La plaga
Una terrible plaga había asolado muchos reinos de Asia dejando cientos de miles de muertos. Un día llegó a las puertas de la India. Los sabios se reunieron en asamblea para ver qué podían hacer. Decidieron que se realizaran incesantes meditaciones y plegarias en honor del dios Shiva, el señor de los yoguis, la poderosa y aguerrida deidad que tiene siempre despejado el ojo de la Sabiduría. Tantas oraciones y ofrendas le hicieron a Shiva que éste se presentó a uno de los sabios y le dijo:
-Estoy muy satisfecho con vuestra inconmovible devoción. Estad tranquilos. Uno de mis aliados os va a proteger. Él vigilará las fronteras.
Una noche la plaga llegó a la frontera del norte, pero el aliado de Shiva la descubrió. Durante todo la noche mantuvo una feroz lu cha contra el espíritu de la plaga, que incluso arrasó montañas y ju nglas. Finalmente llegaron a un acuerdo: la plaga sólo se llevaría a una persona en la India y luego partiría para otras tierras. Lo prometió.
Pero unos días después, saltó la escalofriante noticia: la plaga había acabado de golpe con cien vidas. El aliado de Shiva, enfurecido, fue a su encuentro y le gritó:
-¡Maldita y miserable plaga! Me prometiste llevarte una vida y has arrebatado un centenar de ellas.
-Calma, aliado de Shiva -dijo la plaga-. He cumplido mi promesa. Shiva, con su ojo de la Sabiduría, sabrá que digo la verdad. Yo sólo maté a una persona, pero las otras noventa y nueve se murieron de miedo. Unas tenían un simple catarro; otras estaban cansadas o carecían de apetito; otras se hallaban tristes o abatidas y cuando murió una de las personas de peste, las otras imaginaron que también la padecían y murieron de miedo. Yo maté a una persona, pero noventa y nueve se mataron a sí mismas.
Comentario
La mente atraviesa tres estados básicos de conciencia: la agitación, la indolencia y el equilibrio o armonía. A veces, estos estados se suceden con velocidad vertiginosa y generan nuevos estados. También se conocen como pasión o vehemencia compulsiva, pereza o inercia, y quietud y lucidez. Lamentablemente, el estado de equilibrio o armonía es el más fugaz y el que con menor frecuencia se presenta. La disciplina mental consiste en ir equilibrando la mente, evitando los extremos de agitación e indolencia, y obteniendo momentos más repetidos y prolongados de armonía y lucidez.
La meditación, precisamente, trata de superar estados de confusión en la mente y engendrar estados de claridad. La armonía es lo más cercano a la felicidad. Cuanto más intenso sea el entrenamiento mental, antes se logrará gobernar los pensamientos. Los pensamientos descontrolados producen infinidad de aprensiones, temores infundados, miedos y fantasías dolorosas. La práctica o trabajo interior sirve para ir eliminando desórdenes en la mente y renovando el impulso creativo y constructivo que hay en el ser humano, pero que se ve mermado por los impedimentos mentales.
No obstante, el aprendizaje de la mente es arduo y lento; se debe evitar desfallecer, pues la recompensa es muy elevada. Sólo una mente firme y lúcida puede otorgar paz y mayor libertad respecto a las influencias nocivas del exterior o de los propios conflictos internos. Son muchos los velos que envuelven la mente y que hay que ir desgarrando con la espada afilada del discernimiento y el entendimiento correcto. A menudo la mente nos hace grandes jugarretas y se burla de nosotros, escapando de todo control. Si consideramos que los órganos de la acción y los sensoriales están conectados y encuentran su vitalidad en ella, comprenderemos lo esencial que es la disciplina mental. Cuando la mente se sosiega, se funde en su propia fuente, donde halla armonía, pureza y fuerzas renovadas.
La inmovilización o detención del pensamiento representa una higiene fabulosa. La inteligencia primordial florece cuando las divagaciones mentales cesan para darle paso. El verdadero cultivo de la mente consiste en poner los medios para que se estabilice, se desarrolle y se vea libre de trabas e impedimentos. El dominio de la mente favorece la sujeción y transformación de las emociones y el equilibrio de la energía afectiva. Aunque un ambiente hostil y desequilibrado perjudica a la mente, es posible poner medios y métodos para reorganizar la mente en una dimensión de mayor claridad y sosiego. Con la ejercitación de la atención consciente podemos ir creando un espacio estático y lúcido dentro de nosotros capaz de mantenerse aún en la dinámica más activa, del mismo modo que se nos dice que justo en el centro de un tornado es donde se puede hallar el único lugar de reposo. Podemos aprender a dirigir la mente y a evitar que nos cause temores infundados y di- ficultades innecesarias.
EL campo de concentración
El país entró en guerra. Fue una contienda larga y cruel. Defendiendo su patria, combatieron en ella, forzados por las circunstancias, dos jóvenes. Al final de la guerra, fueron prisioneros en un campo de concentración. Tras dos años de cautividad, los liberaron, y cada uno reemprendió su vida en un lugar diferente del país. Pasaron diez años y un día se reencontraron.
-¿Qué tal, amigo mío? -preguntó uno de los hombres al otro. -Estoy bien, pero no he podido olvidar todo lo que pasamos, ¿y tú?
-Nunca se olvida una cosa así, pero ya la he superado.
-Yo no. Sigo lleno de odio hacia nuestros carceleros. No hay día que no los odie con toda la fuerza de mi ser.
-¡Oh, amigo mío! Lo malo no es sólo los dos años que estuviste en el campo de concentración, sino los otros diez que has seguido preso.
Comentario
Cuando el pensamiento es víctima del odio, los celos, la envidia, la malevolencia y la ira, la persona vive en su propio y férreo campo de concentración psicológico. El pensamiento de odio, curiosamente, nos ata a la persona que odiamos, sufrimos por ella, cuando hay cosas realmente esenciales por las que padecer. Es un doble mal negocio: el odio en sí mismo, tan corrosivo psíquicamente, y el sufrimiento que experimentamos justo debido a la persona que odiamos. Representa un considerable avance por la senda hacia la paz interior superar el odio, perdonar las ofensas y heridas, tender puentes de reconciliación y no quedarse prendido en el afán de venganza. El odio es causa de muchos trastornos psicosomáticos, es ladrón del sosiego, agita el sistema nervioso como si fuera una venenosa espina clavada en el mismo y perturba la visión.
controlar el deseo
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