Una noche, una manada de monos iba cruzando un campo. Era una noche luminosa y espléndida. Al pasar junto a un pozo, como los monos son muy curiosos y enredadores, se asomaron a él. La luna se reflejaba en el agua del pozo y el jefe de los monos, atónito, exclamó:
-¡Atención, amigos míos! La luna se ha caído al pozo.
-Sí, sí -convinieron los otros monos-. Ahí está la luna. Se ha caído, se ha caído.
Todos comenzaron a preguntarse qué podían hacer para sacarla de allí. Querían salvada, porque todos sabían que la luna era una buena amiga que alumbraba el camino en sus largas marchas nocturnas. Empezaron a reflexionar hasta que al fin encontraron una solución. Formarían una larga cadena. El de un extremo se agarraría a un árbol y el de la otra punta sería el que podría coger la luna. Compusieron con sus cuerpos la larga cadena. Varios monos comenzaron a descender por el pozo, tratando de que el del extremo alcanzara la luna. Pero el peso de los simios terminó por quebrar el árbol y todos cayeron al pozo. Momentos antes de ahogarse, tuvieron ocasión de comprobar que, milagrosamente, la luna había desaparecido.
Comentario
Persiguiendo reflejos, ¿dónde vamos?; persiguiendo quimeras, ¿adónde nos dirigimos?; proponiéndonos logros falaces, ¿adónde llegaremos? Quizá por unos instantes, antes de abandonar este cuerpo, nos demos cuenta de que, milagrosamente, nuestra existencia y todos sus reflejos se han desvanecido.
Kalu Rinpoche me contó una historia. Un hombre llegó hasta el maestro y le comenzó a contar las infinitas actividades que llevaba a cabo: sociales, culturales, profesionales, familiares y de ocio. El maestro le escuchó pacientemente y al final dijo: «Bueno, cuando mueras, en tu lápida pondrá: "He aquí un hombre que llenó su vida de actividades inútiles"».
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