El libro de la serenidad



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La mente quieta



Desde niño se había sentido inclinado hacia el desarrollo interior. De un modo natural y espontáneo entraba a veces en meditación y se conectaba con lo Absoluto, aquietando por completo su mente. En toda circunstancia era ecuánime y sosegado, y cuando su her­mnano le desposeyó de todo y le hizo asumir las más serviles ta­reas, él no se inmutó. La gente le tomaba por tonto, porque vivía muy pobremente y, sin embargo, siempre estaba sereno y mantenía una pacífica semisonrisa en los labios.

El rey quiso un día hacer una ofrenda a la Diosa. Como todos le habían dicho que había un bobo inútil, el monarca pensó que era el individuo ideal para ser sacrificado. Le ataviaron para la cere­monia, sin que el muchacho perdiera en ningún momento ni su ecuanimidad ni su sonrisa. Después le colocaron sobre una plata­forma, en el santuario de la Diosa, y el propio monarca se dispuso sacrificarle cortándole la cabeza con la espada real. Cuando iba a asestarle el golpe mortal, se personó la Diosa en forma humana de mujer. Clavó sus enfurecidos ojos en los del monarca, que cayó ful­minado. Había muerto.

Cuando la Diosa descubrió que el joven estaba conectado con lo Absoluto y que siempre mantenía la mente en un inefable esta­do de serenidad, comprendió que si hacían daño a un ser de cora­zón puro, se lo estarían haciendo directamente a ella. Tras esbozar una sonrisa al joven, se desvaneció. Todos entendieron entonces que lo que parecía bobería en el joven era, en realidad, paz y sabi­duría. El primer ministro quiso proponerlo como rey, pero el mu­chacho volvió a ocuparse de sus tareas serviles, porque considera­ba que todas las labores y los trabajos eran igualmente necesarios y dignos.
Comentario
Hay un libro bellísimo que debería comenzar a leerse en la es­cuela. Me refiero a Los Ojos del Hermano Eterno, de Sweig, y que re­presenta un hermoso canto a la humildad y una dignificación de cualquier actividad, por humilde que sea, que el ser humano lleve a cabo. Hoy en día ya cada vez hay más personas que abogan por un retomo a la simplicidad de la vida, la sencillez y el sosiego. Pero son muy pocas proporcionalmente, porque la mayoría de las per­sonas en las denominadas sociedades del bienestar están embria­gadas por una orientación a acumular en lugar de a ser, como explicaba Fromm. Así, a menudo, se subestima a los fundamental­mente bondadosos (que como señalo en mi novela espiritual El Fa­quir son los únicos de los que no se puede prescindir) y se malin­terpreta un estado interior de serenidad y calma profunda, que se sitúa al otro lado de la mayoría de las mentes humanas, coloreadas por la ansiedad y el desasosiego.


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