditación surgen en él pensamientos malos o perjudiciales, pensamientos de apego, de odio o de ofuscación, el discípulo se aparta de aquel objeto y se pone a contemplar otro que le sea más propicio.

O bien considera atentamente los peligros que entrañan los pen­samientos malos y perjudiciales: "Hay en mí estos pensamientos, que son censurables, que entrañan consecuencias penosas".

O bien hace caso omiso de aquellos pensamientos.

O se pone a considerar la naturaleza y constitución de aquellos pensamientos.

O bien, con los dientes bien apretados y la lengua pegada al pa­ladar, hace un esfuerzo de voluntad por dominar, subyugar y ex­tirpar el estado mental indeseable.

Así es como se van disipando los pensamientos malos y perju­diciales, los pensamientos de apego, de odio o de ofuscación, y de­saparecen, y, una vez desvanecidos, el discípulo queda firme, tran­quilo, recogido y concentrado en su fuero interno».


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