El llanto del maestro
El maestro se había dirigido muchas veces a sus discípulos para hablarles de la necesidad de cultivar el desapego. Cierto día, murió su discípulo más cercano y entonces el mentor comenzó a llorar de tal modo que las lágrimas le llegaban a los pies. Extrañados, los alumnos le dijeron:
-Maestro, al menos que la gente no te vea llorar. Retírate a tu celda, porque llevas años hablando del desapego y si ahora te ven así...
-No comprendéis nada -les dijo el mentor-. Está en la naturaleza de mis pulmones respirar, como está en la naturaleza de mis oídos oír y de mis ojos llorar. Mis ojos derraman lágrimas, pero yo no estoy ni en mis ojos ni en mis lágrimas, sino en mi espacio interno de imperturbable paz interior. ¿Quién soy yo para contrariar la naturaleza de mis ojos?
Comentario
El desapego y la ecuanimidad no son impasibilidad, insensitivismo, anestesia emocional ni nada parecido. Es una actitud de calma, comprensión, equilibrio y firmeza ante lo que es inevitable. Se sufre en la justa medida, pero desde el sosiego, la aceptación consciente y no desde la desesperación, el histrionismo y la reacción desmesurada. La persona ecuánime sabe conservar a buen recaudo su espacio de quietud incluso ante las calamidades. Que un individuo se haya ejercitado en la comprensión de la transitoriedad, la superación del deseo aferrante y el despliegue de la ecuanimidad, no quiere decir que no sufra cuando se produce una pérdida importante, pero su sufrimiento es menos reactivo, neurótico y descontrolado. «Cuantos más deseos tengas, mayor será tu sufrimiento; cuantos más deseos abandones, mayor será tu gozo» (Tiru-Mandiram).
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