El libro de la serenidad



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La gema prodigiosa



Un hombre iba caminando por el bosque, pensativo porque lle­vaba mucho tiempo entristecido y angustiado al no lograr hallarle ningún sentido a la vida y no obtener la paz interior que tanto an­helaba. Se había preguntado innumerables veces para qué vivir y había perdido todo ánimo y motivación. Con frecuencia, deseaba la muerte y cada vez se hacía más intensa la melancolía que le ate­nazaba. Vivía atormentado por el pensamiento.

Andaba absorto en sus hirientes pensamientos, cabizbajo, cuan­do de súbito contempló una gema extraordinariamente bella en el suelo. La tomó con delicadeza entre sus dedos y comenzó a escru­tada. De repente, en su fondo, vio el dulce y hermoso rostro de un hada. Sus ojos eran de una belleza sobrecogedora. El hada dijo con una voz entrañable:

-Soy el hada del bosque. Así que puedo otorgar cualquier de­seo que se me solicite. Hombre triste, pídeme lo que te plazca.

El hada era tan maravillosa y gentil que el hombre tuvo la cer­teza de que era un ser fantástico bienintencionado y que trataría de complacer sus anhelos. Confiaba en ella, así que le dijo:

-Amable y solícita hada, como me inspiras plena confianza, te confieso que vivo atormentado y lo que te pido es que hagas aque­llo que tú consideres lo mejor para mí.

El hada repuso con su melodiosa voz:

-¡Oh, amigo mío!, precisamente eso fue lo que me pediste cuando eras animal y entonces yo te convertí en el hombre que ahora eres.
Comentario
La insatisfacción es una energía muy poderosa si sabemos ca­nalizarla para salir de ella, mejorar y madurar. El descontento es una fuerza aprovechable si la utilizamos para hallar el contento. Pero la insatisfacción y el descontento sistemáticos y que no nos activan laudable mente se vuelven desertizantes y anegan nuestra existencia de amargura o tedio. Tenemos que aprender a bregar con la vida y utilizar ésta como guía para modificar los viejos mo­delos de reacción mental. Desde nuestras limitaciones, podemos aportar a la vida una actitud más sana e ir generando en nosotros y a nuestro alrededor un campo de energía de libertad y buen en­tendimiento.

Ya que tenemos la capacidad de pensar, hablar y actuar, pense­mos, hablemos y actuemos lo mejor que podamos, abriéndonos como lo hace una flor para brindar su aroma y sabiendo respetar y fluir con las leyes de la naturaleza. Como seres humanos, nos re­sulta posible conquistar la mente y frenar sus procesos automáti­cos, para que surja un modo superior de entendimiento; podemos asumir los fracasos con un sentido de aprendizaje y evitar desfa­llecer cuando las circunstancias nos son adversas; podemos apren­der a mejorar las funciones orgánicas y mentales, mejorar la rela­ción con los otros seres, desplegar la imaginación constructiva y perfeccionar nuestro carácter; podemos aprender cuándo debe­mos o no injerir en el curso de los acontecimientos naturales y ser muy cuidadosos con toda forma de existencia; nos es dado, si nos lo proponemos, poner fin a la ofuscación, la avidez y el odio, re­cobrando estados plenos de conciencia y sentimiento; podemos afanamos por explorar y descubrir las leyes internas y encontrar respuestas vivencia les y suprarracionales a nuestra existencia vital. Nos han sido otorgadas unas potencialidades que podemos desa­rrollar para beneficio de cada uno de nosotros y de los demás.

En lugar de estar atormentándonos con el pensamiento, apun­talando el ego con la auto compasión y las lamentaciones, utilice­mos esa energía para descubrir nuestro último sentido y convertir­nos en los guías de nosotros mismos. Una empresa apasionante, que le es dada al ser humano, consiste en modificar muchos de sus códigos y modelos para poder expandirse y hacerse consciente de su propio proceso de vida.

La copa de licor



Un magistrado estaba muy satisfecho con su secretario y, para re­compensarle, decidió invitarle a cenar un día a su casa. Después de la exquisita cena, el magistrado le ofreció una copa de licor a su efi­ciente secretario. Un arco que pendía de una de las paredes se re­flejaba en ella, y el secretario creyó ver una serpiente en su interior. Pero como no podía permitirse desairar al magistrado, sacando fuerzas de flaqueza, aunque aterrorizado, bebió el contenido de la copa. Después se fue a su casa y pasó una noche terrible. Empezó a sentir a la serpiente mordiéndole las entrañas y, aunque ingirió varios medicamentos, no pudo superar el dolor que le afligía.

Transcurrieron los días. El secretario se sentía muy enfermo. El magistrado, extrañado por su ausencia, acudió a visitarle a su casa.

-Pero ¿qué le ocurre, amigo mío? -preguntó el magistrado-.

¿Qué enfermedad padece?

-Debo serle sincero, señoría -dijo el secretario, apenado-. No sé si se trata de la serpiente que me tragué al beber la copa de licor y que no logro evacuar, o simplemente del terror que sentí al tra­gármela. Pero el caso es, señoría, que no dejan de presentarse los terribles dolores de estómago y las náuseas.

El magistrado, extrañado, regresó a su casa y se puso a reflexio­nar. De repente la luz se hizo en su mente. Hizo llamar urgente­mente a su secretario y, como hiciera días atrás, le ofreció una copa de licor. De nuevo el arco se reflejaba en la misma y el secretario, viendo otra vez una serpiente dentro de ella, retrocedió espantado. El magistrado le explicó:

-Sólo es el reflejo del arco que hay detrás de usted colgado en la pared. Ya ve, mi eficiente secretario, que su mente le ha jugado una mala pasada.

Unas horas después el secretario había recuperado el buen co­lor de tez, e! sentido de! humor y la salud.


Comentario
No es de extrañar que desde hace siglos haya sobrevivido un adagio que reza: «La mente salva, la mente mata». La mente está plagada de desorbitadas reacciones, muchas de ellas condicionadas por el miedo, la sospecha, la desconfianza y, por supuesto, la con­fusión, que sólo genera más confusión. A menudo, por ello mismo, confundimos los reflejos con la realidad o convertimos, neciamen­te, la realidad en un reflejo. En los textos antiguos siempre se hace referencia a la atención consciente como una gran fuerza liberado­ra y como una ayuda en cualquier circunstancia o situación. Pero hay dos clases de atención, entre otras: la debidamente aplicada y la indebidamente aplicada. Cuando no aplicamos la atención debi­damente, puede distorsionar la percepción y conducimos a error. Se puede producir el muy engañoso fenómeno de la superposición, porque superponemos nuestras creencias o prejuicios a lo que real­mente es. A veces, así, la mente se vuelve un verdadero infierno.

Veamos una antigua historia. Un hombre había llevado una vida de completa negligencia y egoísmo. Al morir, el señor de la muer­te le condujo al precipicio del infierno. El hombre comenzó a reír­se. El señor de la muerte, extrañado, preguntó cuál era la causa de su risa, ye! hombre dijo: «Porque después de haber vivido en el in­fierno de mi mente, este lugar me parece un edén».



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